26 febrero 2013

Locura de amor

'Amie'by x-FuzZ | Deviantart.com
En la última salida se me planta y me dice que está re enamorada de mí y quiere venirse a vivir conmigo.

Miércoles, casi las once de la noche, suena el teléfono.
–¡Ale! –dice Jorge del otro lado. –Hola, ¡que suerte que te encuentro!
Hola, querido. ¿Qué te anda pasando? –dije yo, distraída mientras me hacía un café.
Necesito que me ayudes con algo urgente. En serio es urgente.
–¿Pero qué pasa? Me estás asustando, George.
–Se acaba de plantar en la puerta de entrada al edificio una mina con la que anduve hace dos semanas. Quiere entrar a verme a toda costa. El portero no la puede echar. Y yo no puedo salir.
–Boludo, llamá a la policía.
–¿Qué?
–Y sí. Ocupación ilegal de zaguán.
–No puedo hacer eso.
–¿Hace cuánto que está ahí?
–Desde ayer a la tarde, llegué de la oficina y cuando la vi que venía desde la otra esquina para acá, cerré la puerta enseguida. Me dijo que iba a esperar ahí todo el tiempo que fuera necesario. Y se quedó toda la noche. Esta mañana de pedo el portero me dijo que no la vio y aproveché para salir, pero al rato volvió. Cuando llegué otra vez, toda una escena. Un Oscar a la mejor actuación dramática.
–¿Y qué le hiciste para que esté así? Si se puede saber.
Resopló. O suspiró. Y luego dijo:
–A ver, salimos, cogimos un par de veces, y en la última salida se me planta y me dice que está re enamorada de mí y quiere venirse a vivir conmigo. Le dije que ni en pedo, yo no quiero saber nada, ¡si apenas la conozco! Me dijo que el poder del amor era más fuerte, y que por amor era capaz de hacer cualquier locura. Y así estamos.
–Y digo yo, ¿por qué no sos hombre y bajás a decirle que se mande a mudar?
–¿Que pretendés, que la cague a gritos y la mande a cucha como si fuese un perro? Además, me ve y llora, se encapricha, se me arrodilla, se me agarra de la pierna. Ya me mandó como treinta emails y dejó otros tantos mensajitos en el messenger. No, boluda, no sabés lo que es. Está para el chaleco.
–Entonces con más razón, bolastristes, llamá a la policía.
–Escuchame, ¿no podés venir a hablar vos con ella? A lo mejor la hacés razonar...
–¿Qué? –y me reí a carcajadas. –Nah, vos estás mal.
–Si no se va de ahí, me voy a tener que quedar encerrado mañana, y pasado, ¡y quien sabe cuánto más!
–Jodete, te pasa por no tener cojones cuando hacen falta.
–En serio, boluda.
–En serio vos, boludo.
–No es cuestión de cojones. ¿Qué hago, la recontraputeo o le meto una piña? No, no soy esa clase de tipo. No quiero hacerle más daño. Pero tampoco puedo razonar con ella. 
Esta vez resoplé yo. Eché una cucharada de café instantáneo en la taza y luego agua caliente despacio, muy despacio.
–Georgie, somos amigos y yo te quiero mucho, pero no como vidrio. La situación está delicada como para que yo intervenga. ¡Mirá si se me viene encima con un cuchillo o tiene un revólver, o algo así! No, ni hablar. Además, mirá la hora que es, mi nena ya está dormida, no puedo irme así como así...
Otra vez el suspiro o resoplido del otro lado del tubo. Eché dos cucharadas de azúcar y revolví lentamente.
–Haceme caso, llama a la cana, y que sea lo que Dios quiera. Pensá que si la loca logra, de alguna forma, entrar al edificio, o se hace campamento en el palier, o te inunda todo el cuarto piso llorando; o peor, te tira la puerta abajo. Ahí sí que vas a estar bien jodido, eh.
–¿Vos decís?
–Nunca subestimes a una mujer despechada.
–Ok, ok. Bueno. Corto y llamo a la cana. ¿Te quedás despierta un rato más?
–Sí, un poco más puedo...
–Porfa, quedate despierta y esperame. Chau.
Cortamos. Me quedé con el teléfono cerca, pensando que llamaría para contarme como fue el desenlace de la historia. Pero una hora y media después suena el timbre de la calle.
Era Jorge. Lo vi por la ventana, parado frente al portón de entrada con un bolso y la jaula del gato.
Estaba algo pálido. Lo hice entrar, le di un café, me contó que en efecto llamó a la policía, que un patrullero apareció a los pocos minutos y se la terminaron llevando. Quien sabe si por cansancio o resignación, la loca de amor puso una resistencia mínima. Luego de eso, él sintió una mezcla de culpa y miedito, y no quiso quedarse solo. Y así fue que se vino a casa con su gato Mozart y ambos se quedaron con nosotras desde ese miércoles de madrugada hasta el domingo a la tarde. Ese día me quedé yo con él en su departamento para que estuviera tranquilo, convenciéndolo que la loca seguramente ya entrado en razón y no volvería a molestar. Cenamos milanesas con ensalada, miramos una peli y después a hacer noni.
Ya acostados los dos en su cama, se abraza a mí y me da un beso en la frente.
–Gracias, amiguita.
El gato trepó y buscó un lugar cómodo al lado mío. Acaricié el lomo del felino y girando un poco la cabeza hacia mi interlocutor, dije en voz baja:
–De nada, zoquete.


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