29 octubre 2011

Buena conducta


–Hola. –saludó a secas el Fito, mi ex, cuando entró a mi departamento. Yo había estado tomando mate con Nina muy alegremente hasta que tocó el timbre y bajé a abrir. Ella lo miró y contestó al saludo con una mueca seguida de una sonrisa forzada. No lo soportaba y menos le importaba disimularlo.
Le doy la mochila con la ropa para que nuestra hija pudiera pasar un par de días con él, y de pronto, lo veo arrugar la nariz, como un sabueso que busca el rastro del zorro.
–Che, hay olor a quemado.
–Ah, sí, se me quemó una tostada hace un ratit...
–¿No sentís el olor a quemado? –me interrumpe.
–Sí, te digo que se...
–¿Revisaste los cables de la heladera? –me interrumpe, enérgico, asomando la cabeza por la heladera y olisqueando.
–No, la heladera no es, es...
–¿El disyuntor? –dijo, corriendo a la caja de electricidad.
Lo abrió, lo inspeccionó, olisqueó y pegó un estornudo fenomenal por el polvillo acumulado. Me ensució la pared con su asquerosa lluvia de mucosas. Puaj.
–Fito, esperá, te digo que...
–Ahora no, fijate en la habitación de la nena, ¡dale, movete! –dijo mientras se dirigía a mi habitación.
–Esperá, ¿qué tenés que entrar ahí?
–Mirá el quilombo que es esta pieza, ¡siempre la misma despelotada vos, eh!
–¡Ay, sory! 
–Seguro te olvidaste algo enchufado, ¡y vos ahí tomando mate, como si nada! ¡Si no vengo yo, ustedes dos se mueren carbonizadas!
–Pero, ¡si te estoy diciendo se me quemó una tostada hace una hora!
Hablaba a las paredes. No me escuchaba. Cada vez que intentaba darle una explicación, me interrumpía con una pregunta o alguna crítica a mis virtudes de ama de casa.
Nina tomaba mate y hojeaba, impasible, la revista de Avon del mes. 
–¡Será posible! –protestó Fito. –¡Abrí las ventanas por lo menos, rápido! ¿O se quieren morir ahogadas?
Volvió a la cocina y luego de seguir el rastro, encontró la tostada en cuestión en el tacho de basura.
–¿Pero vos sos boluda o te hacés? ¡El olor a quemado venía de acá y no te diste cuenta!
–¡Será posible! ¡Desde que empezaste con esto que te estoy diciendo!
–¿Qué me dijiste?
–Que se me quemó una tostada y...
–¿En qué momento me dijiste? 
–Cuando empezaste con que había olor a quemado.
–Nunca te escuché decir eso.
–¡Nunca me escuchás!
–Mirá, no estoy para tus reclamos. Me hacés perder tiempo. Apurate, dame la mochila de la nena, me quiero ir de esta pocilga.
–Te la dí en cuanto llegaste.
–¿Cuándo?
–¡Cuando llegaste! –dije, con los nervios de punta.
–Calma Ale, la dejó ahí en el sillón. –señaló Nina.
Vi por la ventana a don Bruno, el portero, en el portón de entrada y le hice señas de que alguien iba a salir. Fito se fue apurado, sin saludar, olvidando cerrar la puerta tras de sí. Se escucharon un par de portazos neuróticos provenientes del ascensor.
–Increíble, che. –dije, volviendo a mi lugar. –¡Y todavía hay gente que me pregunta por qué me divorcié de ese infeliz!
–Siempre te lo dije, –dijo Nina, cebándome un mate. –tenías que haberle tirado una maceta en la cabeza a ese bolastristes hace cuatro años. El año que viene ya podías pedir la excarcelación por buena conducta, y a otra cosa mariposa.
–No jodas.
–Ese no tiene corazón, no tiene alma, ¡tiene una cloaca! Pensar que hay gente así que va por la vida y por el mundo amargándole la existencia a los demás, y les da placer hacerlo.
–Sí. Y en contrapartida, hay mucha gente buena e ingenua, que tiene fe que el amor algún día va a cambiar a todos esos sádicos. ¡Ah! La eterna lucha del bien y del mal. ¿Quién ganará?

No sé, pero por momentos pareciera que vienen ganando ellos. OMG.

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27 octubre 2011

Historia de tres desengaños


–Y ustedes dos, ¿tienen alguna historia de cuernos y desengaños para contar?
Les había contado a mis dos compañeros de aventuras cómo mandé al diablo a mi último noviecito cuando me enteré que el granuja estaba casado y me tenía de bufón para sus momentos de ocio.
Lancé la pregunta al aire, y Arturo el fotógrafo, que venía al volante, se rió. El Loco, desde el asiento de atrás, se hizo el sota. Finalmente, el primero tomó la palabra.
–Te cuento, que tuve una novia, la primera con la que conviví acá en Buenos Aires. Pasada la luna de miel se rayó, dejó la facultad primero y el laburo después. Ella decía que necesitaba encontrarse a sí misma, pero me di cuenta que andaba en otra y se ve que no se decidía. Primero no dije nada. Pero cuando los cuernos ya no me dejaban pasar por la puerta, la encaré. Me decía que el equivocado era yo, que no la comprendía y sarasa sarasa. Era pendejo pero no tarado, me calenté y le dije que si lo quería más al otro, se fuera con él y listo. Se fue, pero se llevó todo lo que pudo, menos mi ropa, la heladera y la cocina, porque no le cabían en el bolso. Ni el tostador me dejó la guacha.
–¡Tremendo! ¿Y vos, Loco? –pregunté mirando para atrás.
El aludido miró por la ventanilla, haciéndose el distraído. Tuve que repetirle la pregunta. Me contestó con unos monosílabos inteligibles, pero no pedí traducción porque estaba casi segura que eran un par de puteadas.
Cuando llegamos a destino, el coqueto chalet del diputado al que veníamos a entrevistar ya estaba asediado por otros móviles que aguardaban ávidos que el susodicho saliera a dar declaraciones. El Loco se bajó, saludó a los cuatro colegas que ya aguardaban y empezó su trabajo fino. Le convidaron un cigarrillo, conversó, rió, y antes de retirarse palmeó varios hombros. Entró al auto y dijo: hay que esperar que la rata salga del agujero, no queda otra. Resoplamos, yo abrí el bolso extra que siempre llevo en estos casos y saqué los elementos para preparar unos mates. Arturo sacó su cámara de fotos y empezó a alistarla.
–Sí tuve un desengaño. Uno bien jodido. –escuché decir al Loco, como ensimismado, cuando le alcancé el primer mate.
Arturo y yo nos miramos, y paramos las orejas. El Loco sorbió el mate y empezó a contar:
–Hacía como cinco años que salía con la Vivi. Estaba todo bien entre nosotros, creo, hasta que entré a trabajar de cadete en el diario. Como siempre fui bueno para tirar de la lengua a la gente sin que se dieran ni cuenta, un día me empezaron a encargar laburitos que algunos periodistas no sabían o no podían hacer: chamuyar. A mí me gustaba, y no me costaba nada. A veces, me llamaban de noche y al otro día me tenía que ir al diario a primera hora de la madrugada. O quedarme hasta cualquier hora. Eso le jodió a la Vivi. Ella quería salir, ir al cine, al shopping, que la pasara a buscar. Pero a mí, andar de acá para allá, hablando con todo el mundo, preguntando, hurgando, escuchando, y volver a la oficina del jefe con el buche cargadito, eso me gustaba. Me hacía sentir importante. No quería pasarme la vida llevando y trayendo papelitos. Pero ella me empezó a joder, quería torcerme la cabeza, negro buscate otro laburo me decía a cada rato. Después empezó con el cuento que yo la engañaba con otra. Un día voy a verla a la casa, estaba con una amiga nueva, la Iris. Me la presenta y me dice, tenemos que hablar. Me dice, mirá negro, hace dos meses que estoy saliendo con ella...
Arturo abrió los ojos enormes, y a mi casi se me cae el mate de la mano.
–... y nos queremos; con ella me siento más acompañada, más contenida, me da lo que vos no me das, bla bla bla. Yo me quedé así, con esta cara de nada, no se me movía un pelo. Ella seguía hablando y hablando, mientras la Iris me miraba con esa cara de ciome que tiene. Dentro mío pensaba, chau, se volvió loca, le llenaron la cabeza, ¿qué le vio a esa gorda de mierda, si era más fea que patada en las bolas? La Vivi seguía hablando, que yo esto, que yo lo otro, y no se callaba nunca. De pronto me gritan las dos, re histéricas: "¿No vas a decir nada??".
–¿Y...? –preguntó Arturo.
–Nada. ¿Qué les iba a decir? Si ellas sólo veían sus caprichos de minita pelotuda, ¿qué carajo les iba a hablar de lo mucho que me gustaba este laburo? Porque Vivi quería un gil que le estuviera rondando las veinticuatro horas, como mosca de sorete.  
–Bueh, siempre tan descriptivo... –murmuré, y la risa casi me hace volcar el agua mientras cebaba.
–En concreto, la yegua te largó por una mina que ni siquiera era linda. –dijo Arturo.
–Tal cual. No les dije ni mú, y me fui. En el camino me iba cagando de risa. ¿Celos y culpas a mí? ¡Por favor! Me siguió llamando varios meses a casa, echándome en cara que si eso pasó fue por culpa mía. Mirá, no me rompás más las pelotas Vivi, le dije, si sos felíz dejá las cosas como están. ¡Pero insistía! Ahí me di cuenta, lo que hizo fue para darme una lección, pero le salió el tiro por la culata.
Sonrió y miró hacia un costado. Me devolvió el mate y, de pronto, irguió la cabeza, como un perro guardián que escucha un ruido extraño.
–Ahí salió la rata, che. ¡A laburar! –dijo, enérgico, y todos salimos del auto casi al mismo tiempo.
Saqué mi grabador del bolsillo, mientras me hacía lugar en el tumulto para grabar todo lo que dijera el controvertido diputado. Vi a Arturo apostado en un costado para conseguir fotos y al Loco hablando con un guardaespaldas.

La confesión de esa tarde me hizo ver al Loco un poco menos animal. Me dio como una pizca de ternura saber que él, al fin y al cabo, era humano y tenía un corazón que alguna vez probó la amarga medicina del desengaño.

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14 octubre 2011

Reciprocidad de onda



–Para mí que tu jefe te tiene ganas. –dijo Vanesa.
–No jodas. –le contesté yo, riendo.
–¿Por qué decís? –preguntó Flor, mientras aplastaba la colilla del cigarrillo que había fumado con su coqueta sandalia verde manzana.
–Esta mañana estábamos las dos chusmeando en el escritorio de ella y al rato llega Gabriel, la abraza y le da un beso, "hola mi vida, muah muah" le dice. –contestó Vanesa imitándole la voz mientras yo me reía. –¡Mirá si mi jefe me viene a saludar con esa confianza, pero le meto una piña que lo dejo de culo en el piso!
–¡No digas! Ay Ale, ¿Gabriel siempre es así con vos? –preguntó Flor.
–Bueno che, no es para tanto. –contesté yo, un poco nerviosa.
–Por eso digo, para mí que a ésta le tiene unas ganas...
–Se cuenta por ahí que es medio piratita y cada tanto se tira unas canitas al aire... –
susurró Flor, como para que nadie más escuchara.
–¿Un galán? ¡Con esa buzarda! –exclamó Vanesa, levantando las cejas.
–¿Vos te enteraste de algo? –me preguntó Flor.
–No. –respondí yo, con total seguridad.
–Me contaron que anduvo de trampita con la licenciada, la rubia, la de Recursos Humanos... ¿es cierto? –continuó Flor mirándome, en tono confidencial.
–Justo ésa, que le dicen "vaso de agua: no se le niega a nadie". –comentó Vanesa riendo.
–Qué se yo... –rematé.
–No me hagan imaginar cosas bizarras que me va a caer mal la comida. –protestó Flor.
–Basta che, no sean mal pensadas, –continué. –Si quieren saber mi opinión, Gaby es un gran tipo, por más que digan por ahí que es un energúmeno, un pirata, y yo qué sé. Nada que ver. A mi me trata bien. Además, siempre dice que me quiere como un padre...
–¡Já! Como el Padre Grassi te quiere.
–retrucó Vanesa y empezó a reír a carcajadas.
–¿Viste, Vane, cómo lo defiende a su jefe? ¡Hum! ¡Hay reciprocidad de onda ahí, me parece! –dijo Flor muerta de risa mientras yo me ponía colorada y pensaba dentro mío, de dónde habrá sacado esta piba la palabra "reciprocidad".
Ellas dos siguieron riendo todo el camino de la plaza a la oficina. Luego nos despedimos, y cada una marchó a su puesto a retomar sus quehaceres.

Llegué a mi escritorio y Gabriel ya estaba en su despacho hablando por teléfono. Me hizo señas con la mano de que le llevara un café. Yo asentí y él me devolvió el gesto tirándome un beso.
Guau.
Fui a la máquina de café, coloqué dos fichas y pedí capuccinos. Gaby siempre me pareció un buen tipo, un poco verborrágico a veces, otras demasiado irónico. Nos conocimos en un almuerzo de fin de año, donde me tocó sentarme al lado de él. Ese día hablamos como dos loros, y la seguimos durante mucho tiempo por mail y por teléfono. Y cuando a él lo ascendieron, me pidió a mí que fuera su asistente; justo a mí, que estaba como pasante del departamento de arte y diseño, y no tenía ni la más remota idea de cómo se manejaban las cosas del lado de redacción de un diario. Siempre dije que había tenido toda la suerte del mundo de tener un jefe que me trataba bien, que me incentivaba a estudiar y que nunca pero nunca me gritó, ni siquiera en el peor de los días laborales.
¿Y si Vanesa tenía razón?
Re guau.


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03 octubre 2011

El que yo busco

The Weight Of Us
by ~JadeBeloved

Hoy quiero compartir este breve relato que encontré en Facebook y que vale la pena leerlo y reflexionar, seas hombre o mujer en la búsqueda del amor.

En una breve conversación, un hombre le hace a una mujer la siguiente pregunta:
 –¿Y vos qué tipo de hombre estás buscando?
Ella se queda un momento callada antes de verlo a los ojos y le preguntó:
 –¿De verdad querés saber? 
–Sí. –respondió él.
–Ok. Siendo mujer de esta época, estoy en una posición de pedirle a un hombre lo que yo no podría hacer sola. Tengo un buen trabajo y pago todas mis facturas. Me encargo de mi casa sin la ayuda de un hombre, porque soy económicamente independiente y responsable de mi administración financiera. Mi rol ya no es el de ser ama de casa que depende de un hombre en ese sentido. Yo estoy en la posición de preguntar a cualquier hombre, ¿qué es lo que vos podes aportar en mi vida?
El hombre se le quedó mirándola. Claramente pensó que ella se estaba refiriendo al dinero. Ella sabiendo lo que él estaba pensando, continuó:
 –No, no me estoy refiriendo al dinero. Necesito algo más. Necesito un hombre que luche por la perfección en todos los aspectos de la vida. 
El se cruzó los brazos, se acomodó sobre la silla y mirándola seriamente le pidió que le explicara eso.
–Busco a alguien que luche por la perfección mental, porque necesito con quién conversar, no necesito a alguien mentalmente simple. Estoy buscando a alguien que luche por la perfección espiritual, porque necesito con quien compartir mi fe. Necesito un hombre que luche por la perfección financiera porque, aunque no necesito ayuda financiera, necesito a alguien con quien coordinar el dinero que entre en nuestras vidas. Necesito un hombre que luche por su individualidad, que tenga la libertad para salir a volar y regresar responsablemente a su nido, porque enriqueciéndose a sí mismo tendrá algo maravilloso que regalarme cada día. Necesito un hombre que cuide su salud y su aspecto físico, que respete y quiera su cuerpo tal como es, pero sin caer en la vanidad obsesiva. Necesito un hombre lo suficientemente sensible para que comprenda por lo que yo paso en la vida como mujer, pero suficientemente fuerte para darme ánimos y no dejarme caer. Estoy buscando a alguien que yo pueda respetar, partiendo del respeto que él mismo se gane con el trato, el amor y la admiración que me dé. La mujer debe ser la compañera del hombre. No para ser menos o más, sino para que juntos construyan una vida en donde la convivencia los lleve a la felicidad. Si existe un hombre así, ése es justo el que yo busco. 
Cuando ella terminó de hablar, lo miró a los ojos. Él se veía muy confundido, con muchos interrogantes.
–Estás pidiendo mucho. –dijo el hombre, finalmente.
–¡Es que yo valgo mucho! –replicó ella con una sonrisa.


¡Gracias Marce, por compartirlo!
Paquita la del barrio la tiene clara (en Facebook)

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04 septiembre 2011

Sin previo aviso

Rubik by ~MortishaAdams | Deviantart.com »

–Uy, acabo de darme cuenta que soy un mal hijo. – dijo Jorge, con los ojos entrecerrados.
Era una tarde de sábado espectacularmente primaveral. Estábamos en el Tigre, a orillas del río, tirados en el pasto, remoloneando al sol, hablando de bueyes perdidos. Se sacó los lentes, se pasó la mano por el entrecejo y prosiguió: –Le prometí a mamá que hoy iba a visitarla y estoy acá, boludeando...
–Bueno, llamala y decile que vas para allá más tarde. –le respondí.
–Raro que ella no llamó primero. Creo que por fin se está acostumbrando.
–Y sí, el nene ya tiene cuarenta pirulos... –retruqué riendo y marcando la palabra "nene".
Sacó el celular del bolsillo de la campera que oficiaba de almohada y de pronto se quedó pensativo. Luego dijo:
–No le puedo decir que estoy acá con vos. Se va a poner de mal humor.
–Uh che, ¿todavía me tiene rabia por lo de aquella vez?
–No sé, pero mejor no hablar de ciertas cosas...
–Andá, pollerudo. 
–Soy hijo único, no me queda otra.
–¿Te acordás? Jajaja, ¡qué momento!

–No, mejor no me hagás acordar. Me deprimo.
Marcó el número, y mientras él saludaba a su mamá con su mejor voz de hijo amoroso pero olvidadizo, los recuerdos vinieron a mi mente.
El sábado anterior habíamos estado en un recital con los chicos del grupo y Jorge, siempre de fierro, me llevó en su auto porque yo, como de costumbre, ya íba con retraso. Por supuesto, se ofreció a llevarme de vuelta a casa, pero no sucedió: nos pusimos mimosos en el camino y terminamos en la casa de él. Nos despertamos algo tarde ese domingo. Él se levantó primero y fue a darse un baño. Hacía calor, me levanté a apagar la estufa y me senté en el sillón a esperar mi turno de usar el baño. Mozart, el gato siamés de Jorge, dormitaba en un extremo. Vi un cubo de Rubick en un estante del aparador; lo tomé y me dispuse a ver si de una vez (y quizá por arte de magia) podía resolverlo.
Estaba tremendamente ensimismada en la tarea cuando noto que el felino levanta las orejas y mira hacia la puerta. De pronto, escucho una llave que entra en la cerradura y gira, produciendo el típico ruido del mecanismo metálico.
La puerta finalmente se abre y una señora delgada de pelo entrecano entra y cierra. De pronto, me ve. Me mira con una mezcla de sorpresa, repugnancia, celos y deseos de convertirme en una lombriz.
Y yo ahí, como una estúpida... completamente en bolas, como vine al mundo, sentada, cruzada de piernas abiertas a lo indio y con el cubo de Rubik todavía en la mano. Esbocé una sonrisita tonta.
–¿Dónde está Jorge? –dijo con voz firme de sargento.
–S...se está bañando. –contesté, con un hilo de voz, señalando atrás con el pulgar y colocándome en una posición menos bochornosa.
En eso, Jorge abre la puerta y se asoma. Tenía el pelo mojado y estaba a medio afeitarse cuando mira a su madre y abre los ojos enormes como dos ventanas.
–¡Mamá! ¿Qué estás haciendo acá? ¿Por qué no dijiste que venías?
–Hijito... Quería darte una sorpresa...
–¡Y vaya que me la diste! –dijo con reproche, y luego me miró a mí, como suplicando que por nada del mundo me fuera a reír.
–... pensé que a lo mejor no habías desayunado todavía y...
–Gracias má, pero me puedo arreglar solo.
–Tenía que haber llamado, ni me hubiese imaginado que ibas a estar con una, este... señorita.
Y dijo "señorita" con marcado desdén, queriendo significar otra cosa, como si yo no estuviese ahí escuchándola. Jorge se pasó la mano por la cara, avergonzado a más no poder.
–¡Por favor! No es momento de...
–Perdón, –interrumpí yo, poniéndome de pie. –tengo que hacer pis. ¿Puedo?
Me miraron, se miraron, y se corrieron a un costado para dejarme pasar. Murmuré un "gracias" aliviada mientras entraba en el cuarto. Abrí la canilla para que el agua de la ducha corriera y disimulara un poco la risa que no podía contener más. Del otro lado se escuchaban todavía las voces de Jorge y su madre discutiendo.
Me metí bajo la ducha caliente, todavía riéndome, pensando si ella estaría ahí cuando yo saliera, o recapacitaría y se daría cuenta que existe una regla de oro para los hijos e hijas mayores de veinticinco que viven solos, y es que tienen una vida propia y, por lo tanto, no es prudente aparecerse en sus departamentos sin previo aviso.

A menos que quieran exponerse a situaciones bizarras como ésta y dejarlos en ridículo.

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28 agosto 2011

La decisión más difícil

Al leer esta tira me reí al principio, ¡pobre Roberta! Pero unos minutos después me vino a la memoria la imagen de una mujer que hace unos años tuvo que tomar dos veces la decisión de dejar atrás una casa con todas las comodidades. Tuvo que pensar bien qué cosas se iba a llevar ya que el bolso aunque era grande no cabía todo lo que hubiera querido conservar. La primera vez que se fue era casi medianoche, era muy joven y estaba asustada. Pero estaba convencida que merecía una vida nueva junto con el hombre que amaba, y por ello valía la pena dejar todo atrás. Pobre, no le fue muy bien, pero se las arregló lo mejor que pudo y salió a flote. La segunda vez ya era un poco más grande, también tuvo que empacar lo estrictamente necesario, también estaba asustada, pero no estaba sola: junto a los dos bolsos llevaba a su bebé en un cochecito. Era una tarde de domingo, soleada. Nadie las vio salir. Esa vez tampoco le fue muy bien al principio porque eran épocas de crisis y hubo que pasar un largo tiempo de estrecheces, pero como ya estaba acostumbrada a los sacrificios y no era tonta, de nuevo se esforzó mucho y salió adelante.
Me emociono cuando me acuerdo, y a veces pienso, ¿cuánto valor se necesita para dejar atrás una vida confortable, segura, pero sosa, vacía y sin proyectos? ¿Se puede vivir toda la vida auto engañándose, salir al mundo con una máscara de falsa felicidad?

"Las dos veces que me fui, vi que tenía por delante un camino incierto, oscuro; pero después pensé, tengo un par de piernas fuertes y la cabeza bien dura, así que me lancé a caminar... Tropecé varias veces, perdí el rumbo otras tantas, me encontré con algunos peligros, pero hice mi camino como debe ser: andando para adelante, sin reproches. Y así descubrí qué quería de la vida, cosa que a muchos otros les lleva casi toda la existencia saberlo. No me arrepiento."

–Y a esa mujer que decís, ¿la conocés bien?
–Mejor que nadie. De hecho, la veo todos los días en el espejo.


("Roberta" Viñeta humorística de Emilio Ferrero)

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