04 febrero 2013

El método infalible

'Where is my drier?' by sliwka91 | Deviantart.com
Me pasó otras veces con otros tipos, y con todos apliqué el mismo método. Funcionar, funciona. 

–Ah no... Me quiero matar, darling. –me dice Lalo, con cierto temblor en la voz, mientras me pasa nerviosamente el cepillo por el pelo y me mira a través del espejo.
–¿Que pasa? –pregunto, extrañada ante tan repentino cambio de humor.
No hizo falta explicar mucho. Una mujer alta, de pelo largo rubio y cuidado maquillaje, transita el pasillo con la mirada fija y una enorme sonrisa. Al caminar, taconea de tal forma que a su paso todos frenan, se corren, sacan los pies.
La dama en cuestión abraza efusivamente por el cuello a Lalo, le da un beso muy cercano a la boca y le dice que lo espera para que la atienda. Éste la mira como si viniera una granizada.
–¿Qué onda con la Graciela Alfano? –dije yo entre risas.
–No te rías, boluda; esa mina está atrás mío y no me deja en paz, no la soporto.
–Pero, ¿sabe que vos...?
–Sí, sabe que soy puto. Pero se le metió en la cabeza que me quiere voltear para enderezarme las ideas.
–Uh, medio obsesiva.
–Sí, si la mirás con un solo ojo. Estaba casada con un empresario, se divorció, le ganó un juicio millonario y ahora se dedica a vivir la vida. Y así como la ves, mami, está aburrida y necesita un juguete.
–¿Y dónde la conociste?
–La recomendó una clienta que viene siempre. Pero apenas vino, me vio, y a los diez minutos ya me estaba invitando a cenar a la casa, que me pasaba a buscar en el auto y yo que sé. Obvio le agradecí pero le dije que no. Después volvió, y siempre volvía a la carga hasta que le dije, mirá no sé qué querés conmigo pero yo soy gay. Se ríe y me contesta: "ay tontito, eso porque nunca conociste una mujer de verdad como yo; probame y vas a ver la diferencia".
Yo me empecé a reír a carcajadas y miraba de reojo a la señora en cuestión, a la que ahora le estaban lavando el pelo.
–¿Cuántos años tiene?
–Cuarenta y tres. Posta, Deborah le vio la cédula cuando pagó con la tarjeta.
A Deborah, la hermana mayor de Lalo y administradora del negocio familiar, no se le escapa ningún detalle.
Tenía que admitir que estaba impecablemente cuidada para la edad que tenía. Se notaba que pasaba varias horas al día en el gimnasio, que se había operado las lolas e incluso colágeno en la boca. La típica "dama" rubia y liberal, le faltaba el perrito faldero.
–Yo no quiero ser grosero, viste, –continuó hablando Lalo, mientras hacía sonar las tijeras en mi nuca. –pero no sé cómo sacármela de encima. Es pesada como mosca de verano. La típica mina que no acepta un "no" como respuesta y cree que todo tiene un precio. Yo no me vendo, ¡no soy un peceto, che!
Luego de una pausa, dije:
–¿Sabés qué, Lalo? Tendrías que darle bola.
–¿Qué? ¡Nah! –dijo, mirándome a través del espejo con los ojos enormes.
–Sí, papucho. Dale bola. Decile que sí, andá a cenar a la casa, andá que te compre pilchas en el shopping, que te lleve a Mardel el fin de semana. Disfrutá la joda. Cuando vea que no se te para porque sos puto y no hay vuelta que darle, se va a cansar y va a apuntar para otro lado.
–¡Eso sería como regalarme! Y no, my dear, no, tengo mi orgullo.
–Probá el método de darle bola. A mí, me dio resultado... –dije, encogiéndome de hombros.
–¿Qué? ¿Con quién? ¡Contame ya!
–Con un conocido de mi ex, que tenía una agencia de publicidad. Nos cruzamos de casualidad en un evento. Era re simpático y yo, como una boluda le di mi tarjeta, y no paraba de tirarme los perros. Me mandaba flores a la oficina, me llamaba a cada rato, me mandaba mails. Yo todo bien, el tipo no era feo pero no sé, viste, no era mi onda, ¿entendés? Un día alguien me dijo, "si querés que un tipo te deje de acosar, acostate con él y santo remedio". Así que, le acepté la cena, le acepté los tragos, y a la hora de los bifes la cosa no anduvo...
–¡No me digas!
–Y sí. Me lo veía venir. Cuando tenés todo lo que querés así tan fácil, ¿qué te queda? Nada. Te compraste el kilo de matambre y te diste cuenta que no tenías hambre. Y fue tal cual eh, nunca más jodió, dejó de llamar, dejó de mandar mensajes. Nos cruzamos en otros eventos pero ya me saludaba como a una colega de trabajo y nada más. Me pasó otras veces con otros tipos, y con todos apliqué el mismo método. Es infalible. Funcionar, funciona. 
Lalo se quedó pensativo mientras retocaba la parte delantera. Me secó, me puso un poco de gel, me moldeó el corte y luego dijo:
–Si decís que funciona, yo pruebo. Total, nothing to loose. 
–¡Ése es mi tigre!
Ni bien me levanté del sillón, la dama lo ocupó sin perder un solo segundo. Me despedí de Lalo, que me miró con un leve gesto de resignación. Dio media vuelta y puso su mejor onda para atender a la diva, emocionada como una jovencita a punto de probarse el vestido de quince.

Una semana después, recibo un llamado en la oficina a primera hora:
–Tenías razón, bruja. –dijo Lalo, emocionado. –Salimos durante la semana y cuando vio que la cosa no iba ni p'adelante ni p'atrás, se resignó como una lady y dijo que lo nuestro era imposible. Pero me contó Deborah que hoy la vio revolotear atrás del profesor de Yoga del gym. ¡Puf!
–Viste. El que sabe, sabe...
–Y el que no, es estilista. Sos una genia, I love you, darling.


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