24 enero 2018

Sin epitafio


Cuando me muera, no quiero que me velen, ni que me lloren, ni pregunten qué le heredo a mi familia. ¡Por favor! Déjense de joder. 
A mí háganme cenicitas primero, después me meten en algún coso que no se abra y me despiden en alguna fiesta loca como Creamfields, Ultra o Tomorrowland. O las tres juntas, ¿por qué no? Me quiero ir de este mundo de mierda entre música electrónica al mango, fuegos artificiales, baile y gente alegre. No quiero a nadie triste, brinden y deseenme buen viaje al más allá, si es que existe. Después de la fiesta, ese coso con mis cenizas lo pueden poner en un árbol y plantarlo en la Plaza de los Dos Congresos, o tirarlo al Río de la Plata, o mitad y mitad, qué se yo, me da igual. No me pongan un epitafio o recordatorio con alguna de las boludeces que dije cuando vivía, no solo porque son tantas que ya ni se pueden contar, sino que suficiente legado inútil dejé ya en las redes sociales durante años.
No me dejen flores, no me prendan velas. No le pidan a ningún dios que me guarde porque ninguno me dio pelota mientras estaba viva. Te digo más, me voy a encargar de reclamarle los desplantes a todos y cada uno de esos sinvergüenzas.
Si quieren hablarme, háganlo en silencio; si quieren escucharme, también hagan silencio y escuchen el canto de los pájaros, a los grillos, al viento, la lluvia, el runrún suburbano que nunca duerme. 
Pero eso sí, me dejan acá en Buenos Aires, mi ciudad, mi lugar en el mundo, mi amor eterno.

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