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13 junio 2011

Caperucita y el Lobo en el crucero del amor

Here by ~beholdbebold | Deviantart »
Esta mañana, mientras recogía la correspondencia para mi jefe en la recepción, me encontré con Vanesa, una de las periodistas que escribía para el suplemento de Moda del diario. Volvía de un corto viaje a Punta del Este y como todavía era temprano, le sugerí que nos tomáramos un café en la cocina para chusmear.
–Contame, ¿cómo estuvo el viaje? –le dije una vez que nos acomodamos en la mesita con sendos cafés con leche de la expendedora.
–Todo bien, pero no sabés. No me vas a creer lo que me pasó ayer en el viaje de vuelta.
–¿Qué te pasó?
–Tuvimos un retraso de casi tres horas por un desperfecto en el Buquebús. Todo el mundo a las puteadas, incluso yo, porque íbamos a llegar tardísimo a Buenos Aires. Y en eso, ¡mirá cómo son las cosas! Me encuentro de casualidad en el hall con un ex novio de mis épocas de facultad.
–Uy, ¡que mala pata!
–No para nada, eh. Con ése pibe quedamos bien. Me reconoció, me saludó, protestamos juntos el retraso y nos consolamos tomando unos tragos, recordando viejos tiempos. El muy turro me tiraba flores, y en una de ésas me dice: “¿Vane, te acordás cuando éramos novios y te decía "mi Caperucita"? ¿Te puedo decir así? ¿No te jode?” Y yo le contesto: “Hum, señor Lobo Feroz, mire que en unos meses voy a ser la señora del Leñador”.
Las carcajadas de ambas retumbaron en toda la cocina. Mientras me secaba las lágrimas, le dije:
–¡Sólo vos podés decir algo así!
–Pero te digo, no sabés cómo me costó comportarme como una lady, porque el guacho se puso mucho mejor que cuando salía conmigo: bronceadito, bíceps bien marcados, buena pilcha, pelo corto... –hizo una pausa, me agarró la mano y bajando la voz, continuó hablando: –Mirá Ale, esto a vos te lo puedo decir porque sé que me entendés como nadie. Te juro que me dieron ganas de comérmelo.
–¿Y?
–Ni lo dudé. Con el pedo flojito que tenía después de los tragos, le tiré los perros sin culpa ni vergüenza. No costó mucho alcanzarlo.
–Opa, ¿y qué pasó?
–Cuando por fin abordamos el ferry, nos sentamos juntos y empezamos así a los arrumacos, con una caricia en la mano, masajito en la espalda, un besito y... ¡Terminamos dándole a la matraca en un cuartito de servicio vacío! ¡Te lo juro!
Yo levanté las cejas y la mandíbula inferior se me fue al piso. Nunca se me hubiese ocurrido una locura como esa. Wau, todos los días se aprende algo nuevo.
Ella sonrió, sorbió su café y continuó:
–No sabés. Fue... lindo y raro al mismo tiempo, porque no fue volver el tiempo atrás. Fue totalmente distinto. Como estar con un desconocido pero al mismo tiempo conocido. ¡Reloco! No sé si fue el alcohol o el mareo o el sueño, pero quedé flechada. Me encantó. Nunca me hubiese imaginado que me pasaría algo así con un ex.
–Parece un capítulo del "Crucero del Amor".
–¡Já! Sí, mas o menos.
–¿Quedaron en algo?
–No.
–¿Nada?
–Nada de nada. Cuando terminamos nuestro asuntito, volvimos a sentarnos juntos, yo me quedé recontradormida. Cuando llegamos al puerto me despertó con un piquito. ¡Redulce! Ahí tomé conciencia de las circunstancias y le dije la verdad, le conté que seguramente mi novio me iba a estar esperando en el hall principal, así que mejor que nos despidiéramos ahí. No nos dimos teléfonos, ni mails, ni Facebook. Además, ¿para qué? Tenemos una vida encaminada. Yo me caso a fin de año, y él se estaba por ir a vivir con la novia según me contó, así que... Nah, lo que pasó, pasó. Una transa, una aventurita. Punto.
Di el anteúltimo sorbo a mi café con leche. Luego le dije:
–Che, mirá si te busca y te encuentra. ¿Qué harías?
–¡Naah! –rió nerviosa. –No creo que se atreva. Además, sería buscar una aguja en un pajar.
–Vane, no seas zonza. El mundo de hoy es totalmente abierto y sobre todo digital; si buscás a alguien, tarde o temprano, por algún lado, lo vas a encontrar. Y yo doy fe, ¿te acordás lo que me pasó con el flaco ese de la foto del Bicentenario? Lo busqué y al final lo encontré.
–Bueno sí, es cierto. ¿Y?
–Y, que no es tan difícil que dé con vos si realmente quiere.
–Pero, ¿querrá?
–¿Vos no querrías?
–...
Nos miramos y nos reímos. Pero ahora ella tenía un brillo diferente en la mirada. El brillo de la ilusión. Porque donde hubo fuego, brasas quedan; y porque la carne que se asa en esas brasas es la más jugosa y tierna. Algunas personas con el tiempo sí cambian, la madurez les sienta de maravilla y se vuelven más interesantes de lo que fueron en un principio.
Debo confesar que la historia me entusiasmó, y hasta me dio un poquito de envidia. De camino a mi escritorio, pensaba en lo que pasaría si yo me encontrara con alguno de mis ex (puf, la lista es larga) en una situación similar. ¿Segundo flechazo? ¿Romance? Nada de eso. Lo primero que haría sería patearle ahí, justo en la entrepierna. De una.

Vamos a ver cómo sigue todo esto, porque para mí que la cosa no terminó al llegar a Buenos Aires. Oh no. Estoy segura que esto recién empieza.

:·:

08 junio 2011

Garabatos de amor

City SKYPE by *pablolemper | Deviantart »
–En serio Ale, vos no te ves bien. ¿Qué te anda pasando, nenita? Decime la verdad.
Estaba con mi amigo Toto, caminando por Puerto Madero, luego de compartir un café en el Starbucks frente al Yatch Club, para ponernos al tanto sobre nuestras vidas.
Me detuve, con los brazos apoyados en la baranda, mirando hacia los edificios rojos salpicados de luces. Suspiré y entonces me confesé.
–Cagate de risa, Totito. Mal de amores.
–¡Otra vez!
–Sí. Otra vez.
–¿Un gil que te histeriquea por MSN? ¿O ya lo viste personalmente?
–La cosa vino así: me histeriqueó un tiempo por MSN, pero al final quedamos en encontrarnos personalmente el viernes... Fue apenas verlo y no sé, como si me hubiese caído un piano en la cabeza.
–Epa, ¿tan feo?
–No no, para nada. ¡Todo lo contrario! Es tal como a mi me gusta: pálido, ojos claros, uñas limpitas, educado, correcto, simpático. Me trató toda la noche como a una reina y yo... ¡Por Dior! Yo me porté como una reverenda tarada. ¿Podés creer que me cohibí? ¿Que más de una vez me sentí con ganas de salir corriendo?
–Pero, ¿por qué?
–Porque, lisa y llanamente, me flechó. Fue amor a primera vista. ¡No te estoy jodiendo! Me trató como no me trató ninguno en años. Tanto que rompía las bolas con querer sentir un flechazo, al final me tocó. Encontré al hombre perfecto, el que había soñado toda mi vida. Y eso me dio como miedo en ese momento, y después quedé hecha una estúpida de felicidad. No hice otra cosa que pensar en él todo el finde. ¡Si hasta me puse a escribir poemas, boludo!
–¿Te volvió a llamar?
–Nop. El lunes lo veo conectado... y ni bola. Ya no era el mismo dulce y simpático que fue la semana anterior. Tuve que ir a saludarlo yo y me contestó con cero emoción. Eso me borró la sonrisa idiota, la alegría y casi casi las ganas de vivir. La culpa fue mía. Hace tanto tiempo que no salgo con un tipo normal que cuando por fin me toca, me comporto como una imbécil, y lo arruino todo.
–No creo que sea así. Te estás presionando.
–No te olvides que pasé momentos difíciles, entre la depre y el divorcio, ahora con el tema de la casa, el baile todavía no se termina. ¡No es fácil!
–Já, decímelo a mí. Bueno pero además de eso, laburás todo el santo día...
–Y sí. Mi trabajo es muy importante para mí, me está yendo bien ahora.
–Es también una excelente excusa para no tener una vida, mujer.
–Con tantas roturas de corazón, llega un momento que no querés saber más nada con ninguno. Empiezo a frecuentar la misandría sin quererlo.
–¿Misa qué?
–Misandría, se le dice así a la mujer que evita tener contacto con los varones, pero sin cambiar su orientación sexual. Lo contrario de misoginia.
–Ah, entiendo.
–Lo mío no es normal... Y yo quiero una vida normal. ¡En serio! Pero creo que a esta altura empiezo a creer que ni la merezco.
–De la misandría te fuiste directo al pesimismo, boluda.
–No sé, debo haber sido una minita muy hijadeputa en la vida anterior, por todo lo que me tocó padecer en esta.
Metí la cabeza entre los brazos. Una brisa helada se levantó. La mano de Toto me acarició la espalda haciendo círculos. Tuve que largarme a llorar (¿de rabia? ¿decepción? ¿tristeza?) y liberar esa opresión que me subía desde el pecho y me atenazaba la garganta. Unos segundos después levanté la cabeza y apoyé el mentón en el codo izquierdo. Toto me dio un pañuelito descartable y pasó su brazo por encima de mi hombro. Hice sonar la nariz primero y luego me sequé las lágrimas. Me hacía falta desahogarme. Nos quedamos un largo rato inmóviles, mirando el paisaje nocturno, pleno de luces de toda intensidad y color. Un par de patinadores en rollers pasaron veloces al lado nuestro.
–La vida es un rejunte de ironías, Ale. –sentenció, mirando hacia el Puente de la Mujer, y luego acotó: –"Ningún hombre merece tus lágrimas, y el que de verdad las merezca, jamás te hará llorar". Y casualmente viene al tema.
Me reí. Decidimos que era hora de volver, y de camino encendí un cigarrillo. Caminamos del brazo hasta Alem, y de ahí hasta la parada del 50 frente a la Casa Rosada, que estaba coquetamente iluminada.
–¿Qué vas a hacer cuando llegues a casa, linda? ¿Laburar?
–No. Escribir.
Me miró, incrédulo, y frunció el entrecejo. Yo retruqué:
–Claro, querido. "Alguien le dijo a Alejandra: cuando tengas el corazón roto..."
–"... ¡Escribe!"
–"Y como el corazón se le rompía a cada rato, escribió mucho."
–Ya me estoy imaginando ese post...
Nos reímos con todas las ganas, y en ese momento el colectivo dobló por la esquina. Nos dimos un rápido abrazo y un beso. Me puse al final de la fila de impacientes pasajeros, mientras Toto se dirigía caminando a paso rápido a la estación Catedral, con las manos en los bolsillos de la campera.
Busqué asiento al final de todo. Saqué mi cuaderno y me puse a editar y corregir la última poesía que había escrito hoy. Un puñado de garabatos de amor y desengaño:

Como una tonta me enamoré
creí en el amor y me llené de ilusiones
No sé por qué creí, nunca voy a aprender
que el amor es un malentendido constante.
Aquel que dice que te va a querer como nadie
se olvida hasta de tu nombre el día después.
Y sin embargo, el corazón me late fuerte
cuando lo veo online en el eme-ese-ene

Tonta de mí, tonta, ¿cuando voy a aprender
que el amor es un malentendido constante?


(A Mr. FC, ojalá algún día vuelva a pensar en mí)

:·:

05 junio 2011

El secreto de Mili

If the sun goes down on us by ~chpsauce | Deviantart »
Me veo al espejo y es como si ahora no me reconociera. Soy el mismo, pero distinto. Hasta ayer todo había sido igual que en los últimos años. Pero algo pasó, algo rompió esa calma bucólica en mí; una piedra cayó al estanque y las aguas se movieron.
Ayer domingo fuimos al cumpleaños del Pardo, compañero del secundario y gran compinche de parrandas, en Acassuso. Fue un día espectacular, no hacía mucho frío y disfrutamos un asado en el jardín. Cayendo la tarde, alguien propuso conocer la catedral de San Isidro. No me hubiese prendido a la excursión de no ser porque Mili, la novia de Dante, me insistió. No soy fácil de influir, pero por caballerosidad accedí a su pedido.
Caminamos en grupo unas quince cuadras. Cruzamos las vías y nos encontramos con el imponente templo. Mili sacaba fotos con su celular, mientras ponderaba el estilo arquitectónico, bañado en luz dorada. El sol iba desapareciendo por el horizonte y se encendían las primeras luces. La feria de artesanos era todo bullicio, las chicas insistieron en ir a mirar chucherías, y los varones accedimos. Caminamos en fila, serpeando y esquivando gente por los angostos pasillos y, de pronto, siento que me toman la mano y me apartan de un tirón. Era Mili.
–Vamos por acá. –dijo con una sonrisa misteriosa. La seguí dócilmente.
Me llevó agarrado de la mano por un pasillo lateral. Hicimos un trecho hasta cruzar parte de la plaza, hasta la vereda. Nos detuvimos bajo un árbol.
–¿Qué hacemos acá? –pregunté un poco incómodo.
–Quería hablar con vos. –dijo.
Los ojos le brillaban. Tenía la expresión de un chico que espera a Papá Noel.
–De qué querías hablar. –cotinué.
–Algo que no quiero que los demás se enteren.
–¿Es algo malo?
–No sé... –dijo, y me miró a los ojos.
De pronto sentí como si esa mirada me estuviera haciendo cosquillas por adentro del cuerpo.
–Bueno, decime... –alcancé a balbucear idiotamente, encogiéndome de hombros.
Ella sonrió y bajó la mirada un instante. Me tomó de la mano otra vez y caminó unos pasos hasta subir al cordón del cantero. Su nariz quedó apenas unos milímetros por encima de la mía.
Me echó los brazos al cuello y me susurró al oído:
–Dante es un pelotudo y voy a cortar con él. Y cuando eso pase, vos y yo no nos vamos a ver nunca más. Quería decirte que... que me gustás. Mucho. Sos hermoso. No quería quedarme con este secreto que me quema el alma desde que te conocí...
Esa confesión no me la esperaba. Tampoco me esperaba lo que vino después. Su boca se encontró con la mía. Sentí la suave presión, la dulce y húmeda tibieza de su lengua, su respiración, sus brazos rodeándome con fuerza. Fueron unos segundos, o tal vez horas. Todo a nuestro alrededor, la gente, las conversaciones, las risas, la música, los olores y sabores, todo había quedado encapsulado. Yo no caía en la cuenta de lo que estaba pasándome.
Atiné a tomarla por la cintura, pero me temblaba todo. Cuando nos separamos, tenía la sensación de tener fuego en el pecho. No sabía que hacer, no sabía qué decir. Me miró con ternura y me acarició el mentón con el dorso del dedo índice.
–Vamos yendo. Nos deben estar buscando. –dijo de pronto.
Me indicó que la siguiera, pero esta vez no tomó mi mano. Caminamos, hasta el otro extremo de la plaza, donde el grupo nos esperaba. Mili se disculpó, puso como excusa el haber querido comprar un par de aros pero el vendedor no tenía cambio, y luego se perdió entre la gente y de casualidad me encontró a mí. Nadie cuestionó la inocente historia. De regreso a la casa del Pardo, Dante pasó su brazo por los menudos hombros de Mili, pero ella empezó a hablar con las chicas y no le dio importancia. Yo iba rezagado, con las manos en los bolsillos del pantalón, tratando de asimilar lo que me había pasado unos minutos antes.
Volví a casa a la medianoche. Me fui directo a la cama y no pude pegar un ojo.
No sé si es una bendición o un castigo que yo le guste. A mí también me gusta ella. Pero está Dante de por medio, mi amigo, compañero de la infancia, compinche de mil y una travesuras, casi un hermano para mí.
Puta madre. Quisiera desaparecer del planeta. Ya.

:·:

25 mayo 2011

El amor está en el aire

Love Is In The Air
Fue un domingo, almorzando con amigos, que me lo presentaron a Pepe. Era el típico gordito simpático de ese grupete de cuarentones casados, el único que aún permanecía invicto al “sí, quiero”. Me lo arrimaron descaradamente y yo, sin saber de qué hablar, le pregunté por el anillo que llevaba en su dedo anular. “Es mi anillo de escritor”, me dijo. No se lo creí hasta que días después me invitó a salir y me regaló un librito de tapa verde. Le eché un vistazo y me tuve que reír... ¡Era poeta! Esa misma noche lo leí, y me bastaron tres horas y media para llegar al final y descubrir que me había enamorado perdidamente. Salimos otras veces, pasamos muchas noches juntos, y meses después se me presenta con un ramo de fresias y un regalo. Era su nuevo libro, cuyo título decía “El amor está en el aire”. En la primera página yacía su dedicatoria en tinta negra... y su anillo. El mismo anillo que ahora llevo puesto yo, como símbolo de nuestra unión.
Adoro los finales felices.

Este relato fue publicado en la sección "Minicuentos" de La Nación | 13 de mayo de 2010 | ver »

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16 mayo 2011

Ocho menos cinco

Turtle by ~FunkEx | Deviantart »
Eran casi seis y media de la mañana cuando el avión por fin tocó suelo porteño. Después de los trámites de rigor, recuperé mi bolso y pedí un taxi en la vereda. El cielo plomizo apenas clareaba en el horizonte sobre el río. Empezó a lloviznar cuando llegamos, el taxista no tenía cambio y tuve que revolver toda la cartera en busca de algún billete salvador mientras negociaba con el chofer. Estuve varios minutos en la entrada del edificio buscando en mis bolsillos la llave correcta. No quise tocar timbre porque quería darle la sorpresa a mi Fabio, que seguramente dormía. Entré sigilosa al departamento, y me extrañó encontrar las persianas bajas. Dejé el bolso en el piso y caminé hacia la habitación. La cama estaba tendida, el baño ordenado, la cocina impecable. De pronto, un raro ruido me sacó de mis pensamientos. Venía del lavadero. Fui a ver inmediatamente.
“Ay, Amanda...” dije en un susurro.
En su afán de cruzar de un lado al otro, la tortuga se había quedado atascada en la puerta corrediza de aluminio apenas abierta. Quién sabe cuánto tiempo llevaba ahí, pataleando, tratando de zafar de su eventual prisión. La saqué con cuidado, con ambas manos, le acaricié la fría caparazón y la dejé en el suelo, al lado de la mesita. Le puse agua en un plato y la mitad de una manzana roja. Puse la pava en el fuego, entonces vi el sobre con mi nombre pegado a la puerta de la heladera. Lo saqué de un tirón, lo abrí, había un papel rayado doblado al medio en su interior. Me senté para leer esa nota escrita con birome negra:

“Paula,
Espero que hayas tenido buen viaje y tu abuela esté mejor. No sé cómo explicarte que nuestra relación ya no era lo que fue. Estuvo todo genial al principio, pero últimamente me sentía enjaulado, domesticado, atascado en el mismo lugar. No es esa la vida que quiero. Lo pensé mucho y no fue nada fácil tomar esta decisión.
Para cuando llegues a Buenos Aires yo ya estaré de vuelta en Rosario. Si querés podés quedarte en ese departamento, el contrato de alquiler se vence el año que viene. No me animé a llevarme a la tortuga, además sé que la querés mucho y la vas a cuidar. Así no te sentís tan sola.
No me busques ni me llames. Es mejor así. Con el tiempo te vas a dar cuenta que de esta era la única forma de alejarnos sin hacernos daño.
Te deseo toda la suerte del mundo,
Fabio”
Mi brazo se desmayó en la mesa. Miré sin ver el papel en mi mano izquierda quien sabe cuánto tiempo. Escuché sin escuchar los sonidos cotidianos, las mandíbulas de la tortuga comiendo la fruta crujiente, el siseo de la pava, pasos en el palier, un bocinazo desde la calle, el motor del ascensor subiendo y bajando, un reloj despertador desde el piso de arriba, una risa...
Reaccioné. Mis dedos rabiosos apretujaron la nota con fuerza hasta hacerla un bollo apretado. De pronto me sentí demasiado abatida para vociferar las peores maldiciones, siquiera para soltar una lágrima.
Me puse de pie despacio. Apagué la hornalla. Caminé arrastrando los pies hasta la habitación en penumbras y me tumbé en la cama. Miré el reloj.
“Las ocho menos cinco” pensé, “y ya tuve un día de mierda”.

.·'º'·.

07 mayo 2011

Las reglas del juego (sucio)

Anna - football series 2 by ~tim-reder | Deviantart.com »–Ceci, quisiera que no nos veamos por un tiempo.
Las palabras hicieron un eco solemne, como en la bóveda de una iglesia vacía, antes de perderse en el aire que de pronto se tornó pesado e irrespirable. La situación se parecía más a un mediocre partido de fútbol que a una charla de pareja.
Ella lo escuchó sin levantar la vista de su capuchino coronado por un copete de blanca espuma de leche salpicada con chocolate y canela. Despacio, abrió el sobrecito de azúcar y lo volcó encima.
–¿Puedo saber por qué? –preguntó luego de una larga pausa, mientras revolvía su taza lentamente.
Emilio emitió un suspiro largo, parecía mas bien el resoplido de un caballo cansado. Entrecerró los párpados e intentó elegir con el mayor de los cuidados las palabras para no dar lugar a malos entendidos. Lo último que un hombre quiere en una situación como esta es ser malinterpretado. Igual, nunca lo logran.
–Nos estamos haciendo daño el uno al otro, Ceci. Nos estamos asfixiando. Yo no me ubico en esta relación. Necesito un espacio para estar solo y meditar. Mi mente va a mil y quiero frenar un poco esta locura. Existen infinitas posibilidades y yo elijo esta, tal vez te suena un poco egoísta pero si yo no pienso en mí, ¿quién lo va a hacer? Quiero ser responsable de mi vida, pero quiero ser yo el que maneje el timón. No sé, ¿entendés lo que te quiero decir?
Ella sorbió dos veces de su taza mientras lo escuchaba atentamente. Era la justificación más pedorra que había escuchado en su vida. Una justificación llena de vueltas, adornada inútilmente como una torta mal hecha o un arbolito de Navidad.
Basta de cuentos: la verdad se dice siempre de frente, pensó ella con rabia. Seguramente apareció en el medio otra minita y él estaba pidiendo una tregua para probar la comida del plato de al lado. Para tener el pan y la torta, por las dudas, y no pasar hambre. Si un hombre quiere jugar sucio con el corazón de las mujeres, mejor que nunca las subestime: ellas aprenden rápido las reglas del juego, e incluso perfeccionan la técnica.
La pelota voló a su arco pero su arquero estrella la atajó limpiamente.
Se bebió todo el contenido de su taza, la dejó delicadamente sobre el platito y, encogiéndose de hombros, con una sonrisa digna de una Lucrecia Borgia que ha derramado veneno en la copa de su víctima, sentenció:
–Ok. Lo que vos digas, Emi. No nos veamos durante un tiempo. Creo que nos va a hacer bien a los dos un poco de aire fresco. Espero que no haya reproches durante la cena de Fin de Año de tu empresa.Él la miró sin comprender. Ceci se puso de pie tranquilamente, y robó el balón a su rival en ese segundo de descuido. Mientras se ponía la cartera al hombro, continuó.
–Sí, voy a ir pero no con vos. Sabés, tu jefe me invitó. Lo conocí la semana pasada en el cumple de Vero y nos hicimos amigos. La verdad que es re simpático, tiene un carisma increíble. No sé por qué siempre decías que era un putito reprimido, ¡nada que ver!
El partido se dio vuelta. Ahora ella tenía la pelota en su área y sin dudar corrió hacia el arco, con la destreza de un Diego Maradona en sus años de gloria, con la pelota pegada a los pies; con una patada diestra y fenomenal, apuntó contra el desconcertado arquero.
Emilio intentó balbucear algo, pero ella se despidió de él cariñosamente. Giró la espalda y se alejó a paso ligero.
Y otra vez esa sonrisa de satisfacción se le dibujó en los labios.
Gol. Ceci 1, Emilio 0.
Fin del partido.

01 mayo 2011

La amante porteña

Buenos Aires by Cristian Magro | on Deviantart
Hace diez años solía ir cada tanto a un bar del microcentro porteño, muy conocido por su ambientación estilo irlandés. El Kilkenny, un lugar pintoresco, bullicioso, donde se juntan oficinistas de la zona (chicos de traje y chicas pintonas) que se mezclan con los gringos que van por un trago y sentirse un poquito como en la taberna de su ciudad. De ese lugar tengo miles de historias para contar, pero me voy a detener en una en particular, que trascendió durante varios años.
Estaba yo sentada en la barra, sola, aburrida. Evidentemente mi amiga me había dejado plantada, pero ya tenía mi cerveza así que decidí terminarla antes de irme. De pronto alguien se sienta a mi lado y me pregunta si hablo inglés. Le contesté que sí de mala gana y levanto la vista. Me encontré con un par de ojos color celeste cielo de mirada pacífica. Me sonrió, se presentó como Chris nomeacuerdocuantos y empezamos a hablar. Sin quererlo, congeniamos. Él era de Alemania y estaba de paso por Buenos Aires mientras esperaba confirmación del vuelo que lo llevaría de regreso a su país. Yo era, en ese entonces, una fulana flamante treinteañera algo descocada, que trabajaba como asistente de medios en una agencia de publicidad. Hablamos mucho, de sus vacaciones por Latinoamérica, su trabajo, mi trabajo, mi vida, nuestro respectivo estado civil. Tomamos un par de cervezas más, nos dimos un beso, luego otro, y beso va mimo viene terminamos pasando la noche en su habitación, en ese hotel berreta donde se estaba hospedando. Dos días después volvimos a vernos, y al otro día lo mismo. Estuvimos casi una semana y media saliendo juntos, recorriendo mi Buenos Aires querido de la mano como dos adolescentes atortolados. Un lunes, me llama a la mañana para avisarme que le confirmaron vuelo para ese mediodía, y se estaba yendo en ese instante para Ezeiza. No hubo lágrimas, le desee buen viaje y quedamos en mantener el contacto por mail.
A lo largo de tres años nos escribimos esporádicamente, nos enviamos tarjetitas virtuales, fotos, etc. Durante ese tiempo tuve varios cambios de trabajo, y dejé de revisar tan asiduamente esa cuenta de email. Un día descubro que me había enviado un mensaje hacía un mes atrás, anunciando que estaría pasando unos días por Buenos Aires, y que tenía muchas ganas de verme.
¡Quería volver a verme...!
No lo dudé. Le devolví el mensaje, arreglamos para vernos durante mi hora de almuerzo, y lo que iba a ser un encuentro de una hora terminó haciéndose de seis (excusa pedorra a mi jefe mediante, sabía que me podía costar el empleo pero me importó dos carajos). Él estaba igual de hermoso que la primera vez, con la piel algo colorada, típico de los paliduchos que se exponen mucho al sol. Otra vez pasamos cuatro días juntos, nos encontrábamos al mediodía para almorzar y nos volvíamos a ver a la salida de la oficina. Él me esperaba seis y cuarto en el lobby del hotel, me recibía con un abrazo y de ahí sin escalas a su habitación. Y otra vez, repentinamente le confirmaron vuelo y me llamó para despedirse. Otra vez sin lágrimas y sin reproches le deseé buen viaje. Continuamos manteniendo el contacto a través del mail.
Pero la tercera vez fue distinta.
Dos años después me escribió diciendo que estaba pasando por Buenos Aires durante unos días, y me dio la dirección del hotel donde iba a estar parando, para que fuera a verlo en cuanto pudiera. Y en cuanto pude, dejé todo para ir a su encuentro, que fue igual de ardiente que las veces anteriores. Hacía calor y me di una ducha antes de irme. Mientras me secaba el pelo, él me abraza por la cintura y me dice casi en un susurro, que esta iba a ser la última vez que estaríamos juntos. ¿Por qué? Porque en unos meses se casaba. Adiós vacaciones de tres meses. Adiós a los viajes de mochilero por el mundo. Adiós a las juergas con sus amigotes. Adiós a la amante porteña de pelo rojo.
Me dejó muda. No me lo esperaba.
No hubo lágrimas para ninguno de los dos. Nos quedamos un largo rato de pie, abrazados, en silencio. Mi pelo todavía mojado goteaba sobre su hombro. El ruido del tránsito porteño se colaba por la ventana. Sólo la luz del baño iluminaba la habitación a oscuras. Nos vestimos, salimos a cenar y no mencionamos para nada el asunto.
Volvimos a vernos al otro día. La última vez. No quise ofrecerme a acompañarlo a Ezeiza al día siguiente por miedo a quebrarme. Le deseé éxitos en su trabajo y felicidad en su matrimonio. Me despedí con un abrazo y un beso en la boca, y me fui caminando sin mirar atrás.
Semanas después recibí un breve mail de parte de él:
"No quiero que estés triste, sos una chica muy agradable y no mereces estar mal. Todas las veces que estuvimos juntos fue lo más lindo que me pasó, fue como magia. No puedo explicarte por qué me caso, pero seguramente lo entenderás. Eres una mujer extraordinaria. Te voy a extrañar y deseo sinceramente que seas muy felíz. Te amo. Chris W."
Ni bien terminé de leer esto, lloré emocionada.

Yo también te amo Chris, donde quieras que estés ;)
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28 febrero 2011

La dama, el valiente y la foto de perfil

Coffee Break 3 by *ThePaminator | Deviantart »
Esta escena sucede una tarde en un conocido café de la zona céntrica. Un señor y una señorita se conocen personalmente después de haber chateado mucho tiempo por Facebook. Él es asesor de productos financieros en un banco privado y ella es recepcionista en una consultora.
Se encuentran, se saludan, piden un café y luego de varios minutos de conversación típica (el trabajo, la familia, el clima...), surge la pregunta del millón. El le pregunta a ella:
–La verdad que sos muy linda, como en todas las fotos de tu Facebook.
–Ay, gracias.
–Bueno, ¿y vos qué opinás de mí ahora?
–¿Querés la verdad?
–¡Claro!
–En tu foto de perfil estás distinto.
–¿Distinto, cómo?
–Te falta bastante pelo acá y tenés unos cuantos kilates de más. ¿Esa foto la hiciste retocar con el Photoshop o es de hace diez años?
La cara del señor, irreproducible. Más que irreproducible, difícil de describir con palabras. Su orgullo masculino se fue al piso y se puso morado, pero se mordió la lengua antes que decir algo fuera de lugar. Más allá de haber dicho semejante guachada, ella era una dama, y él un caballero.
–Te ofendiste, ¿no? –dijo ella con voz tímida, como disculpándose. –Vos querías la verdad...
La verdad era que él tenía unas irrefrenables ganas de levantarse y dejarla sola. Pero por una milésima decidió quedarse en su lugar, seguir en la batalla hasta el final como un valiente sabiendo que la guerra ya estaba perdida.
–No, linda, para nada. Me alegra que tengas la valentía de decir lo que pensás así tan de frente. Cada cual es como es y bueno, hay que saber reírse de lo que toca en suerte.
–Ah... Porque mirá que nunca dije que esos detalles me molestaran, eh.
El tipo la miró. Ahora de verdad no entendía ni jota. “Las minas son un misterio...”, pensó. Ella sorbió su café y siguió hablando tranquilamente:
–Las fotos nunca nos hacen justicia. Sólo muestra lo que somos por fuera en un momento determinado, y lo que somos por fuera cambia todo el tiempo. Hoy tenés el pelo largo, mañana se te cayó todo. Voy a decir una soberana boludez: lo que importa es lo de adentro. Más allá del poco pelo o los kilos de más, sos un tipo interesante. ¿Sabés por qué? Porque podés hablar más de diez palabras coherentes seguidas, y eso es algo raro en la mayoría de los hombres de hoy.
–¿En serio?
–En serio, creeme. No sé, debe ser porque miran demasiado a Tinelli o porque no leen otra cosa que el Olé. Pero a mí particularmente una buena conversación me puede más que unos bíceps o abdominales de gym.
El orgullo del señor, antes caído como trapo de piso, se puso en pie enseguida, se sacudió el polvo, se emprolijó y salió a dar batalla. La guerra no estaba perdida. Él preguntó si ella había leído a Scott Fitzgerald. Ella dijo que no, y él tuvo oportunidad de lucirse hablando de su escritor favorito mientras ella lo miraba con los ojos brillantes, como si estuviese viendo al mismísimo Brad Pitt.
Pidieron otro café, arrimaron más las sillas y horas más tarde terminaron pasando la noche juntos en el departamento de él.
“Definitivamente, las minas son un misterio... Gracias Scott, te debo una.”