03 julio 2016

El felino, la chica y el escritor

Panther by snappyhappy | Deviantart.com

–Ahí está el auto. –dijo Victoria, mirando por la ventana con una sonrisa.
Edgardo, desde su posición, no pudo ver nada. Se sintió nervioso y curioso. Por fin iba a conocer al famoso Mono del que tanto le había hablado ella.
Pocos minutos después lo vio entrar por la puerta. Estaba seguro que era él. Su primera impresión fue inmediata y contundente: era un felino gigante. Tenía el pelo corto oscuro, entrecano, llevaba lentes aviadores y vestía camisa y campera de cuero negras, y jeans gastados. Ella levantó la mano y él caminó hacia ellos.
Victoria se puso de pie, lo abrazó y le dio un beso en la mejilla mientras le decía cariñosamente, "Hola Monito, ¿cómo estás?". La cara de bulldog que el Mono traía desde que entró al lugar, se transformó por unos instantes en la de un cachorro al que solo le faltó mover la cola de alegría.
Edgardo se puso de pie, Victoria los presentó y se dieron la mano. Hablaron un par de tonteras entre ellos mientras llamaban al mozo. De pronto, el ambiente cambió, Edgardo se sintió fuera de contexto en la mesa, como si estuviese mirando un documental de Animal Planet. Flotaba en el aire una cierta tensión sexual. Ella se había transformado de repente en una hábil domadora de animales salvajes, y él, en un enorme felino buscando la manera de que le rasquen la panza. Se preguntaba cómo era posible tal combinación en una sola persona: no solo era un experto en seguridad y guardaespaldas, de ésos que tienen la sangre bien fría, sino que además, según ella le había contado, era un hábil boxeador desde la adolescencia, además guitarrista de blues, sommelier aficionado, buen jugador de ajedrez y bailaba tango nivel experto. Y él, solo era periodista, autor de varios libros sin éxito, no bebía alcohol, jugaba Sudoku y era experto estratega... en Warcraft.
Llegó el mozo, les sirvió y se retiró rápido. Victoria empezó a introducir a su amigo sobre el tema y su idea y la cara del Mono volvió a ser la de un bulldog en guardia.
–O sea, en concreto, –dijo el Mono cuando ella terminó de hablar. –vos querés comprobar y/o refutar la sanata que tu amiguito –y resaltó la palabra "sanata" y "amiguito", cosa que a Edgardo le molestó mucho. –puso en este futuro libro.
–Así es. Vos tenés acceso a información que yo necesito. –dijo ella sin rodeos, mordiéndose el labio.
–¿Y cuál es el objetivo? –preguntó el Mono, luego de una pausa y mirándola fijo.
–Que tengo delante de mí una teoría fascinante sobre la supuesta muerte de uno de los músicos más famosos del siglo XX. Y Edgardo, mi amigo –ella también resaltó la palabra "amigo"– aquí presente me hizo notar algunas ideas interesantes, que pueden sonar un poco voladas pero tienen lógica, son cosas que quiero investigar para estar segura antes de sacar este libro a la calle. Vos sabés que elijo con cuidado qué libros quiero editar. Éste tiene potencial.
–¿Vos estás segura que querés hacer esto?
Se hizo un silencio. Ella jugaba con un sobrecito de azúcar. Contestó rotundamente: –Sí.
Levantó la vista y miró primero a Edgardo, y luego al Mono. Era una mirada directa, sin pestañeos. La mirada de una domadora. Al felino solo le faltó rugir y tirarse al piso ronroneando.
[...]

No hay comentarios:

Publicar un comentario