13 noviembre 2012

La camisa de la suerte

Everything you say is fire by *LukasSowada | Deviantart.com
Ni con todas la palabras del mundo podría (y eso que él era escritor) describir el amor que le tenía a esa prenda. 

–Gordi, decime la verdad de una vez, ¿no te gustó la camisa que te regalé?
El Gordi, levantó la mirada de la pantalla de la computadora, y la miró por encima de sus lentes redondos estilo John Lennon. Chasqueó la lengua y dijo, volviendo a su tarea:
–¡Ah! No digas tonteras, negri. 
–No te gustó.
–Sí me gustó.
–Pero no te la ponés nunca.
–¿Cómo que no? Me la puse la semana pasada que fuimos a comer con tus viejos, ¿o no?
–Sí pero...
–¿Pero?
–Ayer vi que te etiquetaron en Facebook, en el estreno de la obra de teatro de tu amigo. Tenés puesta la misma camisa horrible de cuadritos azules.
–Ehmmm... sí. 
–Y en el evento homenaje de la semana pasada también la tenías puesta.
–Sí...
–¡Y el día que te hicieron la entrevista para el canal cultural también la tenías puesta! ¡Da vergüenza ajena! ¡Como si no tuvieras pilchas decentes que ponerte, andás hecho un hippie roñoso, por dió!
El gordi se rascó la cabeza y puso cara de circunstancias. La negri volvió al ataque:
–Pensé que ese color te gustaba, además es de buena marca, no es berreta... ¿Por qué insistís en ponerte esa camisa chota? Tiene mil años y ni ste abrochan los botones.
–Sí me abrochan. –se defendió el Gordi con el ceño fruncido.
–Seh seh, te abrochan, pero te sentás y salen volando como misiles, capaz que dejás tuerto a alguno.
–Bueh, no jodas...
–En serio, te digo, hacé algo con eso porque un día me voy a calentar mal y la voy a meter en una bolsa con toda la ropa para donar.
–¡Ni se te ocurra, eh! –dijo el Gordi, algo preocupado por la amenaza.
La negri se terminó el café, dejó las tazas en la pileta de la cocina, guardó su netbook en el bolso y se fue, no sin antes despedirse cariñosamente del Gordi.

Él se quedó un par de horas más escribiendo. Cuando lo venció el sueño, apagó todo y se fue al baño a lavarse los dientes y ponerse el piyama. Frente al ropero, se dispuso a preparar la ropa que se pondría al día siguiente para ir a una muestra de arte. Preparó el pantalón, los borcegos, un par de medias y una remera blanca lisa. Y miró el sector donde guardaba sus camisas. Sacó la famosa camisa de cuadritos azules, prolijamente colgada en una percha forrada de gamuza bordó.
La miró unos segundos. Es cierto que ya estaba viejita, algo raída en el cuello y los puños, y estaba pidiendo a los gritos pasar a retiro. Pero el Gordi se resistía. Ni con todas la palabras del mundo podría (y eso que él era escritor) describir el amor que le tenía a esa prenda. Si quería que un proyecto saliera bien, o si quería una entrevista, cerrar un contrato, tenía que usar esa camisa. ¡Si hasta el día que le presentaron a la Negri la tenía puesta!
"Cada vez que me la pongo me pasan cosas buenas. Qué se yo. Suerte, cábala, comodidad. Las minas no entienden nada. Ellas porque tienen doscientos pares de zapatos, trescientas remeras, cuatrocientos pantalones, y quichicientos corpiños de todos los colores inimaginables. ¡Y nunca les alcanza!".
Miró también, la camisa nueva que ella le regaló. La sacó del perchero con la otra mano. Era canchera, de color beige con finas líneas blancas, de tela suave y con olorcito a nuevo.
Levantó las cejas y miró la camisa de cuadritos azules. Luego a la nueva. Y de nuevo la vieja.
La camisa nueva volvió a su lugar en el ropero, y la favorecida camisa de la suerte en la silla junto con el resto de la ropa. Suspiró y se metió en la cama.
"En fin, ninguna mina lo entendería. Y dicen que los hombres no sabemos nada del amor."


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