21 mayo 2012

Pasaje a Buenos Aires

Still life: unseenby Squitta | Deviantart.com »

Nervios. Muchos nervios. Era el gran día, el día que ambos habíamos esperado ansiosos durante varios meses.
Fueron horas y horas de estar juntos virtualmente a través del chat y las videollamadas. Así nos conocimos. Así supimos que teníamos muchas cosas en común a pesar de vivir en diferentes continentes y culturas. Fuimos amigos, confidentes y amantes. Un océano y mil circunstancias nos separaban, pero aún así nos buscábamos con avidez todas las noches para estar juntos, pese a la diferencia horaria, para sentirnos acompañados aunque cada uno estuviera concentrado en sus trabajos o tareas. Así nació algo parecido al amor. Nos empezamos a querer.
Una tarde me sorprendió con la noticia que había conseguido pasaje a Buenos Aires y que pasaría aquí sus vacaciones. Ambos estábamos contentos, llenos de ilusiones, pero al mismo tiempo teníamos toda clase de incertidumbres: ¿estaríamos preparados para pasar del plano virtual al real? ¿Sería mejor o peor? ¿Nos querríamos, en cuerpo presente, de la misma forma que en la distancia...?
Le prometí ir a esperarlo, y ahí estaba yo, desde las cuatro de la mañana en el aeropuerto, temblando y no precisamente de frío. Era una mezcla de emoción y angustia. Era alegría y pena al mismo tiempo. Era el cielo y el infierno. Sentía nudos en todo el cuerpo. La espera se me hacía eterna y ya no podía aguantar más.
El parlante anunció la llegada del vuelo.
Pasaron mil horas hasta que por fin los pasajeros, uno por uno, fueron pasando por la puerta. Ambos acordamos el día anterior que, para reconocernos, nos vestiríamos de negro y rojo. La gente empezó a amontonarse, aquellos que se reencontraban con sus seres queridos, otros que portaban carteles. En pocos minutos el hall era un caos de formas y sonidos.
Entonces lo vi. Y él me vio.
Vestía jeans y remera negras, y una camisa roja a cuadros. Yo, jeans y campera negras, y suéter rojo. No había lugar a dudas.
Era él. Era yo.
Fue un segundo. Efímero pero intenso, como la majestuosidad del relámpago. Nos reconocimos. En la ropa, en las facciones, en la mirada, en la sonrisa.
Avanzamos ambos, con paso firme, con la mirada puesta en el otro. Perdimos la noción del tiempo y el espacio. El bullicio a nuestro alrededor se había detenido y había perdido toda nitidez, toda razón de ser.
No hubo saludos. No hubo palabras. Sin titubear, nos arrojamos a los brazos del otro. Nos dimos un beso en la boca, húmedo y desesperado.
Desde entonces, nunca más nos separamos.


A Mike. Lo mejor siempre está por venir  :)

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15 mayo 2012

"No creo mas en el amor" (Patricio Arellano)



"No creo mas en el amor" es el track #10 del album "Un Leon" de Patricio Arellano.

Dedicado a JBC, estuvo unos pocos días en mi vida, y en ese poco tiempo me hizo la mujer más feliz del mundo. Me cortó en seco tanta felicidad un lunes a la tarde, sabiendo que yo no le iba a pedir explicaciones porque todos somos libres de irnos siempre que se nos dé la gana. Y entre tantas lágrimas, me di cuenta que si el destino me lo había traido a mi puerta, era porque me estaba dando una segunda oportunidad para creer en el amor. Pero cuando se fue, se llevó una ilusión pero no se llevó las esperanzas.

Porque a pesar de los golpes, en el fondo yo, igual que mi personaje, quiero volver a creer en el amor.

13 mayo 2012

Angelitos


Sister, Brother by *jensenns | Deviantart.com »

–Sabés... Necesito contarte algo.
–me dijo él, misteriosamente. –Vamos a pedir un café para llevar en el Automac, así podemos hablar en el auto.
–Pero podemos bajar y sentarnos tranquilos en una mesa, –repliqué yo. –a esta hora no hay gente.
–Es que no quiero que nadie más me escuche. Es importante.

Y vi su mirada casi suplicante. Algo lo estaba carcomiendo por adentro y necesitaba contárselo a alguien.
Se llamaba José María y lo había conocido dos horas antes en un seminario para periodistas y redactores, eventos a los cuales mi jefe siempre insiste en llevarme con la esperanza de que encuentre a alguien interesante para salir. No entiende que mi soledad y yo nos estamos llevando de maravillas últimamente.
Suspiré y accedí. Bajamos, hicimos el pedido y volvimos al auto. Puso música bajita, y luego de sorber un par de veces su café, aflojó tensiones y empezó a hablar.

"Durante cuatro meses salí con una chica que conocí en uno de esos sitios web de citas. Claudia se llamaba. Administrativa, divorciada y con tres chicos. Buena mina, cariñosa, pero a veces me hacía sentir atrapado en la relación. Me di cuenta que se me estaba yendo de las manos cuando empezó a insistir en presentarme a los hijos y que yo le presentara al mío, a los amigos, a la madre. O sea, todo bien, pero yo no quería esa formalidad, ser «el novio oficial». Sí quería una relación, pero no así, más abierta, más relajada, ¿entendés? Bueno, en ese tiempo conocí otra chica, me cayó bien, me hacía sentir menos presionado, y tuve que tomar la decisión más difícil: con cuál de las dos me quedaba. Me decidí por la última, porque era más joven, no tenía hijos y viajaba seguido por trabajo, eso me liberaba de la responsabilidad de marcar horarios y dar explicaciones. Llegó el día y se lo dije a Claudia, lo mejor que pude claro, y le dio un ataque de histeria. Ojo, que no era mi intención lastimarla, pero ponete en mi lugar: con las dos no podía salir porque iba a ser para quilombo, así que decidí cortar con lo sano con una de ellas. Y bueno, le tocó a Claudia. Fue muy estresante. Me llamaba a cada rato, me lloraba, me pedía explicaciones, en qué se había equivocado, buah buah. Ay, le tuve que bloquear los teléfonos, el email, el messenger, porque me estaba volviendo loco.
Una semana después de esto, me llaman de la recepción de mi trabajo, que me buscaban. Cuando bajé, vi a dos chicos. Dos chicos, con ropa de colegio. No entendía nada.
–¿Vos sos José María? –dijo la nena, la mayor de los dos. Ahí la reconocí: era la hija de Claudia, la del medio, me di cuenta por las fotos que tenía en la repisa. Le dije que sí, y me habló con un aplomo de matón profesional y una mirada que me puso la piel de gallina:  
–Le rompiste el corazón a mamá. Muy feo.
En un instante, no sé ni cómo, metieron las manitos en los bolsillos, y me tiraron una especie de bombitas como ésas que usan en los juegos de paintball, ¿viste? color azul y rojo. Me quise morir, ¡me arruinaron la ropa! Cuando reaccióné, ya estaban poniendo los pies en la vereda, caminando lo más campantes hacia la esquina. En eso viene el de seguridad, y me dice si quiere que agarre a los mocosos. No, le dije yo, ¡si son chicos! ¿qué vas a hacer, meterlos en cana? Dejalos, seguro quieren que ahora llame a mamá para contarle lo que hicieron, pero a mamá no la voy a llamar. Obvio que todos los que estaban en ese momento en la recepción me miraron y se cagaron de risa. Yo me tuve que hacer el idiota y quedarme el resto del día con el traje manchado de tinta roja y azul. Imaginate qué papelón. Bueno, eso fue un lunes. El jueves, llego al departamento, abro la puerta y siento que algo viscoso se me cae encima. Enciendo la luz. Tinta roja. ¡Pero la puta madre! En ese momento justo el vecino de al lado abre la puerta y sale con el perro, se pegó un susto bárbaro, pensó que era sangre. Le pregunté si había visto a alguien, y me dijo que no y se fue, mirándome como a un loco. Le pregunté después al encargado, a la vecina de enfrente, en fin, nadie había visto nada. Chicos con demasiado tiempo libre y ganas de joder, pensé que era mejor ignorarlos, en algún momento se iban a cansar.
El sábado, estaba por salir a buscar a mi hijo, cuando quiero abrir la puerta, estaba trabada. Como un boludo metí la llave en la cerradura y se quedó trabada. Por el olor, me avivé que alguien había sellado con silicona todo el borde de la puerta y que metieron algo en la cerradura que la dejó trabada por completo. Tuve que llamar a mi ex, decirle que iba a llegar un poco más tarde. Después, llamar al cerrajero, que después de cobrarme una fortuna se me rió en la cara. Le di unos mangos extra al portero para que abra bien los ojos y se fijara quien entraba o salía del edificio, porque si llegaba a verlos yo a los pibes de Claudia con las manos en la masa, los mandaba directo a la correccional de menores.
Lo peor vino después. No sé cómo, te juro que no sé cómo, me empezaron a caer emails con mi misma dirección diciéndome que le pida perdón a Claudia por hijodeputa. ¡Como si yo mismo me los hubiese mandado! Le pregunté al gerente de sistemas, me dijo que había programas que podían hacer eso pero que era difícil rastrearlos y sarasa sarasa. Já, ese gordo estúpido nunca te soluciona nada. Días después, miré mi perfil en el sitio web de citas que te conté, ¡me habían cambiado todo! Decía que era un garca, un inmaduro, que tenía el pito corto, bueno en fin, te imaginarás. No te rías. Después, me empezaron a caer mensajes de mi novia mandándome a la mierda. ¿Pero por qué? Porque, me decía, se enteró que yo le mandé un mensaje a la amiga queriéndomela levantar. Pero no fue así, ni siquiera conocía a la amiga. Me quedé pensando, ¿podían tres pendejos usurpar la entrada a mi edificio, mi email, mis perfiles, y ahora mi número de teléfono como si nada? Me dio un ataque de paranoia. No podía dormir, escuchaba ruidos, los imaginaba haciéndome alguna chotada. Me sonaba el teléfono o el celular, me daba miedo atender porque a veces era gente que no sabía ni quien era pero que me estaban devolviendo llamadas que no hice, otras veces no contestaba nadie. Llegaba a casa casi con miedo. Mi hijo me preguntaba si estaba bien, aunque trataba de disimularlo, cada vez me costaba más. Estaba irritado todo el tiempo, preguntaba veinte veces antes de que me pasaran llamados. Un día me llamaron de Recursos Humanos y me aconsejaron que viera a un psiquiatra. Ahí dije, basta. Esto se tenía que acabar.
Fui a casa de Claudia, directamente. Me atendió ella, me miró como con sorpresa y desdén. Ahí le pedí perdón, le dije que los hijos me estaban volviendo loco con sus bromas pesadas y que quería terminar con todo eso. Primero, me miró como a un lunático. Después, me metió un cachetazo. ¡Sí, un cachetazo! Me dijo bestia, cómo me atrevía a acusar así a sus hijos, angelitos de Dios los tres, que jamás se atreverían a molestar a nadie, y que me iba a denunciar por acoso si seguía hablando esas barbaridades. En eso tenía razón, no tenía pruebas. Eran ellos contra mí, y me habían ganado. Me fui. Me subí al bondi y dese la ventanilla los vi, juro no sé si fue real o aluciné, a los tres chicos parados en la esquina, mirándome. El bondi arrancó en ese instante, y los tres me hicieron así con las manos derechas, la señal de la paz.
Y santo remedio. Se terminaron las jodas, los emails, las llamadas. Decidí dar de baja mi perfil de ese sitio web de citas. Desde entonces, no salí más con nadie. Le dediqué más tiempo a mi hijo, ahora voy a buscar todos los días al colegio, vamos juntos a clases de tenis, fútbol, al cine...
Pero, esperá. El sábado pasado algo me dejó los pelos de punta. Mi hijo se estaba bañando y le llegó un mensaje al celular. Se lo miré, porque a lo mejor era mi ex preguntando a que hora llegaba a la casa y ya veníamos bastante retrasados.
El mensajito venía de un tal Gonza, y decía esto: "hola Nano, me alegra q andes mejor c/tu viejo, mi mamá bien y de novia otra vez, al final salimos ganando todos jajaj - abrazo".
–Y que te sorprendió de ese mensajito. –dije yo, por fin.
Él se terminó todo el café y puso la mano sobre el volante.
–Que Gonzalo se llama el pibe mayor de Claudia. Y me enteré que, en efecto, ella está saliendo con alguien ahora. Cuánta casualidad, ¿no?... Bueno, vamos yendo que es tarde, te dejo en tu casa.
En el camino, me preguntó que opinaba de toda esa historia. Yo, sin ahondar demasiado en la psicología, le dije que los chicos son chicos y es normal que hagan travesuras, pero que detrás de esas trastadas nos están queriendo decir algo, nos están llamando la atención; no hay que subestimarlos.
Me preguntó si yo tenía hijos. Le dije que tenía una hija de ocho años, y que si bien era una nena muy buena y dulce, una vez se mandó la guarrada de meterle caca de perro en el bolsillo del saco a un novio que yo tenía por el simple hecho de que no le había caído para nada simpático.

Cuando llegamos a la esquina de casa, se despidió como un buen amigo. No me pidió un beso, o mi teléfono, o de vernos otro día para tomar un café ni nada parecido.
Imaginé que el pobre Cristo iba a cargar con esa cruz durante un largo tiempo. Qué terrible.


 :·:

29 abril 2012

Por amor a Mozart

Baby Siamese by ~gungorayca | Deviantart.com »

–Ya no podemos hacer mucho por él. –dijo el veterinario con voz pausada.
Jorge suspiró, profundamente triste.
El veterinario le explicó que era cuestión de horas, que el calmante que le había inyectado lo ayudaría a sufrir menos pero definitivamente, el viejo gato siamés, tan amado por la familia, se estaba muriendo.
Mozart se estaba muriendo.
El veterinario se fue. Unas horas más tarde llegaron los hijos de la escuela y su esposa. Todos recibieron la triste noticia. Las mellizas y Alito, el benjamín, lloraron en silencio abrazados a sus padres. Solo Walter, por ser el mayor, contuvo las lágrimas. Todos, uno por uno, se despidieron del gato antes de irse a dormir, sabiendo que cuando despertaran su mascota ya no estaría más.
Jorge se quedó en la sala, con una mezcla de angustia y desasosiego. Envolvió cuidadosamente en una frazada el enorme cuerpo del felino y lo tuvo en su regazo. Recordó, hacía veintiún años atrás, haber recibido de la misma forma a ese gatito llorón, una tarde de sábado. "Lo trajo mi cuñado de regalo para los chicos, pero nos dimos cuenta que Tincho es alérgico a los pelos de gato, ¿podés creer?" le dijo Miriam, y le pidió que lo cuidara ese fin de semana hasta que le consiguieran un nuevo hogar. Jorge dijo que sí, más por la salud de su sobrino que por amor a los gatos. Además, nunca había tenido una mascota de chico. Pasó una semana y el gatito seguía sin ser ubicado, y Jorge se empezó a encariñar con ese bulto peludo que reclamaba caricias todo el tiempo y lo miraba fijamente con esos ojitos azules redondos. Fue una noche que el gatito se coló en su habitación, se trepó a la cama y se hizo un lugar junto a él, ronroneando; le lamió la mano y luego se refregó el pezcuezo. Y decidió que se lo quedaría. Le compró al día siguiente una manta de tela polar de color violeta, juguetes, un plato y un collar de cuerina azul. Lo llamó Mozart, en honor a su compositor favorito, porque era vivaz y alegre. El gatito creció, y acompañó fiel a su amo en todos los cambios de su vida: noviazgos, matrimonios, viudez, mudanzas, separaciones y paternidad.
Mientras miraba un poco de televisón para distraerse, escuchó un ronco y leve maullido. Miró al felino y le acarició la cabeza. Una pata se estiró, como queriendo agarrarle la mano. Cerró los ojos y lentamente dejó de respirar.
Jorge se quedó perplejo, impotente, triste. Era la primera vez que veía de cerca la muerte de alguien tan querido. Nunca supo cuánto tiempo había permanecido así, inmóvil, llorando en silencio, sumido en recuerdos. Una alarma de reloj sonó como a lo lejos. Los pasos de su esposa lo trajeron de vuelta a la realidad. Se miraron, y ella entendió todo sin palabras.
Se puso de pie, abrazó a su esposa, luego se bañó y se cambió. Colocó el cuerpo del viejo Mozart en una caja y salió antes de que sonara la segunda alarma, la que indicaba a los chicos que era hora de levantarse para ir al colegio.
La vida siguió con esa ausencia durante un par de días, y nada se dijo sobre Mozart cuando una noche Jorge apareció en la casa con una caja de madera lustrada. Reunió a toda la familia en la sala, y mientras los chicos se preguntaban qué estaría pasando, Jorge habló:
–Sobre Mozart... Bueno, no tuve el valor de enterrarlo. Hubiese sido como abandonarlo en la calle. Esta casa era su hogar y nosotros su familia, así que decidí que permancería junto con nosotros...
Y acto seguido, abrió la caja de madera. Una figura de bronce resplandecía en una especie de almohada de terciopelo rojo.
Una figura de bronce con la forma de un gato.
Jorge tomó la pieza, solemnemente, y la colocó en la repisa de la chimenea, mientras decía:
–Hijos, las cenizas de Mozart están en el interior de esta figura. El día que yo me muera (y espero que sea dentro de mucho tiempo), quiero que él me haga compañía de la misma forma que lo hizo cuando estaba vivo. Ustedes se encargarán de eso, no lo olviden.
Su esposa estaba anonadada ante semejante discurso, pero los cuatro chicos, que no habían pronunciado palabra alguna, asintieron obedientemente.

Y si no fuera porque presencié el momento en que Alito, el hijo menor de Jorge y mi ahijado, colocaba la figura en manos de su padre el día del sepelio, juro que nunca lo hubiera creído.


Dedicado con cariño a todas las mascotas, pequeñas criaturas que nos aman incondicionalmente y nos alegran la vida, hoy 29 de abril, Día del Animal.
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22 abril 2012

Hablé con Jesús (IV)

Alone by ~claretdf | Deviantart.com »

–Estoy mal, Jesús. Y la culpa es toda mía.
Él, impasible como siempre, le dio la vuelta a una hoja de su cuaderno y empezó a anotar. Yo continué:
–Fui yo la tarada que quería volver a enamorarse y sentir que se me llena el alma de cosas lindas como un jazminero lleno de pimpollos. Ahora que me pasó, al principio estaba contenta pero ahora me siento miserable. Me voy a volver loca.
–¿Cómo lo conociste?
–Me lo presentaron en una fiesta. Se llama Javier, trabaja en Recursos Humanos en un banco, tiene un par de años más que yo, también está divorciado y con chicos... Tenemos muchas cosas en común: ambos somos semi vegetarianos, nos gustan los videojuegos, la literatura fantástica, las películas de Woody Allen; lo único que no coincidimos es en la música pero bueno, nadie es perfecto. Cuando lo vi pensé que era uno más del montón pero cuando empezamos a hablar me di cuenta que no era así, que podía mantener una conversación coherente por más de seis minutos. Sin bardear a la ex o al jefe, sin decir una guarangada, sin vanagloriarse de nada. Me dejó boquiabierta. Me pidió volver a vernos y salimos tres veces hasta ahora, lo cual es toda una hazaña. A la primera me sorprendió, a la segunda me alucinó, a la tercera ya quería pedirle que se venga a vivir conmigo, pero después te juro que me confundió. De pronto ya no me llamó, no me mandó un mensajito para desearme los buenos días, no me esperó con un ramito de flores, un chocolate, ¡no sé, algo!... Ay, Jesús, soy una reverenda rompebolas. Espero todo del otro, más de lo que a lo mejor merezco. Pero la culpa fue mía, ¿sabés? Metí la pata: le dije que lo quería. ¡Te juro que se me escapó!
–¿Y cómo reaccionó?
–Esquivó el bulto, como todo un caballero, para no contestar. Ahí me di cuenta que nunca tenía que haberle confesado eso. Le dije lo que sentía y le di seguridad. Y cuando hay seguridad en cuanto a los sentimientos del otro, listo. Ya no se necesita el factor sorpresa para seducir o mantener el interés. El trabajo pesado ya está hecho. ¡Me da rabia ser tan fácil!
–Te llevó un tiempo encontrar a esa persona para abrir tu corazón y decírselo. Así que no fue tan fácil.
–Pero ahora él está tan seguro de lo que siento, que hasta podría darse el lujo de jugar conmigo, como el gato que sabe que el ratón no se le va a escapar. ¿Entendés, Jesús? Ahora ya no sé si está conmigo porque de verdad siente algo o porque soy la única que le da bola. A mí me duele y me desespera no saber si piensa en mí de la misma forma que yo pienso en él...
De pronto se me puso acuosa la nariz. Jesús sacó de su cajón una cajita de pañuelos descartables y la puso frente a mí. Le agradecí, saqué uno y rápidamente me soné la nariz.
En eso suena un celular. Jesús contestó:
–Hola Magda... Sí, estoy con una paciente... Sí... Ajá. Bueno, te paso a buscar yo... Beso, chau. –guardó el celular en el bolsillo y dijo, como excusándose. –Mi novia.
Buscó en su cuaderno, en hojas anteriores y leyó. Luego, dijo con tono tranquilo:
–El miedo es un recurso para protegernos ante lo desconocido, ante eso que nos descoloca. Tu vida estaba perfectamente ordenada y catalogada hasta que Javier empezó a despertar sentimientos que estaban olvidados en un rincón. Al principio te sentiste de maravillas, luego te diste cuenta de que te estaba moviendo el piso y estabas perdiendo el control sobre tus emociones, como cuando le dijiste ese "te quiero". Esas dos palabras generaron en tu interior un miedo tremendo. Ambos sabemos bien que nada te aterra más que perder el control.
–Sí hay algo que me aterra más que perder el control. –dije yo. –Me aterra no sentirme querida.
Y acto seguido sonaron las tres campanadas del reloj.
La sesión había terminado por hoy.


:-:

19 marzo 2012

Diez preservativos

colorfull world by ~cannibalubz | Deviantart.com »
Esto me pasó, hace mucho tiempo, en el supermercado que está en la esquina de Rivadavia y Carlos Pellegrini. En ese entonces estaba casada y trabajaba cerca de ahí, por lo que solía pasar después de mi horario de trabajo para hacer las compras en un solo lugar antes de ir a casa. En esa vuelta compré un poco de todo, y de pasada por la góndola de perfumería vi de oferta la caja de diez preservativos. Sí, leíste bien. Preservativos, forros, condones, globitos, etc. Como les decía, estaba casada pero no estaba en nuestros planes encargarle a la cigüeña, aunque sí escribíamos cartitas con frecuencia. Bueno, se entiende, ¿no? Sigamos. Agarré la cajita y seguí mi recorrido. Pasé por caja y pagué mi compras. Paso por la puerta y... Priiin priiin priiin. La alarma antirrobos sonó descontrolada. El guardia me pidió el ticket y se puso a cotejar uno por uno todos los productos de la bolsa. Todo en orden. Pasó la bolsa y la alarma se activó de nuevo. Ahora, empezó a sacar uno por uno los productos y pasarlos por la alarma a ver si sonaba. A todo esto, ya habíamos perdido como quince minutos y el lugar empezó a llenarse de gente. Siguió pasando por el lector yogures, manteca, galletitas, jabones, sin resultados positivos hasta que de pronto, la caja de condones activó la alarma. Bingo. Con toda la paciencia, el guardia cotejó que el producto coincidiera con lo que decía el ticket, y para eso llamó a un supervisor. El supervisor miró al guardia, me miró a mí, y luego le hizo una sonrisa socarrona al guardia. Cotejó, pasó la caja por el sensor varias veces. Desde donde estaba, le gritó a uno de los cajeros si no le averiguaba el código. ¿Para que carajo quería el código, si el problema era que sonaba la alarma? El cajero le dijo pero a los gritos y riéndose a carcajadas, y todo el público presente se enteró de cuál era el código de la caja de diez condones de oferta y quién fue la boluda que los compró. Yo, ya estaba con ganas de ahorcar a alguien.
–Perdón, ¿cuál es la gracia? Estoy hace veinte minutos esperando mientras ustedes se divierten. ¿Qué, ustedes no usan preservativos para coger? ¿O no cogen, directamente?
–Disculpe, señorita...
–¡Soy señora! Mire, hasta tengo anillo.
–Bueno, señora, lo que pasa es que no puede pasar un producto que haga sonar la alarma.
–No, lo que pasa es que ustedes me tomaron de punto porque compré una caja de diez forros. ¡Sí viejo, cojo mucho con mi marido! ¿Y qué? ¡Ahora quiero asentar mi queja con el encargado!

Ni falta hizo que lo llamaran, porque apareció al escuchar mis puteadas, y por suerte era mujer. Se puso al tanto del asunto, los recagó a pedos a los tres graciosos diciendo que bastaba con anotar el producto en una planilla y punto. Y luego me pidió las disculpas del caso, que mi queja iba a quedar asentada como correspondía y que no volvería a suceder. Y acotó, en voz baja y tono comprensivo:
–No hay nada que hacer; si un tipo compra forros es un capo, pero si es la mujer la que los compra, es una puta.
De más está decir que, al volver a casa, mi marido estaba encantado con la ganga, pero también se mató de risa al escuchar mi anécdota. En fin, hay que tener los cojones bien puestos para aprovechar una oferta de ese calibre y aguantarse las bromas.

Igual, al día de hoy nadie me sacó lo bailado. Con y sin forro.


^_^