30 diciembre 2012

Entre dos fuegos

'Together' by ~ANiMEAddiCt4EVA | Deviantart.com
A su vez, estos dos pajaritos son amigos entre sí, e ignoran que salís con ambos...

–Lalo, esto no es normal... ¡Me voy a volver loca! –dijo Alejandra, de ligero mal humor, y luego dio una fenomenal mordida a su medialuna de manteca. Lalo, por su parte, echaba un sobre de azúcar al capuccino y revolvía tranquilamente.
–Bueno mami, vos tranquila. –dijo él, con su característico tono suave de amigo gay. –A ver, Toto es tu amigo, Jorge es tu amigo. A su vez, estos dos pajaritos son amigos entre sí, e ignoran que salís con ambos...
–¿Te das cuenta? No podía haber sido más bizarra la situación. Soy una flor de boluda.
–¿Pero que onda con Toto, nena? Nunca terminé de entender de qué la juega en tu vida ese tipo.
–Mirá Lalo, a mí ese chabón me compró con la mirada. Sí, con la mirada solamente. Bailamos, hablamos, después salimos, y esa mirada de perrito sin dueño me desarmó por completo. En el fondo, es como un chico perdido. Yo me siento igual que él a veces. Como rara, perdida, dispersa. Su angustia es mi angustia, su fuerza es mi fuerza, su alegría es mi alegría. ¡Es como si estuviésemos unidos, de alguna forma por un lazo invisible!
–¿Y te llama? ¿Te manda mensajitos? ¿Se preocupa por vos?
–No, nada de nada. Si yo no le hablo, él no me habla ni me llama.
Alejandra se comió la segunda medialuna con la misma ansiedad que la primera.
–Ah, pero es un pelotudo importante. Mandalo a cagar, ¿de que te sirve un flaco así?
–Es que en cierto punto, me gusta que las cosas sean así. Pero también me duele que sean así. No puedo vivir con eso y no puedo vivir sin eso. Siento como una tristeza que sé que no es mía, pero me la tengo que fumar igual.
Lalo sorbió su capuccino y la miró con los ojos muy abiertos. Luego exclamó:
–Te juro que no lo entiendo, nena.
–Yo tampoco.
–Y por el otro lado tenemos a Jorgito.
–Así es. Vos ya lo conocés, es un amor de persona, es educado, atento, prolijito, impecable. ¡el hombre perfecto!
–Pero... –dijo Lalo, recalcando las vocales.
–Pero no quiero enamorarme de él.
–Entonces, ordenemos las cosas Ale. –sorbió el último trago de su capuccino y luego apartó la taza. –Vos no tenés obligación de salvar a Toto de sus angustias y problemas. Vive en su burbuja y no te permite entrar pero quiere que estés del lado de afuera para no sentirse solo. ¿Sabés hasta cuando? Hasta que encuentre otra minita que le quepa. Sí, mi amor. Los putañeros son así, perdoname que te lo diga. Es como un nene desprotegido pero déspota al mismo tiempo, y como sabe que esa miradita tierna surte el mismo efecto en todas las mujeres, usará esa arma para tener a todas las que pueda alrededor suyo, ¿entendés? Además, ¡es un forro! Debería estar agradecido que una mujer linda e inteligente como vos le da bola. 
–Últimamente no hace otra cosa que llenar su Facebook de minitas. Siento como que él mismo está saboteando todo lo bueno que yo le doy.
–¿Y lo querés?
–Lo quiero. Pero no lo amo. No me puedo enamorar de eso.
–Y Jorgito, es el némesis de Toto. Después de todo lo que pasó, creo que es hasta justificable que esté tan apegado a vos. Él realmente te aprecia en todas tus dimensiones. No es por nada mamucha, pero si yo tuviera que tomar partido, me quedo con Jorge.
–No se trata de decidir quién es el mejor partido. Yo también quiero a Jorge, lo adoro, pero no me quiero enamorar. No puedo enamorarme. ¿Sabés por qué? Porque no lo puedo salvar de su depresión. No sería amor, sería una droga. Yo no puedo reemplazar a la mujer que perdió. Si lo salvo, voy a estar obligada a salvarlo por el resto de mi vida, y no sé si puedo cargar con esa responsabilidad, ¿y si todo se va al carajo? ¡Se pega un tiro! 
Alejandra sorbió el resto de su café con leche. Lalo se comió la tercera medialuna que su amiga dejó intacta y se quedaron en silencio unos segundos. Luego, él habló:
–¡Ah! Te digo por experiencia, no hay nada más feo que quedar entre dos fuegos. Una vez me pasó, con un vecinito que estudiaba abogacía y un profesor de la academia. Al principio me gustó tener la atención de los dos, era excitante, ¡pura adrenalina! Pero después me atacó la culpa, empezaron a celarme, a controlarme, y cuando vi que las cosas se me iban de las manos, tuve que dejarlos a ambos. Te digo, que si estos dos, si por esas putas casualidades se enteran que andás con uno y otro, largar no te van a largar, pero son capaces de agarrarse a piñas.
–¡Ay no, ni lo digas! Al final, yo no creo en el amor y sin embargo, el amor me persigue. ¿Por qué es todo tan difícil, che? 
–Porque el amor es un malentendido. Porque siempre te enamorás del que no te ama y te ama el que no podés ni ver.
–Es así. Que verga...
Se descostillaron de risa y luego Alejandra llamó al mozo. Pagó la cuenta, salieron del Shopping y se alejaron por la avenida caminando despacio, tomados del brazo, como dos viejas comadres que se han puesto al día con los chismes.


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07 diciembre 2012

Historia del que volvió con un ramo de fresias rojas

'_303' by Hp1 | Deviantart.com
 El chorro de agua fue lo suficientemente fuerte como para regarlo de arriba a abajo en pocos segundos.

Sonó el portero eléctrico. Corrí a atender.
–Hola, ¿quién es?
–Hola querida, –contesta don Bruno, el encargado del edificio.– alguien acá te busca.
–¿Y quien es? –pregunto.
Luego de una breve pausa, me contesta:
–Dice que quiere darle una sorpresa.
¡Bueh! Me cago en la gente y sus misterios.
–Ok, ahora bajo, gracias.
Salí al balcón para mirar y ver quién era esa persona misteriosa que me quería sorprender. No se podía ver un catzo. "Será posible..." pensaba yo mientras bajaba por las escaleras. ¿Quién podía ser a las ocho y media de la mañana de un sábado?
Salgo al patio de entrada. Don Bruno estaba limpiando la vereda con la maguera. Abro el portón y me asomo. A la izquierda, al lado de la perfumería, lo veo parado con un ramito de fresias.
Era Mike.
¿Pero qué carajos...? Mi cara debió haber sido de antología. Hubiese pagado para que alguien me retratara en ese instante.
Él sonrió, miró con esos ojos de perrito que se acaba de orinar en el sofá nuevo. Avanzó despacio hacia mí, porque yo no me podía ni mover y dijo "¡Hola!" con su típica tonada alemanosa.
–Che, que... ¡Qué sorpresa! ¿Qué te pasó? ¿Te deportaron? –alcancé a decir. Estaba nerviosa.
–No, me tomé unos días de vacaciones y vine...
–¡Vos sí que tenés suerte! Y tu novia, ¿sabe que viniste hasta acá?
–No hablemos de eso. –dijo, y la sonrisa se le cayó un par de milímetros, señal de que había dado un golpe bajo. Genial.
–Que cagada si se entera, eh. ¡Dormís en la calle! –continué, metiendo púa al asunto.
–¿Qué...? Bueno, ya, no seas agresiva. Vine a verte. Te... te traje flores. –y me extendió el ramito que llevaba en la mano.
–El rojo es tu color favorito. Me hubieras traído de mi color favorito al menos.
–Ya, te gusta pelear, eh. Todavía estás enojada...
Ah no... Hice explosión. El Krakatoa, un poroto.
–¡Por supuesto que sigo enojada! ¿Qué te creés, pelmazo? ¿Qué después de haberme mentido tan descaradamente podés venir acá así como si nada? ¿A qué? Decime, ¿a qué viniste?
Miró incómodo hacia los cuatro costados antes de contestar.
–¡Calma! Vine a saludarte. Quería verte, saber que estás bien... –dijo, pero con cierta incomodidad.
–Bueno, ya ves, estoy bárbaro, ¡fenómeno! Y no gracias a vos, cretino.
Miró como si no hubiese entendido la mitad de las palabras. No me extrañaba: siempre le costó horrores comprender el léxico porteño. Se rascó el cuello, como si la camisa le molestara, y siguió hablando.
–Yo, he pensado mucho en tí, lo que pasó y... No fui bueno contigo, sabes. No estuvo bien lo que hice. Te lastimé mucho, no lo merecías, siempre fuiste buena y generosa conmigo. Te quise, todavía te quiero. ¿Me perdonarás? –dijo, bajando la cabeza.
Será posible, todavía hay giles que creen que ese discurso pedorro funciona...
Levanté las cejas. Esto era el colmo de los colmos. Si lo cuento, no me lo cree ni mi madre. Mi ex novio, que me convenció que venía desde Alemania exclusivamente a conocerme a mí y al que más tarde pesqué haciendo el mismo verso a otras candidatas (una suerte de casting), ahora dice que me quiere y me pide perdón...
–Y decime, ¿por qué debería yo perdonarte?
–Porque, porque eres una mujer buena, compasiva, y muy fuerte. Sé que podremos volver a empezar, sin mentiras... Tu eres importante para mí, muy importante.
Me crucé de brazos. Recordé por un instante los momentos que pasamos juntos, todas las cosas hermosas que había sentido por él, todas las palabras que me hicieron sentir la más afortunada del planeta.
Solté un suspiro.
–¡Ah! Mike... mi hermoso... –dije yo. Y sonreí con mi mejor sonrisa.
Caminé hacia él. Él me abrió los brazos contento. Me desvié rápidamente hacia la derecha y agarré la manguera con la que Don Bruno estaba lavando la vereda. El chorro de agua fue lo suficientemente fuerte para regarlo de arriba a abajo en pocos segundos. El quía manoteaba al aire como si se estuviese ahogando, ¡mariconazo! Seguro le mojé hasta los calzones.
Estaba para subir ese gag a YouTube. Que lástima que nadie estaba filmando la escena, lo tiró.
Tiré la manguera a un costado y le dije, con la voz más dulce que me pudo salir en ese momento:
–Sí, mi amor, ¡te perdono! Pero no quiero verte nunca más por acá ni saber nada de vos, porque la próxima te revoleo el macetero, y son cuatro pisos para abajo. ¿Entendiste?
Masculló algo en su idioma, unas cuantas puteadas seguramente, y se fue. Iba dejando una estela mojada en la vereda a medida que se alejaba en dirección a la Av. Independencia. Los pocos transeúntes que había, lo miraban extrañados o jocosos. Bonito espectáculo.
Yo me reía. Me reía como loca. Por fin, la herida estaba cerrada por completo y las puertas del pasado cerradas con doble llave.
–Querida, tu amiguito te dejó las flores en la vereda. –dijo don Bruno y me tendió el ramito de fresias.
Las miré. Eran bonitas. Lo que se regala con amor no se puede despreciar. Las agarré, le agradecí al encargado la gentileza, todavía riéndome a carcajada limpia, y subí al departamento.
A pesar del incidente, Mike continuó escribiéndome cortas y esporádicas misivas electrónicas, posiblemente porque tenía demasiado tiempo libre, o quizá toneladas de culpa encima. Me seguía a través de la red en todo lo que hacía. Un día se cansó y dejó de golpear la puerta. Se convenció de que había perdido toda oportunidad con esta mina jodida.

–... Y esa es la historia de estas fresias, amor. –dije, mirando a mi nieta preadolescente. –Guardé un ramito porque en el fondo seguía siendo una chica romántica y quería conservar el recuerdo de ese momento tan... particular. Y mirá lo bien que se han conservado, ¿eh? después de casi treinta y cinco años.
Ella las miró fascinada y las tocó con la punta de sus dedo índice, como queriendo ver ella también el recuerdo que encerraban. Cerré delicadamente el libro y lo puse en su lugar.
–Esa sí que es la historia de amor más graciosa de todas, abue. ¡Eras tremenda! –me dice, con una sonrisa pícara.
Yo le acomodo un mechón de pelo y le beso la frente. Sí, fui tremenda. Al día de hoy no me arrepiento.

La vida es una sola y está para vivirla; yo la viví tan intensamente que no creo me haga falta otra vida para saldar asuntos pendientes.


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04 diciembre 2012

Hablé con Jesús (VI)

'Loser' by XbrutalRomancex | Deviantart.com
El pez por la boca muere. No tengo remedio, se termina el año y sigo igual que cuando empezó.
–Jesús, no sé que hacer, esta vez la pifié fulero, pero fulero mal... ¡Le dije Jorge a Marcos! –confesé desesperada.
Me miró serio y levantó una ceja por encima de los lentes.
–¿Y cómo pasó eso? –preguntó con su característica tranquilidad.
–En el peor momento pasó. Después de acabar, todavía estaba en sus brazos cuando me salió así, decirle "Jorge"... pero me salió solo, eh. No estaba borracha, no tomé nada raro. Lo más feo fue su mirada acusadora. Estaba sorprendido, como si le hubiese metido un sopapo. "¿Jorge? ¿Quién es Jorge?" dijo en voz bajita, tranquilo aunque en el fondo estaba recaliente. Se le notaba. Bueno, me pongo en su lugar y me imagino, si un tipo me dice Marisa o Julieta, ¿pero sabés cómo lo emboco?
Hice una pausa. Suspiré y me acomodé el pelo. Dibujé una línea imaginaria en el escritorio de Jesús y continué:
–Lo primero que se me ocurrió fue hacerme la boluda. No sabía qué decirle. Lo peor de todo fue que yo también me puse a pensar por qué carajo le dije...
–Jorge se llama ese amigo tuyo.
–Sí, sí. Pero él y Marcos son las antípodas. Jorge es rubio de ojos claros, flacucho y pálido como muerto. Marcos tiene el pelo enrulado y los ojos oscuros, lindo colorcito de piel, lindo tono muscular, pellizcable. Y en la espalda tiene tatuado un San Jorge y el Dragón, ¿podés creer? Vi eso y aluciné. ¡Wau! Nunca estuve con alguien que tuviese un tatuaje. Debe ser porque siempre salgo con jovatos marmotas que te dicen vivir la vida al límite y capaz que se la creen porque chamuyan varias minas al mismo tiempo por Facebook, usan dos aritos en la misma oreja y capaz hasta saltan del bondi cinco segundos antes que frene. Uh, ¡cuánta rebeldía! 
Jesús sonrió. Yo también me tuve que reír.
–Sabés una cosa, mi mamá dice que cuando dos personas se están pensando al mismo tiempo, les sale decir sus nombres. ¿Será verdad? Porque te juro que yo no estaba pensando en Jorge, eh. Bueno creo. No sé, ¿el tatuaje tendrá algo que ver? El San Jorge, por ahí lo relacioné... Digo. Bah qué se yo, medio traído de los pelos eso... A ver, me acuerdo había hablado temprano por teléfono con él y me dijo que si yo ya tenía planes para salir, él se iba de joda con otra minita. Yo me reí y le dije, hacé lo que quieras, no me tenés que pedir permiso. Y además, ¿qué me importa?
Jesús sonrió. Dio vuelta un par de hojas de su cuaderno y dijo:
–¿Estás segura que no te importa?
–Absolutamente. ¡Mirá, si esperaba darme celos con ese truco gastado, se va a morir de viejo esperando! ¡Já!
Hice un corto silencio. Me pasé la mano por la cabeza y suspiré:
–En serio, Jesús. Con lo que me costó que Marcos me diera bola y la cagué así. No tengo remedio, el pez por la boca muere. Se termina el año y sigo igual que cuando empezó.
Jesús juntó las manos y habló:
–A ver, no voy a culpar a Marcos porque su enojo está justificado y es totalmente entendible. Pero tampoco te mortifiques así. Fue un accidente, un lapsus. No quisiste decirle eso, pero te salió. Y si te salió, un motivo tiene que haber. Deberías revisar tus sentimientos para con Jorge y sincerarte a vos misma, qué te está pasando con él.
–No, no. A ver, Jorge es mi amigo. Quedamos en tener una amistad y nada más. Bueno, en realidad, es una amistad con derecho a cama, ¿entendés? ¡somos humanos! Pero hasta ahí llega todo. Prohibido enamorarse, no hay nada que revisar o sincerar.
–¿Estás bien segura?
–Sí.
–Y él, ¿piensa igual? ¿siente exactamente lo mismo?

Me quedé muda. Qué buena pregunta... Tan buena que no la podía responder.


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30 noviembre 2012

El misterio

Sleeping beauty by stimpy39 | Deviantart.com
Lo veo dormido, tan pacífico como un chico. No ronca ni habla en sueños como suelen hacer otros hombres.

¿Qué fué lo que me atrajo de él en cuanto lo conocí? Sus ojos, sin lugar a duda. Había algo en esa mirada que me daba curiosidad por descubrir. Un misterio, un enigma, una puerta que daba a un interior semioscuro. Luego, fue su sonrisa. Por algún motivo veía que reía y no reía al mismo tiempo, estaba alegre y también triste. El tono de su voz, de un color y calidez inigualables. Acepté salir con él porque me moría por conocer el secreto detrás de esa mirada. Esa noche, cerveza mediante, hablamos de muchas cosas, nos reímos, nos conocimos, nos gustamos, nos acercamos un poco más. Me dijo que era hermosa, que tenía magia, que era una mujer entre fatal y racional al mismo tiempo, con mucho más para dar a un hombre que el resto de las féminas.
En ese preciso momento se derribaron todas las murallas a mi alrededor. Era yo, mi yo mujer en cuerpo y alma. Sentí su perfume, una extraña combinación que me recordó el entrañable olor de la tierra seca que se moja con las primeras gotas de lluvia. No lo dudé, quería estar con él toda la noche. Y así fue que lo seguí de la mano sin titubear hasta donde quiso llevarme.
Ahora lo veo dormido, tan pacífico, como un chico. No ronca ni habla en sueños como suelen hacer otros hombres. Le acaricio la espalda con mucha suavidad. Ahora sé que quiero volver a verlo, descubrirlo un poco más todos los días, reírme con él, caminar con él,  sentir el sol, la lluvia y el viento con él, hablar de tantas cosas con él, incluso hasta pelear un poquito para ver hasta dónde le llega la paciencia.
Él abre los ojos y me mira.
Y en ese instante, fugaz como un relámpago, veo en lo profundo de esos ojos oscuros el misterio que me llevó hasta ese lugar: vi el interior de un hombre vacío, asustado, caótico, quebrado, cansado, desesperado, confundido e infinitamente triste. Un hombre que no ve la hora de que me vaya a casa y lo deje solo.
Descubro, con mucho dolor, que metí la pata: nunca más lo voy a volver a ver.

Nunca más lo volví a ver.

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13 noviembre 2012

La camisa de la suerte

Everything you say is fire by *LukasSowada | Deviantart.com
Ni con todas la palabras del mundo podría (y eso que él era escritor) describir el amor que le tenía a esa prenda. 

–Gordi, decime la verdad de una vez, ¿no te gustó la camisa que te regalé?
El Gordi, levantó la mirada de la pantalla de la computadora, y la miró por encima de sus lentes redondos estilo John Lennon. Chasqueó la lengua y dijo, volviendo a su tarea:
–¡Ah! No digas tonteras, negri. 
–No te gustó.
–Sí me gustó.
–Pero no te la ponés nunca.
–¿Cómo que no? Me la puse la semana pasada que fuimos a comer con tus viejos, ¿o no?
–Sí pero...
–¿Pero?
–Ayer vi que te etiquetaron en Facebook, en el estreno de la obra de teatro de tu amigo. Tenés puesta la misma camisa horrible de cuadritos azules.
–Ehmmm... sí. 
–Y en el evento homenaje de la semana pasada también la tenías puesta.
–Sí...
–¡Y el día que te hicieron la entrevista para el canal cultural también la tenías puesta! ¡Da vergüenza ajena! ¡Como si no tuvieras pilchas decentes que ponerte, andás hecho un hippie roñoso, por dió!
El gordi se rascó la cabeza y puso cara de circunstancias. La negri volvió al ataque:
–Pensé que ese color te gustaba, además es de buena marca, no es berreta... ¿Por qué insistís en ponerte esa camisa chota? Tiene mil años y ni ste abrochan los botones.
–Sí me abrochan. –se defendió el Gordi con el ceño fruncido.
–Seh seh, te abrochan, pero te sentás y salen volando como misiles, capaz que dejás tuerto a alguno.
–Bueh, no jodas...
–En serio, te digo, hacé algo con eso porque un día me voy a calentar mal y la voy a meter en una bolsa con toda la ropa para donar.
–¡Ni se te ocurra, eh! –dijo el Gordi, algo preocupado por la amenaza.
La negri se terminó el café, dejó las tazas en la pileta de la cocina, guardó su netbook en el bolso y se fue, no sin antes despedirse cariñosamente del Gordi.

Él se quedó un par de horas más escribiendo. Cuando lo venció el sueño, apagó todo y se fue al baño a lavarse los dientes y ponerse el piyama. Frente al ropero, se dispuso a preparar la ropa que se pondría al día siguiente para ir a una muestra de arte. Preparó el pantalón, los borcegos, un par de medias y una remera blanca lisa. Y miró el sector donde guardaba sus camisas. Sacó la famosa camisa de cuadritos azules, prolijamente colgada en una percha forrada de gamuza bordó.
La miró unos segundos. Es cierto que ya estaba viejita, algo raída en el cuello y los puños, y estaba pidiendo a los gritos pasar a retiro. Pero el Gordi se resistía. Ni con todas la palabras del mundo podría (y eso que él era escritor) describir el amor que le tenía a esa prenda. Si quería que un proyecto saliera bien, o si quería una entrevista, cerrar un contrato, tenía que usar esa camisa. ¡Si hasta el día que le presentaron a la Negri la tenía puesta!
"Cada vez que me la pongo me pasan cosas buenas. Qué se yo. Suerte, cábala, comodidad. Las minas no entienden nada. Ellas porque tienen doscientos pares de zapatos, trescientas remeras, cuatrocientos pantalones, y quichicientos corpiños de todos los colores inimaginables. ¡Y nunca les alcanza!".
Miró también, la camisa nueva que ella le regaló. La sacó del perchero con la otra mano. Era canchera, de color beige con finas líneas blancas, de tela suave y con olorcito a nuevo.
Levantó las cejas y miró la camisa de cuadritos azules. Luego a la nueva. Y de nuevo la vieja.
La camisa nueva volvió a su lugar en el ropero, y la favorecida camisa de la suerte en la silla junto con el resto de la ropa. Suspiró y se metió en la cama.
"En fin, ninguna mina lo entendería. Y dicen que los hombres no sabemos nada del amor."


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07 noviembre 2012

Lleno de nada

'Años llenos de nada' by Aleare


Eduardo del V: Estás tan lleno de NADA que ahora sólo me das lástima. Le saqué la dedicatoria al relato que te escribí, porque no te lo merecías.

Y deseo que vivas muchos años, y que te traten de la misma forma que vos me trataste a mí.

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05 noviembre 2012

La espera

01:12am is raining by *Jungshan | Deviantart.com »
"La mujer de negro que siempre se me aparecía en mis sueños, me miraba desde la orilla y me hacía regresar."

–¿Por qué nunca me hablás de mi mamá?

Carmen levantó la cabeza lentamente. Sus ojos pacíficos siempre rebozan amor, aún cuando hago esas preguntas difíciles de contestar.
–Ya te dije por qué, hijita. –me respondió, volviendo a su libro.
–Pero quiero saber, má. Ya no soy una nena. ¡No puedo vivir toda la vida sin saber nada!
–Una promesa es una promesa, mi amor. –contestó sin inmutarse.
–¿Pero quienes fueron mis padres? ¿Qué hacían? ¿Están vivos, están muertos? ¿No me querían? 
Carmen se pasó la mano por la sien, como buscando las palabras justas para no traicionar su secreto.
–Tu mamá te quería, y porque te quería te trajo a nosotros. Ninguno de tus padres es una mala persona.
–Pero...
–El amor, si no se controla, trae consecuencias; eso vos lo sabés bien. La diferencia es que tus padres eran demasiado jóvenes cuando pasó, tiernitos, inexpertos. Habían vivido toda su vida en una burbuja y de pronto se encontraron con la noticia de que iban a ser padres. Y que todo el mundo estaba en contra. Tuvieron que madurar de golpe y decidir: seguir adelante pase lo que pase, o renunciar a ese amor y su fruto, y construir en el futuro una vida mejor. Decidieron que esto último era lo mejor para todos.
–Y... ¿nunca se arrepintieron?
De pronto, la expresión de Carmen, por un segundo, cambió.
–No. –dijo rápidamente. –Pero te puedo asegurar que siempre estuvieron al tanto de tu vida, y están convencidos que hicieron la mejor elección posible por tu felicidad.
Yo no lo podía entender. Porque también me encontré un día con la noticia de que estaba embarazada y sin embargo seguí adelante, aún sin el apoyo incondicional del co-autor del hecho. Y nunca se me hubiese pasado por la cabeza separarme de mi hija, aún cuando las condiciones me fueron desfavorables. Pero claro, yo ya tenía veintitantos años y...
Como si me leyera el pensamiento, Carmen continuó:
–Pero tenés que entender que eran otras épocas, hija. En ese entonces, las mujeres éramos criadas para ser virtuosas y casarnos vírgenes, ser buenas esposas, madres y amas de casa. Hoy en día ese rigor ya no existe. El mundo cambió, para bien o para mal, pero cambió. Nosotros te criamos para que fueras fuerte, independiente, para que nunca tuvieras que tomar una decisión como la que tomaron tus padres.
Bajé la cabeza, con los ojos húmedos. Ella siguió hablando:
–Solo puedo decirte que ambos son excelentes personas. Y que aún te quieren. Sabés, no es fácil para mí tener que guardar este secreto y verte sufrir por ello. Pero una promesa es una promesa, fue la única condición que tu mamá me impuso. ¡Pero calma! Ya llegará el día en que puedan reencontrarse y conocerse, tenés que ser paciente y confiar.
–¡Pero hasta cuándo voy a esperar! –dije, con la voz temblando, y me fui.
Salí al jardín y me senté en la vereda de piedra.
Me sentía enjaulada, desesperada, atrapada por un secreto que tal vez nunca llegaría a conocer. ¿Tendría que salir a buscar respuestas por mí misma?

Esa noche soñé, soñé que me embarcaba en un bote y remaba en aguas calmas, entre la neblina, queriendo adentrarme en ese lago para ver qué había más allá. Y de pronto esa mujer, la mujer de negro que siempre se me aparecía en mis sueños, me miraba desde la orilla y me hacía regresar. Yo estaba enojada y frustrada. Intenté subir al bote otra vez, pero éste misteriosamente regresaba a la orilla como movido por una mano gigante. Salté y me tiré en la arena, haciendo un berrinche fenomenal como no lo hacía desde que era niña.
"Espera y la verdad vendrá" dijo la mujer con tono autoritario.
Y desperté.


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