04 febrero 2013

El método infalible

'Where is my drier?' by sliwka91 | Deviantart.com
Me pasó otras veces con otros tipos, y con todos apliqué el mismo método. Funcionar, funciona. 

–Ah no... Me quiero matar, darling. –me dice Lalo, con cierto temblor en la voz, mientras me pasa nerviosamente el cepillo por el pelo y me mira a través del espejo.
–¿Que pasa? –pregunto, extrañada ante tan repentino cambio de humor.
No hizo falta explicar mucho. Una mujer alta, de pelo largo rubio y cuidado maquillaje, transita el pasillo con la mirada fija y una enorme sonrisa. Al caminar, taconea de tal forma que a su paso todos frenan, se corren, sacan los pies.
La dama en cuestión abraza efusivamente por el cuello a Lalo, le da un beso muy cercano a la boca y le dice que lo espera para que la atienda. Éste la mira como si viniera una granizada.
–¿Qué onda con la Graciela Alfano? –dije yo entre risas.
–No te rías, boluda; esa mina está atrás mío y no me deja en paz, no la soporto.
–Pero, ¿sabe que vos...?
–Sí, sabe que soy puto. Pero se le metió en la cabeza que me quiere voltear para enderezarme las ideas.
–Uh, medio obsesiva.
–Sí, si la mirás con un solo ojo. Estaba casada con un empresario, se divorció, le ganó un juicio millonario y ahora se dedica a vivir la vida. Y así como la ves, mami, está aburrida y necesita un juguete.
–¿Y dónde la conociste?
–La recomendó una clienta que viene siempre. Pero apenas vino, me vio, y a los diez minutos ya me estaba invitando a cenar a la casa, que me pasaba a buscar en el auto y yo que sé. Obvio le agradecí pero le dije que no. Después volvió, y siempre volvía a la carga hasta que le dije, mirá no sé qué querés conmigo pero yo soy gay. Se ríe y me contesta: "ay tontito, eso porque nunca conociste una mujer de verdad como yo; probame y vas a ver la diferencia".
Yo me empecé a reír a carcajadas y miraba de reojo a la señora en cuestión, a la que ahora le estaban lavando el pelo.
–¿Cuántos años tiene?
–Cuarenta y tres. Posta, Deborah le vio la cédula cuando pagó con la tarjeta.
A Deborah, la hermana mayor de Lalo y administradora del negocio familiar, no se le escapa ningún detalle.
Tenía que admitir que estaba impecablemente cuidada para la edad que tenía. Se notaba que pasaba varias horas al día en el gimnasio, que se había operado las lolas e incluso colágeno en la boca. La típica "dama" rubia y liberal, le faltaba el perrito faldero.
–Yo no quiero ser grosero, viste, –continuó hablando Lalo, mientras hacía sonar las tijeras en mi nuca. –pero no sé cómo sacármela de encima. Es pesada como mosca de verano. La típica mina que no acepta un "no" como respuesta y cree que todo tiene un precio. Yo no me vendo, ¡no soy un peceto, che!
Luego de una pausa, dije:
–¿Sabés qué, Lalo? Tendrías que darle bola.
–¿Qué? ¡Nah! –dijo, mirándome a través del espejo con los ojos enormes.
–Sí, papucho. Dale bola. Decile que sí, andá a cenar a la casa, andá que te compre pilchas en el shopping, que te lleve a Mardel el fin de semana. Disfrutá la joda. Cuando vea que no se te para porque sos puto y no hay vuelta que darle, se va a cansar y va a apuntar para otro lado.
–¡Eso sería como regalarme! Y no, my dear, no, tengo mi orgullo.
–Probá el método de darle bola. A mí, me dio resultado... –dije, encogiéndome de hombros.
–¿Qué? ¿Con quién? ¡Contame ya!
–Con un conocido de mi ex, que tenía una agencia de publicidad. Nos cruzamos de casualidad en un evento. Era re simpático y yo, como una boluda le di mi tarjeta, y no paraba de tirarme los perros. Me mandaba flores a la oficina, me llamaba a cada rato, me mandaba mails. Yo todo bien, el tipo no era feo pero no sé, viste, no era mi onda, ¿entendés? Un día alguien me dijo, "si querés que un tipo te deje de acosar, acostate con él y santo remedio". Así que, le acepté la cena, le acepté los tragos, y a la hora de los bifes la cosa no anduvo...
–¡No me digas!
–Y sí. Me lo veía venir. Cuando tenés todo lo que querés así tan fácil, ¿qué te queda? Nada. Te compraste el kilo de matambre y te diste cuenta que no tenías hambre. Y fue tal cual eh, nunca más jodió, dejó de llamar, dejó de mandar mensajes. Nos cruzamos en otros eventos pero ya me saludaba como a una colega de trabajo y nada más. Me pasó otras veces con otros tipos, y con todos apliqué el mismo método. Es infalible. Funcionar, funciona. 
Lalo se quedó pensativo mientras retocaba la parte delantera. Me secó, me puso un poco de gel, me moldeó el corte y luego dijo:
–Si decís que funciona, yo pruebo. Total, nothing to loose. 
–¡Ése es mi tigre!
Ni bien me levanté del sillón, la dama lo ocupó sin perder un solo segundo. Me despedí de Lalo, que me miró con un leve gesto de resignación. Dio media vuelta y puso su mejor onda para atender a la diva, emocionada como una jovencita a punto de probarse el vestido de quince.

Una semana después, recibo un llamado en la oficina a primera hora:
–Tenías razón, bruja. –dijo Lalo, emocionado. –Salimos durante la semana y cuando vio que la cosa no iba ni p'adelante ni p'atrás, se resignó como una lady y dijo que lo nuestro era imposible. Pero me contó Deborah que hoy la vio revolotear atrás del profesor de Yoga del gym. ¡Puf!
–Viste. El que sabe, sabe...
–Y el que no, es estilista. Sos una genia, I love you, darling.


27 enero 2013

La caballerosidad ante todo

'Gentleman Caller' by BurlapZack | Deviantart.com
Para llegar al corazón de una chica en la primera cita no hacen falta flores ni chocolates ni restaurantes caros

Si hay algo que los hombres deberían considerar muy seriamente en una primera cita no es la pilcha ni el perfume ni la billetera: es la caballerosidad. Así es, muchachos. La caballerosidad ante todo. Que te haya aceptado la salida es apenas una mínima parte de tu éxito, sea cual sea tu intención con la señorita. De la misma forma que un tigre no se hace manso con solo tirarle un churrasco, con las mujeres pasa algo parecido; claro, a menos que ella esté visiblemente en liquidación por cierre, así que de ésas no voy a hablar porque es obvio. Hablo de las chicas que valen la pena. La cosa hay que trabajarla a fuego lento y aquí el galanteo, la simpatía y el intercambio son fundamentales.

Me acuerdo de haber salido una vez con alguien que no conocía personalmente. Sí nos habíamos visto en fotos y habíamos chateado muchas horas. Era licenciado en no se qué de literatura y además escribía, por lo tanto amaba los libros, y alguien que ama los libros no puede ser tan malo, ni mucho menos aburrido. Nos citamos en una librería en Recoleta y curiosamente ese día yo fui puntual y lo había esperado casi veinte minutos, merodeando la isla de libros de filosofía y esas yerbas. Él llegó, me vio con un libro de Noam Chomsky en la mano y empezó a hacer una crítica al trabajo del mencionado, hasta que en un momento corté el monólogo en seco y dije:
–¿No me vas a saludar con un "hola", como todo el mundo?
Se quedó sorprendido. Llegó y ni siquiera unas palabras amables tales como "uf me demoré, disculpame / que linda estás / ¿esperaste mucho?". En fin.
Caminamos un par de cuadras por la vereda del cementerio hasta un café tranquilo. Él hablaba de no me acuerdo qué, e iba caminado al menos tres o cuatro pasos delante mío. Largué la segunda estocada:
–¿Te molesta si caminamos juntos? Es sábado, ¿cuál es el apuro?
Otra vez puso cara de circunstancias, como si le hubiese dado un cachetazo, y caminamos en absoluto silencio hasta que llegamos a un lugar que nos pareció lindo. Nos sentamos en las mesas de afuera porque la noche estaba fresca pero agradable. Luego que nos trajeran el pedido, intercambiamos algunas palabras. No preguntó a qué me dedicaba ni de qué signo era, ni nada que lo aproxime a conocer algo de mi persona. No. Empezó a hablar algunas incongruencias al principio y luego contó una historia de la cual sólo cazé un treinta por ciento, debido a que su tono de voz monocorde era difícil de seguir auditivamente, y para colmo en la mesa de al lado había un grupo de personas que hablaban en tono alto y demasiado claro. Y sí, lo que se hablaba en la mesa de al lado era mucho más entretenido.
Miré el reloj. Nos citamos a las 23 hs, él llegó 20 minutos tarde, ya son casi las 2 de la mañana y este tipo no paraba de hablar... Bostecé y dije:
–Sabés, creo que me voy yendo a casa, me duele la cabeza.
Y ni bien termino de decir eso, se me lanza encima como una fiera y pretende darme un beso.
–¿Qué hacés? –le digo.
–¿No te gusta que te besen?
–Me encanta. Pero no así.
–¿No dijiste que yo te gustaba?
–Sí, lo que no me gusta es tu actitud.

Me puse de pie y empezamos a caminar hacia la avenida. Otra vez, el señor iba varios pasos delante mío. En la esquina de Las Heras y Callao se me planta y me dice qué fue lo que me cayó mal de él.
¡Que pregunta!
Y empecé a enumerar:
–Llegaste tarde y te pusiste a dar una clase de semiótica sin siquiera haberme saludado antes. Tenés la camisa arrugada y los puños sucios. Caminás delante mío y no te fijás si estoy o me pisó un bondi. Hablás sin que te importe si la otra persona también estaba hablando o si al menos te está escuchando. No preguntaste por cortesía absolutamente nada sobre mí. Y para rematar, te me tiraste encima sin ninguna delicadeza o galanteo previo.
–¡Ah, bueno! ¿Algo más?
–Sí. Te comés las uñas. ¡Yuhg!

Se sintió ofendidísimo, dijo un par de estupideces inteligibles, dio media vuelta y se fue. Me dejó ahí parada en la esquina, dos y media de la madrugada. La hubiese remontado un poquitito con un "bueno todo bien, te llevo a tu casa en taxi" o al menos el económico "te acompaño hasta la parada del bondi".
Nada.
Me reí, me puse los auriculares y decidí caminar Callao cuesta abajo, para respirar aire fresco y aliviar el dolor de cabeza. Además, era una noche hermosa como para desperdiciarla así. Pasé por una heladería y me compré una barrita cubierta de chocolate que me terminó de alegrar el paseo.
Llegué a casa y le di una última mirada a mi Facebook. El susodicho, ni lerdo ni perezoso, desapareció de mi lista de amigos e incluso me bloqueó. Que bueno, me ahorró el trabajo.

Ahora saben, señores, que para llegar al corazón de una chica en la primera cita no hacen falta flores ni chocolates ni restaurantes caros. Empiecen por usar ropa limpia, ser educados, ubicados y galantes.

Y no se coman las uñas.

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18 enero 2013

Diálogo entre Ella y Él

'it's not your cup of tea' by ~lostinnebula | Deviantart.com
Antes convidame una aspirina así se me pasa el dolor de cabeza... Tenés, ¿no?

Escena: Ella está aburrida y lo llama a Él. Él casualmente está solo y la invita a visitarlo.

El: Que bueno que viniste, ¿tardó mucho el bondi?
Ella: Y sí, un poco. Lástima que no me fuiste a buscar.
Él: Tengo el auto en el taller
Ella: Hace dos meses que está en el taller...
Él: Sí bueno, es algo del motor, medio complicado por el tema de repuestos.
Ella: (sentándose en el sillón) Uf, ¡qué calor! ¿Tomamos una cervecita?
Él: Ehmm, no tengo, se acabó...
Ella: Bueno, ok... Pero preservativos tenés, ¿no?
Él: (desperezándose) Uh no, sabés, no compré, me olvido.
Ella: Bueh, no importa, yo siempre tengo en la cartera.
Él: ¿Siempre?
Ella: Y sí, hay que estar preparada, nunca se sabe lo que puede pasar.
Él: (cara de winner) Vamos a mi pieza.
Ella: No esperá, antes convidame una aspirina así se me pasa el dolor de cabeza.
Él: (cara de sorpresa) Ah...
Ella: Tenés, ¿no?
Él: No.
Ella: Bueno, ¿un cigarrillo?
Él: No, tampoco. Se me terminaron hace una hora.
Ella: (con fastidio) Sabés, mejor me voy a casa.
Él: ¿En serio?
Ella: Sí, en serio. ¿Bajás a abrir?
Él: Fijate si está el portero, me da fiaca bajar.
Ella: ¡Oookk! ¡Chau!
Él: Chau, me... ¿me mandás un mensajito si andás por acá otro día? ¿Así nos vemos?
Ella: (con sarcasmo) ¡Sí, claro!

Pensamiento de ella: ¡Que rata por dió! ¡Nunca más algo con este pelotudo!

Pensamiento de él: Se hace la difícil pero está muerta conmigo, jeje

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia... o tal vez no.

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30 diciembre 2012

Entre dos fuegos

'Together' by ~ANiMEAddiCt4EVA | Deviantart.com
A su vez, estos dos pajaritos son amigos entre sí, e ignoran que salís con ambos...

–Lalo, esto no es normal... ¡Me voy a volver loca! –dijo Alejandra, de ligero mal humor, y luego dio una fenomenal mordida a su medialuna de manteca. Lalo, por su parte, echaba un sobre de azúcar al capuccino y revolvía tranquilamente.
–Bueno mami, vos tranquila. –dijo él, con su característico tono suave de amigo gay. –A ver, Toto es tu amigo, Jorge es tu amigo. A su vez, estos dos pajaritos son amigos entre sí, e ignoran que salís con ambos...
–¿Te das cuenta? No podía haber sido más bizarra la situación. Soy una flor de boluda.
–¿Pero que onda con Toto, nena? Nunca terminé de entender de qué la juega en tu vida ese tipo.
–Mirá Lalo, a mí ese chabón me compró con la mirada. Sí, con la mirada solamente. Bailamos, hablamos, después salimos, y esa mirada de perrito sin dueño me desarmó por completo. En el fondo, es como un chico perdido. Yo me siento igual que él a veces. Como rara, perdida, dispersa. Su angustia es mi angustia, su fuerza es mi fuerza, su alegría es mi alegría. ¡Es como si estuviésemos unidos, de alguna forma por un lazo invisible!
–¿Y te llama? ¿Te manda mensajitos? ¿Se preocupa por vos?
–No, nada de nada. Si yo no le hablo, él no me habla ni me llama.
Alejandra se comió la segunda medialuna con la misma ansiedad que la primera.
–Ah, pero es un pelotudo importante. Mandalo a cagar, ¿de que te sirve un flaco así?
–Es que en cierto punto, me gusta que las cosas sean así. Pero también me duele que sean así. No puedo vivir con eso y no puedo vivir sin eso. Siento como una tristeza que sé que no es mía, pero me la tengo que fumar igual.
Lalo sorbió su capuccino y la miró con los ojos muy abiertos. Luego exclamó:
–Te juro que no lo entiendo, nena.
–Yo tampoco.
–Y por el otro lado tenemos a Jorgito.
–Así es. Vos ya lo conocés, es un amor de persona, es educado, atento, prolijito, impecable. ¡el hombre perfecto!
–Pero... –dijo Lalo, recalcando las vocales.
–Pero no quiero enamorarme de él.
–Entonces, ordenemos las cosas Ale. –sorbió el último trago de su capuccino y luego apartó la taza. –Vos no tenés obligación de salvar a Toto de sus angustias y problemas. Vive en su burbuja y no te permite entrar pero quiere que estés del lado de afuera para no sentirse solo. ¿Sabés hasta cuando? Hasta que encuentre otra minita que le quepa. Sí, mi amor. Los putañeros son así, perdoname que te lo diga. Es como un nene desprotegido pero déspota al mismo tiempo, y como sabe que esa miradita tierna surte el mismo efecto en todas las mujeres, usará esa arma para tener a todas las que pueda alrededor suyo, ¿entendés? Además, ¡es un forro! Debería estar agradecido que una mujer linda e inteligente como vos le da bola. 
–Últimamente no hace otra cosa que llenar su Facebook de minitas. Siento como que él mismo está saboteando todo lo bueno que yo le doy.
–¿Y lo querés?
–Lo quiero. Pero no lo amo. No me puedo enamorar de eso.
–Y Jorgito, es el némesis de Toto. Después de todo lo que pasó, creo que es hasta justificable que esté tan apegado a vos. Él realmente te aprecia en todas tus dimensiones. No es por nada mamucha, pero si yo tuviera que tomar partido, me quedo con Jorge.
–No se trata de decidir quién es el mejor partido. Yo también quiero a Jorge, lo adoro, pero no me quiero enamorar. No puedo enamorarme. ¿Sabés por qué? Porque no lo puedo salvar de su depresión. No sería amor, sería una droga. Yo no puedo reemplazar a la mujer que perdió. Si lo salvo, voy a estar obligada a salvarlo por el resto de mi vida, y no sé si puedo cargar con esa responsabilidad, ¿y si todo se va al carajo? ¡Se pega un tiro! 
Alejandra sorbió el resto de su café con leche. Lalo se comió la tercera medialuna que su amiga dejó intacta y se quedaron en silencio unos segundos. Luego, él habló:
–¡Ah! Te digo por experiencia, no hay nada más feo que quedar entre dos fuegos. Una vez me pasó, con un vecinito que estudiaba abogacía y un profesor de la academia. Al principio me gustó tener la atención de los dos, era excitante, ¡pura adrenalina! Pero después me atacó la culpa, empezaron a celarme, a controlarme, y cuando vi que las cosas se me iban de las manos, tuve que dejarlos a ambos. Te digo, que si estos dos, si por esas putas casualidades se enteran que andás con uno y otro, largar no te van a largar, pero son capaces de agarrarse a piñas.
–¡Ay no, ni lo digas! Al final, yo no creo en el amor y sin embargo, el amor me persigue. ¿Por qué es todo tan difícil, che? 
–Porque el amor es un malentendido. Porque siempre te enamorás del que no te ama y te ama el que no podés ni ver.
–Es así. Que verga...
Se descostillaron de risa y luego Alejandra llamó al mozo. Pagó la cuenta, salieron del Shopping y se alejaron por la avenida caminando despacio, tomados del brazo, como dos viejas comadres que se han puesto al día con los chismes.


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07 diciembre 2012

Historia del que volvió con un ramo de fresias rojas

'_303' by Hp1 | Deviantart.com
 El chorro de agua fue lo suficientemente fuerte como para regarlo de arriba a abajo en pocos segundos.

Sonó el portero eléctrico. Corrí a atender.
–Hola, ¿quién es?
–Hola querida, –contesta don Bruno, el encargado del edificio.– alguien acá te busca.
–¿Y quien es? –pregunto.
Luego de una breve pausa, me contesta:
–Dice que quiere darle una sorpresa.
¡Bueh! Me cago en la gente y sus misterios.
–Ok, ahora bajo, gracias.
Salí al balcón para mirar y ver quién era esa persona misteriosa que me quería sorprender. No se podía ver un catzo. "Será posible..." pensaba yo mientras bajaba por las escaleras. ¿Quién podía ser a las ocho y media de la mañana de un sábado?
Salgo al patio de entrada. Don Bruno estaba limpiando la vereda con la maguera. Abro el portón y me asomo. A la izquierda, al lado de la perfumería, lo veo parado con un ramito de fresias.
Era Mike.
¿Pero qué carajos...? Mi cara debió haber sido de antología. Hubiese pagado para que alguien me retratara en ese instante.
Él sonrió, miró con esos ojos de perrito que se acaba de orinar en el sofá nuevo. Avanzó despacio hacia mí, porque yo no me podía ni mover y dijo "¡Hola!" con su típica tonada alemanosa.
–Che, que... ¡Qué sorpresa! ¿Qué te pasó? ¿Te deportaron? –alcancé a decir. Estaba nerviosa.
–No, me tomé unos días de vacaciones y vine...
–¡Vos sí que tenés suerte! Y tu novia, ¿sabe que viniste hasta acá?
–No hablemos de eso. –dijo, y la sonrisa se le cayó un par de milímetros, señal de que había dado un golpe bajo. Genial.
–Que cagada si se entera, eh. ¡Dormís en la calle! –continué, metiendo púa al asunto.
–¿Qué...? Bueno, ya, no seas agresiva. Vine a verte. Te... te traje flores. –y me extendió el ramito que llevaba en la mano.
–El rojo es tu color favorito. Me hubieras traído de mi color favorito al menos.
–Ya, te gusta pelear, eh. Todavía estás enojada...
Ah no... Hice explosión. El Krakatoa, un poroto.
–¡Por supuesto que sigo enojada! ¿Qué te creés, pelmazo? ¿Qué después de haberme mentido tan descaradamente podés venir acá así como si nada? ¿A qué? Decime, ¿a qué viniste?
Miró incómodo hacia los cuatro costados antes de contestar.
–¡Calma! Vine a saludarte. Quería verte, saber que estás bien... –dijo, pero con cierta incomodidad.
–Bueno, ya ves, estoy bárbaro, ¡fenómeno! Y no gracias a vos, cretino.
Miró como si no hubiese entendido la mitad de las palabras. No me extrañaba: siempre le costó horrores comprender el léxico porteño. Se rascó el cuello, como si la camisa le molestara, y siguió hablando.
–Yo, he pensado mucho en tí, lo que pasó y... No fui bueno contigo, sabes. No estuvo bien lo que hice. Te lastimé mucho, no lo merecías, siempre fuiste buena y generosa conmigo. Te quise, todavía te quiero. ¿Me perdonarás? –dijo, bajando la cabeza.
Será posible, todavía hay giles que creen que ese discurso pedorro funciona...
Levanté las cejas. Esto era el colmo de los colmos. Si lo cuento, no me lo cree ni mi madre. Mi ex novio, que me convenció que venía desde Alemania exclusivamente a conocerme a mí y al que más tarde pesqué haciendo el mismo verso a otras candidatas (una suerte de casting), ahora dice que me quiere y me pide perdón...
–Y decime, ¿por qué debería yo perdonarte?
–Porque, porque eres una mujer buena, compasiva, y muy fuerte. Sé que podremos volver a empezar, sin mentiras... Tu eres importante para mí, muy importante.
Me crucé de brazos. Recordé por un instante los momentos que pasamos juntos, todas las cosas hermosas que había sentido por él, todas las palabras que me hicieron sentir la más afortunada del planeta.
Solté un suspiro.
–¡Ah! Mike... mi hermoso... –dije yo. Y sonreí con mi mejor sonrisa.
Caminé hacia él. Él me abrió los brazos contento. Me desvié rápidamente hacia la derecha y agarré la manguera con la que Don Bruno estaba lavando la vereda. El chorro de agua fue lo suficientemente fuerte para regarlo de arriba a abajo en pocos segundos. El quía manoteaba al aire como si se estuviese ahogando, ¡mariconazo! Seguro le mojé hasta los calzones.
Estaba para subir ese gag a YouTube. Que lástima que nadie estaba filmando la escena, lo tiró.
Tiré la manguera a un costado y le dije, con la voz más dulce que me pudo salir en ese momento:
–Sí, mi amor, ¡te perdono! Pero no quiero verte nunca más por acá ni saber nada de vos, porque la próxima te revoleo el macetero, y son cuatro pisos para abajo. ¿Entendiste?
Masculló algo en su idioma, unas cuantas puteadas seguramente, y se fue. Iba dejando una estela mojada en la vereda a medida que se alejaba en dirección a la Av. Independencia. Los pocos transeúntes que había, lo miraban extrañados o jocosos. Bonito espectáculo.
Yo me reía. Me reía como loca. Por fin, la herida estaba cerrada por completo y las puertas del pasado cerradas con doble llave.
–Querida, tu amiguito te dejó las flores en la vereda. –dijo don Bruno y me tendió el ramito de fresias.
Las miré. Eran bonitas. Lo que se regala con amor no se puede despreciar. Las agarré, le agradecí al encargado la gentileza, todavía riéndome a carcajada limpia, y subí al departamento.
A pesar del incidente, Mike continuó escribiéndome cortas y esporádicas misivas electrónicas, posiblemente porque tenía demasiado tiempo libre, o quizá toneladas de culpa encima. Me seguía a través de la red en todo lo que hacía. Un día se cansó y dejó de golpear la puerta. Se convenció de que había perdido toda oportunidad con esta mina jodida.

–... Y esa es la historia de estas fresias, amor. –dije, mirando a mi nieta preadolescente. –Guardé un ramito porque en el fondo seguía siendo una chica romántica y quería conservar el recuerdo de ese momento tan... particular. Y mirá lo bien que se han conservado, ¿eh? después de casi treinta y cinco años.
Ella las miró fascinada y las tocó con la punta de sus dedo índice, como queriendo ver ella también el recuerdo que encerraban. Cerré delicadamente el libro y lo puse en su lugar.
–Esa sí que es la historia de amor más graciosa de todas, abue. ¡Eras tremenda! –me dice, con una sonrisa pícara.
Yo le acomodo un mechón de pelo y le beso la frente. Sí, fui tremenda. Al día de hoy no me arrepiento.

La vida es una sola y está para vivirla; yo la viví tan intensamente que no creo me haga falta otra vida para saldar asuntos pendientes.


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04 diciembre 2012

Hablé con Jesús (VI)

'Loser' by XbrutalRomancex | Deviantart.com
El pez por la boca muere. No tengo remedio, se termina el año y sigo igual que cuando empezó.
–Jesús, no sé que hacer, esta vez la pifié fulero, pero fulero mal... ¡Le dije Jorge a Marcos! –confesé desesperada.
Me miró serio y levantó una ceja por encima de los lentes.
–¿Y cómo pasó eso? –preguntó con su característica tranquilidad.
–En el peor momento pasó. Después de acabar, todavía estaba en sus brazos cuando me salió así, decirle "Jorge"... pero me salió solo, eh. No estaba borracha, no tomé nada raro. Lo más feo fue su mirada acusadora. Estaba sorprendido, como si le hubiese metido un sopapo. "¿Jorge? ¿Quién es Jorge?" dijo en voz bajita, tranquilo aunque en el fondo estaba recaliente. Se le notaba. Bueno, me pongo en su lugar y me imagino, si un tipo me dice Marisa o Julieta, ¿pero sabés cómo lo emboco?
Hice una pausa. Suspiré y me acomodé el pelo. Dibujé una línea imaginaria en el escritorio de Jesús y continué:
–Lo primero que se me ocurrió fue hacerme la boluda. No sabía qué decirle. Lo peor de todo fue que yo también me puse a pensar por qué carajo le dije...
–Jorge se llama ese amigo tuyo.
–Sí, sí. Pero él y Marcos son las antípodas. Jorge es rubio de ojos claros, flacucho y pálido como muerto. Marcos tiene el pelo enrulado y los ojos oscuros, lindo colorcito de piel, lindo tono muscular, pellizcable. Y en la espalda tiene tatuado un San Jorge y el Dragón, ¿podés creer? Vi eso y aluciné. ¡Wau! Nunca estuve con alguien que tuviese un tatuaje. Debe ser porque siempre salgo con jovatos marmotas que te dicen vivir la vida al límite y capaz que se la creen porque chamuyan varias minas al mismo tiempo por Facebook, usan dos aritos en la misma oreja y capaz hasta saltan del bondi cinco segundos antes que frene. Uh, ¡cuánta rebeldía! 
Jesús sonrió. Yo también me tuve que reír.
–Sabés una cosa, mi mamá dice que cuando dos personas se están pensando al mismo tiempo, les sale decir sus nombres. ¿Será verdad? Porque te juro que yo no estaba pensando en Jorge, eh. Bueno creo. No sé, ¿el tatuaje tendrá algo que ver? El San Jorge, por ahí lo relacioné... Digo. Bah qué se yo, medio traído de los pelos eso... A ver, me acuerdo había hablado temprano por teléfono con él y me dijo que si yo ya tenía planes para salir, él se iba de joda con otra minita. Yo me reí y le dije, hacé lo que quieras, no me tenés que pedir permiso. Y además, ¿qué me importa?
Jesús sonrió. Dio vuelta un par de hojas de su cuaderno y dijo:
–¿Estás segura que no te importa?
–Absolutamente. ¡Mirá, si esperaba darme celos con ese truco gastado, se va a morir de viejo esperando! ¡Já!
Hice un corto silencio. Me pasé la mano por la cabeza y suspiré:
–En serio, Jesús. Con lo que me costó que Marcos me diera bola y la cagué así. No tengo remedio, el pez por la boca muere. Se termina el año y sigo igual que cuando empezó.
Jesús juntó las manos y habló:
–A ver, no voy a culpar a Marcos porque su enojo está justificado y es totalmente entendible. Pero tampoco te mortifiques así. Fue un accidente, un lapsus. No quisiste decirle eso, pero te salió. Y si te salió, un motivo tiene que haber. Deberías revisar tus sentimientos para con Jorge y sincerarte a vos misma, qué te está pasando con él.
–No, no. A ver, Jorge es mi amigo. Quedamos en tener una amistad y nada más. Bueno, en realidad, es una amistad con derecho a cama, ¿entendés? ¡somos humanos! Pero hasta ahí llega todo. Prohibido enamorarse, no hay nada que revisar o sincerar.
–¿Estás bien segura?
–Sí.
–Y él, ¿piensa igual? ¿siente exactamente lo mismo?

Me quedé muda. Qué buena pregunta... Tan buena que no la podía responder.


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