20 abril 2011

Es difícil querer a alguien sin tiempo

Mr. Time by =oO-Rein-Oo | Deviantart

Fue como una suerte de deja-vú virtual. Otra vez la historieta se repetía, sólo que había cambiado el interlocutor. Vamos a llamarlo Mr.R por ponerle un nombre. Bueno, había hablado varias veces por MSN con el señor en cuestión. Fue una charla amena y fluída desde el inicio. Lo que se dice buena química. Hablamos horas y horas, quedamos en vernos un día, algún día, nada en concreto. Todo es maravilloso desde aquel lado de la pantalla. Pero ese viernes se lo dije sin anestesia: "me gustaría salir hoy". Para qué. Se le reventó la burbuja. ¡Pluf! Todo eso tan lindo que había entre nosotros se pinchó en un segundo. Me acusó de querer terminar con la relación (¿qué relación? ni siquiera lo conocía...) y la remató con un "es difícil querer a alguien sin tiempo, ojalá encuentres el hombre que te merezca... te voy a extrañar, en serio". Y acto seguido me cerró la ventanita del chat y me sacó inmediatamente de su lista del Facebook. ¡Já!

No entendí por qué Mr.R se rayó de repente... si no le hice ninguna propuesta indecente, tan solo salir y vernos frente a frente. ¿Qué había de malo en eso? O no era quien decía ser, o estaba ocultando algo, o era flor de freak, o era una marioneta (perfil falso que alguien crea con el único objetivo de pasar el rato). Ninguna de todas esas cosas me sorprende a esta altura. Es más, es ya una especie de patrón generalizado que aplica a cualquier individuo que genera un contacto a través del ciberespacio, red social mediante. Está todo bien mientras chatees, pero cuando le pedís pasar al plano personal (sin que sea el sexo el único objetivo) se arrugan y achicharran, se ponen histéricos, sabotean la buena relación y cortan, pero dejando en claro que la culpa es de una por ser tan desesperada y nunca de ellos.

Pobrecito Mr.R, si no fuera porque tengo muchos años de Internet en mi haber, casi casi me creo su triste historia de hombre abnegado que busca amor pero teme ser rechazado. Patético...

Mi tarea para el fin de semana largo: escribir cien veces "no debo perder más el tiempo tratando de entender a los hombres".

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01 abril 2011

Hermafroditismo secuencial

flower lips by !viardorem | Deviantart
–¿Y cómo te fue la remerita?
–Está linda, la verdad, pero creo que no es para mí.
–¿Pero por qué?
–¡Obvio! Porque ya no tengo 20 años para lucir esto.


La escena transcurrió en el probador de un local de ropa femenina muy IN. Me acordaba, por un instante, ayer no más, cuando yo tenía 20 y toda la ropa me quedaba bárbara. Escotes pronunciados, telas ajustadas, minifaldas... Ahora me veo con esas ropas al espejo, y aunque todavía me entran, ya no es lo mismo. Cada vez me veo más ridícula. Una jovata de 38 que desafía el paso del tiempo vistiéndose como una veinteañera para competir por los pocos machos disponibles (y pasables) que quedan sueltos en la jungla de cemento. Nah.

Se me ocurrió entonces que cierta vez me contaron que hay peces que, mientras son jóvenes, pertenecen al sexo femenino, y pasado el tiempo cambian y pasan al sexo masculino. Eso se llama hermafroditismo secuencial. Y pensaba, wau, imaginate si los humanos fuéramos así. Nos ahorraríamos tantas frustraciones, decepciones, esfuerzos en el gym, horas de cirugías y toneladas de botox. Porque no es lo mismo una mujer de cuarenta que un hombre de cuarenta. El hombre entrado en años tiene todavía muchas chances de aparearse con hembras jóvenes mientras que a la hembra vieja sólo le darán bolilla los varones inexpertos, o los padecientes de complejos de Electra, o los bladitos que buscan la presa más fácil.

Cuando hice este planteo, se me rieron en la cara descaradamente (valga la redundancia), y luego dijeron esa eterna muletilla “¡pero bajá las pretensiones!”. Ok. A ver, ¿y por qué debería bajarlas? ¿Acaso la edad no te otorga el derecho a exigir lo que te va mejor? ¿O acaso viviste la vida y experimentaste para terminar conformándote con un pedazo de pan duro de ayer, sabiendo que hay comidas mucho más apetitosas? ¿Ahora es mucho pretender querer un compañero de edad acorde, de mente sana en cuerpo sano, con una posición socioeconómica estable (no hace falta que sea millonario, hasta un plomero podría calificar), que no se la pase quejándose de su ex mujeres o despotricando contra la tecnología sin saber de qué se trata?

Es así, la vida es fácil y maravillosa si tenés veinte años y si tu dios, herencia mediante, te bendijo con un lindo cuerpo y unos bonitos ojos, ni te tenés que calentar por nada. Todo te va a caer del cielo cada vez que lo pidas. No necesitás pensar o razonar. Eso dejáselo a las feas y las jovatas como yo.

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28 febrero 2011

La dama, el valiente y la foto de perfil

Coffee Break 3 by *ThePaminator | Deviantart »
Esta escena sucede una tarde en un conocido café de la zona céntrica. Un señor y una señorita se conocen personalmente después de haber chateado mucho tiempo por Facebook. Él es asesor de productos financieros en un banco privado y ella es recepcionista en una consultora.
Se encuentran, se saludan, piden un café y luego de varios minutos de conversación típica (el trabajo, la familia, el clima...), surge la pregunta del millón. El le pregunta a ella:
–La verdad que sos muy linda, como en todas las fotos de tu Facebook.
–Ay, gracias.
–Bueno, ¿y vos qué opinás de mí ahora?
–¿Querés la verdad?
–¡Claro!
–En tu foto de perfil estás distinto.
–¿Distinto, cómo?
–Te falta bastante pelo acá y tenés unos cuantos kilates de más. ¿Esa foto la hiciste retocar con el Photoshop o es de hace diez años?
La cara del señor, irreproducible. Más que irreproducible, difícil de describir con palabras. Su orgullo masculino se fue al piso y se puso morado, pero se mordió la lengua antes que decir algo fuera de lugar. Más allá de haber dicho semejante guachada, ella era una dama, y él un caballero.
–Te ofendiste, ¿no? –dijo ella con voz tímida, como disculpándose. –Vos querías la verdad...
La verdad era que él tenía unas irrefrenables ganas de levantarse y dejarla sola. Pero por una milésima decidió quedarse en su lugar, seguir en la batalla hasta el final como un valiente sabiendo que la guerra ya estaba perdida.
–No, linda, para nada. Me alegra que tengas la valentía de decir lo que pensás así tan de frente. Cada cual es como es y bueno, hay que saber reírse de lo que toca en suerte.
–Ah... Porque mirá que nunca dije que esos detalles me molestaran, eh.
El tipo la miró. Ahora de verdad no entendía ni jota. “Las minas son un misterio...”, pensó. Ella sorbió su café y siguió hablando tranquilamente:
–Las fotos nunca nos hacen justicia. Sólo muestra lo que somos por fuera en un momento determinado, y lo que somos por fuera cambia todo el tiempo. Hoy tenés el pelo largo, mañana se te cayó todo. Voy a decir una soberana boludez: lo que importa es lo de adentro. Más allá del poco pelo o los kilos de más, sos un tipo interesante. ¿Sabés por qué? Porque podés hablar más de diez palabras coherentes seguidas, y eso es algo raro en la mayoría de los hombres de hoy.
–¿En serio?
–En serio, creeme. No sé, debe ser porque miran demasiado a Tinelli o porque no leen otra cosa que el Olé. Pero a mí particularmente una buena conversación me puede más que unos bíceps o abdominales de gym.
El orgullo del señor, antes caído como trapo de piso, se puso en pie enseguida, se sacudió el polvo, se emprolijó y salió a dar batalla. La guerra no estaba perdida. Él preguntó si ella había leído a Scott Fitzgerald. Ella dijo que no, y él tuvo oportunidad de lucirse hablando de su escritor favorito mientras ella lo miraba con los ojos brillantes, como si estuviese viendo al mismísimo Brad Pitt.
Pidieron otro café, arrimaron más las sillas y horas más tarde terminaron pasando la noche juntos en el departamento de él.
“Definitivamente, las minas son un misterio... Gracias Scott, te debo una.”

27 enero 2011

Historia de tres hombres y un denominador común

The Boys by ~Managex | Deviantart
–Basta de trabajar tanto che, ¿no salís nunca a divertirte? –me dijo mi amigo Toto esta mañana.
Nos encontramos por MSN y luego de las preguntas de rigor, le comenté que me estaba yendo muy bien con el trabajo y las últimas semanas me la pasé casi 12 hs. al día dedicada a diseñar, proyectar, cotizar y negociar.
–Sí, hombre. De vez en cuando salgo por ahí.
–¿Con quién?
–Sola.
–Vamos, ¿me vas a decir que no hay ni un solo candidato que te arrime el ala? ¿Qué pasó con el gordo, el gallego y el morocho?
–Están todos del orto. Mirá, si tengo que sentarme a esperarlos o entenderlos, me muero de vieja...

Me vino de repente la imagen de los tres tipos de pie, uno al lado del otro, como si los viese a través de un vidrio en una rueda de reconocimiento de sospechosos. Miro a todos y cada uno de ellos y pienso, ¿por qué me enamoré de él? ¿qué fue lo que me atrajo? ¿por qué las cosas no funcionaron?

Hace dos años que venía penando de amor por el gordo. Cuando lo ví por primera vez me atrajo irremediablemente algo en esos ojos celestes que se asomaban detrás de los lentes: era la mirada de un cachorrito perdido. Pasé por alto que a los cuarenta todavía fuera soltero, viviera con su madre y no tuviese gusto para vestirse. Era correcto para hablar, educado y todo un caballero, de esos que te hacen sentir una reina. Salimos muchas veces, nos arrimamos bastante pero no tanto como para quedar en posición horizontal, si uds. me entienden. Estuve tan loca de amor que por él me largué a escribir mi novela, inspirada en esos ojos hermosos (todavía inconclusa, pero al día de hoy avanza bien). Hice todo lo que pude para mostrarle mi interés por él, pero me cansé de esperarlo. Qué se yo, que me llamara, que se apareciera en casa con cualquier excusa, que un día dejara de ser tan caballero y me metiera la mano debajo del vestido. Nada. Siempre igual. Si era tan divino, simpático, alegre y respetuoso, ¿qué le faltaba al quía, entonces? Iniciativa + Ambición, una pequeña dosis de ambas. Tampoco un Donald Trump, viste. Pero era como esos viejos jubilados que no hacen otra cosa que leer el diario, mirar la tele y juntarse cada tanto con los muchachos del bar, y así dejar que la vida se pase. Y mi espíritu inquieto no podía soportarlo. Para alguien con deseos de volar, este tipo era un lastre. La última vez que hablamos fue dos días antes de Navidad, y ahí decidí no volver a llamarlo. Llamó él hace dos semanas, pero lo saqué sonando. Típico de los giles que de tanto esperar el plato principal dejan pasar los sanguchitos, y cuando vuelven con hambre la bandeja está vacía. Ni bola. Creo que todavía ni se enteró.

Al morocho lo conocí por Facebook y me encantó esa sonrisa que tenía en la foto del avatar. Le tiré onda, y la cazó enseguida. También era simpático, conversador, alegre y por suerte tenía un poco más de ambición que el anterior, aunque no la suficiente, porque era otro cuarentón soltero que aún vivía con los padres. Chateamos mucho, salimos y terminamos encamados un par de veces. Pero era un tipo jodido. Se quejaba de todo, y en eso hay que ser prudente si querés comer seguido. La primera vuelta se enculó por un arañazo que le hice en la espalda sin querer, y lo mandé al diablo. Desapareció un año, pero volvió a la carga un día. Me escribió en un comentario que me quería aunque no se notara (no, no se notaba ni mierda) pero le terminé creyendo. Y otra vez chateamos, otra vez salimos, otra vez nos encamamos. Y un par de días después se rayó por una boludez que le dije en broma. Ahí me di cuenta por qué nunca se había casado ni convivido, ¿quién se aguanta semejante histérico? Sin más vueltas lo saqué definitivamente de mi lista, lo borré del MSN y como nunca se molestó en agendar mi teléfono, ni me preocupé en bloquearlo. Al menos tengo que reconocer que fue el único caballero de un larguísima lista de amantes que se jugó a acompañarme hasta la esquina a pedir un taxi. Por lo general, te largan ahí de la puerta de entrada al edificio, sea la hora que sea, y arreglate.

Al gallego (que no es gallego en realidad pero sí un ciudadano español de no me acuerdo qué parte y estaba parando en Baires) lo conocí de casualidad en una fiesta. Lo vi, me simpatizó, empezamos a hablar y quedé deslumbrada: era inteligente, independiente, tenía carisma, ambiciones, buena posición, había viajado por el mundo y conocía mucha gente. ¡Era justo el Mr. Big que estaba buscando! Además cuando habla pone un tono de voz que te endulza el oído, te acaricia el pecho hasta el estómago y al rato sos capaz de entregarle hasta la billetera. Al principio sentí que deseaba ser el ángel guardián de mi profesión, y yo me sentí tan halagada de que reconociera mi talento, que me autocomprometí a ser su asistente para lo que necesitara, ¡qué más quería! Pero un día, mejor dicho una tarde, el encanto se rompió. Hizo un par de chistes machistas de mal gusto. Y mencionó que tiempo atrás había sido vendedor: ahí caí en la cuenta por qué era tan genial y atrapante cuando hablaba. No me gustó mucho saberlo. De pronto empezó a poner distancia, no me escribía ni mandaba más mensajitos. Yo no insistí, porque perdí esa costumbre de correr atrás de los hombres, y además tenía otras cosas importantes en que pensar. Lo encontré el miércoles de casualidad en el Starbucks de Galerías Pacífico. Hacía mucho calor y estaba todo transpirado, pero yo lo vi hermoso, tal vez porque tenía muchas ganas de volver a verlo. Saludó, comentó que tenía una cita, y se fue. Me dolió. Me sentí nadie. Tuve que tragarme las lágrimas hasta nuevo aviso. Esta vuelta aprendí que no podía enamorarme de un tipo que vuela mucho más alto que yo, porque la historia de la Cenicienta es sólo un cuento para nenas, y en el mundo real esas cosas nunca le suceden a las chicas como yo.

Sin embargo algo unía a ese trío bajo un denominador común: se habían dado cuenta que tenían poder sobre mí, y podían usarlo. Si hay algo que no me gusta para nada es cuando quieren aprovecharse del cariño y crear situaciones para manejarme con la culpa o los sentimientos. Yo los quise a todos y cada uno hasta donde pude, pero más me quiero a mi misma; lo suficiente como para no permitirles que me tocaran el corazón. Para ellos, las minas van y vienen, un corazón roto es una simple metáfora y los sentimientos otra leyenda urbana.

–Me estoy haciendo vieja, Toto. ¿Vos decís que todavía estoy buena?
–Claro, tontita. ¿Qué tipo no querría salir con vos?
–Todos los bagayos que no me gustan, justamente.
–¿Pero ni uno se salva?
–¡No podría nunca estar con alguien que no me guste o no me mueva el piso! ¿Para qué?
–Para ver si con el tiempo te enamorás.
–No jodas, con ese criterio ya desperdicié trece años de mi vida con mis dos ex maridos.
–Jajaja, ¡no vas a tirar la toalla justo ahora! ¿O sí?
...

No tuve respuesta.