25 mayo 2011

El amor está en el aire

Love Is In The Air
Fue un domingo, almorzando con amigos, que me lo presentaron a Pepe. Era el típico gordito simpático de ese grupete de cuarentones casados, el único que aún permanecía invicto al “sí, quiero”. Me lo arrimaron descaradamente y yo, sin saber de qué hablar, le pregunté por el anillo que llevaba en su dedo anular. “Es mi anillo de escritor”, me dijo. No se lo creí hasta que días después me invitó a salir y me regaló un librito de tapa verde. Le eché un vistazo y me tuve que reír... ¡Era poeta! Esa misma noche lo leí, y me bastaron tres horas y media para llegar al final y descubrir que me había enamorado perdidamente. Salimos otras veces, pasamos muchas noches juntos, y meses después se me presenta con un ramo de fresias y un regalo. Era su nuevo libro, cuyo título decía “El amor está en el aire”. En la primera página yacía su dedicatoria en tinta negra... y su anillo. El mismo anillo que ahora llevo puesto yo, como símbolo de nuestra unión.
Adoro los finales felices.

Este relato fue publicado en la sección "Minicuentos" de La Nación | 13 de mayo de 2010 | ver »

,.,.,.,.,

21 mayo 2011

La puñalada

Tears by ~Eddo22 | Deviantart »
No dije que lo sabía. Dejé que mi amiga se desahogara y siguiera contando su tragedia, como si me tomase por sorpresa. La pobre repetía entre lágrimas, una y otra vez, cómo pudo ser posible que su esposo la estuviese engañando, si llevaban tres años de aparente feliz matrimonio, por qué, en qué se había equivocado. Callé. Cerré los ojos, sentí el ardor de la puñalada en el corazón. No podía decirle la verdad porque esa verdad dolía más que mil mentiras juntas. Que él la quería pero no la amaba, porque seguía enamorado de otra mujer.
De mí, precisamente.

·:·

16 mayo 2011

Ocho menos cinco

Turtle by ~FunkEx | Deviantart »
Eran casi seis y media de la mañana cuando el avión por fin tocó suelo porteño. Después de los trámites de rigor, recuperé mi bolso y pedí un taxi en la vereda. El cielo plomizo apenas clareaba en el horizonte sobre el río. Empezó a lloviznar cuando llegamos, el taxista no tenía cambio y tuve que revolver toda la cartera en busca de algún billete salvador mientras negociaba con el chofer. Estuve varios minutos en la entrada del edificio buscando en mis bolsillos la llave correcta. No quise tocar timbre porque quería darle la sorpresa a mi Fabio, que seguramente dormía. Entré sigilosa al departamento, y me extrañó encontrar las persianas bajas. Dejé el bolso en el piso y caminé hacia la habitación. La cama estaba tendida, el baño ordenado, la cocina impecable. De pronto, un raro ruido me sacó de mis pensamientos. Venía del lavadero. Fui a ver inmediatamente.
“Ay, Amanda...” dije en un susurro.
En su afán de cruzar de un lado al otro, la tortuga se había quedado atascada en la puerta corrediza de aluminio apenas abierta. Quién sabe cuánto tiempo llevaba ahí, pataleando, tratando de zafar de su eventual prisión. La saqué con cuidado, con ambas manos, le acaricié la fría caparazón y la dejé en el suelo, al lado de la mesita. Le puse agua en un plato y la mitad de una manzana roja. Puse la pava en el fuego, entonces vi el sobre con mi nombre pegado a la puerta de la heladera. Lo saqué de un tirón, lo abrí, había un papel rayado doblado al medio en su interior. Me senté para leer esa nota escrita con birome negra:

“Paula,
Espero que hayas tenido buen viaje y tu abuela esté mejor. No sé cómo explicarte que nuestra relación ya no era lo que fue. Estuvo todo genial al principio, pero últimamente me sentía enjaulado, domesticado, atascado en el mismo lugar. No es esa la vida que quiero. Lo pensé mucho y no fue nada fácil tomar esta decisión.
Para cuando llegues a Buenos Aires yo ya estaré de vuelta en Rosario. Si querés podés quedarte en ese departamento, el contrato de alquiler se vence el año que viene. No me animé a llevarme a la tortuga, además sé que la querés mucho y la vas a cuidar. Así no te sentís tan sola.
No me busques ni me llames. Es mejor así. Con el tiempo te vas a dar cuenta que de esta era la única forma de alejarnos sin hacernos daño.
Te deseo toda la suerte del mundo,
Fabio”
Mi brazo se desmayó en la mesa. Miré sin ver el papel en mi mano izquierda quien sabe cuánto tiempo. Escuché sin escuchar los sonidos cotidianos, las mandíbulas de la tortuga comiendo la fruta crujiente, el siseo de la pava, pasos en el palier, un bocinazo desde la calle, el motor del ascensor subiendo y bajando, un reloj despertador desde el piso de arriba, una risa...
Reaccioné. Mis dedos rabiosos apretujaron la nota con fuerza hasta hacerla un bollo apretado. De pronto me sentí demasiado abatida para vociferar las peores maldiciones, siquiera para soltar una lágrima.
Me puse de pie despacio. Apagué la hornalla. Caminé arrastrando los pies hasta la habitación en penumbras y me tumbé en la cama. Miré el reloj.
“Las ocho menos cinco” pensé, “y ya tuve un día de mierda”.

.·'º'·.

13 mayo 2011

En la madurez

...A + V... by ~kmetos | Deviantart »
Hasta que decidimos volver a colgarla en la pared pasaron casi cuarenta años. En ese retrato estamos él y yo, de adolescentes: alegres, sonrientes, llenos de energía e ideales. Fue en ese lugar que nos vimos por última vez, antes que nuestros caminos se separaran. Hubo para ambos amores, matrimonios, hijos, divorcios, otros amores, cambios de trabajo, mudanzas y demás. Nos llevó todo ese tiempo darnos cuenta que nunca nos habíamos olvidado. Nos buscamos, nos encontramos, y hoy celebramos, con este sencillo acto, la alegría de volver a estar juntos en la madurez, igual de enamorados que en aquellos años.


:·:

10 mayo 2011

Te gusta sudar esa camiseta

fitness by ~pocobw | Deviantart »

Esta conversación surgió el mes pasado, de forma espontánea, en uno de esos sitios web donde se juntan personas a mirar perfiles de posibles candidatos/as a ver con cual le vendría bien tener una cita con fines poco serios (aunque de entrada digan que sí son serios, andá a creerles, jajaja). Supongamos que el nombre de mi interlocutor era Fulano, y el número su edad:

[...]
yo: bueno contame a que te dedicás
Fulano53: soy profesional
yo: en que
Fulano53: ingeniero
yo: ingeniero civil o informático?
Fulano53: civil
yo: ok
yo: y dnd vivis
Fulano53: Lomas
Fulano53: conoces?
yo: no mucho, todo lo q es zona sur es Mordor para mí
yo: jeje

(pasó un rato de silencio y decidí retomar la conversación sólo para divertirme a costillas del lacónico señor)

yo: y que hacés en tu tiempo libre
Fulano53: de todo
Fulano53: voy al bowling con mis amigos
Fulano53: tambien estoy tomando clases de rock y americano
Fulano53: juego mucho al fútbol 2 veces por semana
Fulano53: también voy a tenis, básquet
Fulano53: hago algo de musculación en el gimnasio
yo: aha, te gusta sudar esa camiseta
yo: de coger ni hablar, no?
Fulano53: que cosa???
yo: digo, q se yo, entre el laburo, deporte y baile, no te queda tiempo o ganas de coger
yo: o sí?

Y luego, un prolongado silencio me hizo notar que el señor, o bien se retiró indignado, o era un caballero y no me contestó como me merecía, o tal vez no tenía respuesta con la cual retrucarme. Como decía mi abuela, el que calla otorga. Los años de observación y experiencia me confirmaron hace rato que estos reyes del fitness son los que menos dan bola porque creen que cotizan muy alto entre las mujeres de todas las edades y por ende, son hiper narcisistas. Tal vez a las jovencitas inexpertas y las huecas frívolas les vaya esa onda, pero que no se ilusionen demasiado: ellos sólo están enamorados de sus bíceps.

Bah, yo no me tomo tan al pie de la letra eso de "mente sana en cuerpo sano". Mi cuota deportiva se reduce a dos clases de Pilates por semana, más bicicleta o caminatas prolongadas por el centro para evitar los apretujamientos de hora pico, las manifestaciones, los quilombos de tránsito, etc. Mi masa corporal es un flancito, créanme. Tal vez por eso tengo ideas tan malvadas.

Como ventilar una conversación ridícula con el rey de los deportes, por ejemplo.

_

07 mayo 2011

Las reglas del juego (sucio)

Anna - football series 2 by ~tim-reder | Deviantart.com »–Ceci, quisiera que no nos veamos por un tiempo.
Las palabras hicieron un eco solemne, como en la bóveda de una iglesia vacía, antes de perderse en el aire que de pronto se tornó pesado e irrespirable. La situación se parecía más a un mediocre partido de fútbol que a una charla de pareja.
Ella lo escuchó sin levantar la vista de su capuchino coronado por un copete de blanca espuma de leche salpicada con chocolate y canela. Despacio, abrió el sobrecito de azúcar y lo volcó encima.
–¿Puedo saber por qué? –preguntó luego de una larga pausa, mientras revolvía su taza lentamente.
Emilio emitió un suspiro largo, parecía mas bien el resoplido de un caballo cansado. Entrecerró los párpados e intentó elegir con el mayor de los cuidados las palabras para no dar lugar a malos entendidos. Lo último que un hombre quiere en una situación como esta es ser malinterpretado. Igual, nunca lo logran.
–Nos estamos haciendo daño el uno al otro, Ceci. Nos estamos asfixiando. Yo no me ubico en esta relación. Necesito un espacio para estar solo y meditar. Mi mente va a mil y quiero frenar un poco esta locura. Existen infinitas posibilidades y yo elijo esta, tal vez te suena un poco egoísta pero si yo no pienso en mí, ¿quién lo va a hacer? Quiero ser responsable de mi vida, pero quiero ser yo el que maneje el timón. No sé, ¿entendés lo que te quiero decir?
Ella sorbió dos veces de su taza mientras lo escuchaba atentamente. Era la justificación más pedorra que había escuchado en su vida. Una justificación llena de vueltas, adornada inútilmente como una torta mal hecha o un arbolito de Navidad.
Basta de cuentos: la verdad se dice siempre de frente, pensó ella con rabia. Seguramente apareció en el medio otra minita y él estaba pidiendo una tregua para probar la comida del plato de al lado. Para tener el pan y la torta, por las dudas, y no pasar hambre. Si un hombre quiere jugar sucio con el corazón de las mujeres, mejor que nunca las subestime: ellas aprenden rápido las reglas del juego, e incluso perfeccionan la técnica.
La pelota voló a su arco pero su arquero estrella la atajó limpiamente.
Se bebió todo el contenido de su taza, la dejó delicadamente sobre el platito y, encogiéndose de hombros, con una sonrisa digna de una Lucrecia Borgia que ha derramado veneno en la copa de su víctima, sentenció:
–Ok. Lo que vos digas, Emi. No nos veamos durante un tiempo. Creo que nos va a hacer bien a los dos un poco de aire fresco. Espero que no haya reproches durante la cena de Fin de Año de tu empresa.Él la miró sin comprender. Ceci se puso de pie tranquilamente, y robó el balón a su rival en ese segundo de descuido. Mientras se ponía la cartera al hombro, continuó.
–Sí, voy a ir pero no con vos. Sabés, tu jefe me invitó. Lo conocí la semana pasada en el cumple de Vero y nos hicimos amigos. La verdad que es re simpático, tiene un carisma increíble. No sé por qué siempre decías que era un putito reprimido, ¡nada que ver!
El partido se dio vuelta. Ahora ella tenía la pelota en su área y sin dudar corrió hacia el arco, con la destreza de un Diego Maradona en sus años de gloria, con la pelota pegada a los pies; con una patada diestra y fenomenal, apuntó contra el desconcertado arquero.
Emilio intentó balbucear algo, pero ella se despidió de él cariñosamente. Giró la espalda y se alejó a paso ligero.
Y otra vez esa sonrisa de satisfacción se le dibujó en los labios.
Gol. Ceci 1, Emilio 0.
Fin del partido.

01 mayo 2011

La amante porteña

Buenos Aires by Cristian Magro | on Deviantart
Hace diez años solía ir cada tanto a un bar del microcentro porteño, muy conocido por su ambientación estilo irlandés. El Kilkenny, un lugar pintoresco, bullicioso, donde se juntan oficinistas de la zona (chicos de traje y chicas pintonas) que se mezclan con los gringos que van por un trago y sentirse un poquito como en la taberna de su ciudad. De ese lugar tengo miles de historias para contar, pero me voy a detener en una en particular, que trascendió durante varios años.
Estaba yo sentada en la barra, sola, aburrida. Evidentemente mi amiga me había dejado plantada, pero ya tenía mi cerveza así que decidí terminarla antes de irme. De pronto alguien se sienta a mi lado y me pregunta si hablo inglés. Le contesté que sí de mala gana y levanto la vista. Me encontré con un par de ojos color celeste cielo de mirada pacífica. Me sonrió, se presentó como Chris nomeacuerdocuantos y empezamos a hablar. Sin quererlo, congeniamos. Él era de Alemania y estaba de paso por Buenos Aires mientras esperaba confirmación del vuelo que lo llevaría de regreso a su país. Yo era, en ese entonces, una fulana flamante treinteañera algo descocada, que trabajaba como asistente de medios en una agencia de publicidad. Hablamos mucho, de sus vacaciones por Latinoamérica, su trabajo, mi trabajo, mi vida, nuestro respectivo estado civil. Tomamos un par de cervezas más, nos dimos un beso, luego otro, y beso va mimo viene terminamos pasando la noche en su habitación, en ese hotel berreta donde se estaba hospedando. Dos días después volvimos a vernos, y al otro día lo mismo. Estuvimos casi una semana y media saliendo juntos, recorriendo mi Buenos Aires querido de la mano como dos adolescentes atortolados. Un lunes, me llama a la mañana para avisarme que le confirmaron vuelo para ese mediodía, y se estaba yendo en ese instante para Ezeiza. No hubo lágrimas, le desee buen viaje y quedamos en mantener el contacto por mail.
A lo largo de tres años nos escribimos esporádicamente, nos enviamos tarjetitas virtuales, fotos, etc. Durante ese tiempo tuve varios cambios de trabajo, y dejé de revisar tan asiduamente esa cuenta de email. Un día descubro que me había enviado un mensaje hacía un mes atrás, anunciando que estaría pasando unos días por Buenos Aires, y que tenía muchas ganas de verme.
¡Quería volver a verme...!
No lo dudé. Le devolví el mensaje, arreglamos para vernos durante mi hora de almuerzo, y lo que iba a ser un encuentro de una hora terminó haciéndose de seis (excusa pedorra a mi jefe mediante, sabía que me podía costar el empleo pero me importó dos carajos). Él estaba igual de hermoso que la primera vez, con la piel algo colorada, típico de los paliduchos que se exponen mucho al sol. Otra vez pasamos cuatro días juntos, nos encontrábamos al mediodía para almorzar y nos volvíamos a ver a la salida de la oficina. Él me esperaba seis y cuarto en el lobby del hotel, me recibía con un abrazo y de ahí sin escalas a su habitación. Y otra vez, repentinamente le confirmaron vuelo y me llamó para despedirse. Otra vez sin lágrimas y sin reproches le deseé buen viaje. Continuamos manteniendo el contacto a través del mail.
Pero la tercera vez fue distinta.
Dos años después me escribió diciendo que estaba pasando por Buenos Aires durante unos días, y me dio la dirección del hotel donde iba a estar parando, para que fuera a verlo en cuanto pudiera. Y en cuanto pude, dejé todo para ir a su encuentro, que fue igual de ardiente que las veces anteriores. Hacía calor y me di una ducha antes de irme. Mientras me secaba el pelo, él me abraza por la cintura y me dice casi en un susurro, que esta iba a ser la última vez que estaríamos juntos. ¿Por qué? Porque en unos meses se casaba. Adiós vacaciones de tres meses. Adiós a los viajes de mochilero por el mundo. Adiós a las juergas con sus amigotes. Adiós a la amante porteña de pelo rojo.
Me dejó muda. No me lo esperaba.
No hubo lágrimas para ninguno de los dos. Nos quedamos un largo rato de pie, abrazados, en silencio. Mi pelo todavía mojado goteaba sobre su hombro. El ruido del tránsito porteño se colaba por la ventana. Sólo la luz del baño iluminaba la habitación a oscuras. Nos vestimos, salimos a cenar y no mencionamos para nada el asunto.
Volvimos a vernos al otro día. La última vez. No quise ofrecerme a acompañarlo a Ezeiza al día siguiente por miedo a quebrarme. Le deseé éxitos en su trabajo y felicidad en su matrimonio. Me despedí con un abrazo y un beso en la boca, y me fui caminando sin mirar atrás.
Semanas después recibí un breve mail de parte de él:
"No quiero que estés triste, sos una chica muy agradable y no mereces estar mal. Todas las veces que estuvimos juntos fue lo más lindo que me pasó, fue como magia. No puedo explicarte por qué me caso, pero seguramente lo entenderás. Eres una mujer extraordinaria. Te voy a extrañar y deseo sinceramente que seas muy felíz. Te amo. Chris W."
Ni bien terminé de leer esto, lloré emocionada.

Yo también te amo Chris, donde quieras que estés ;)
_