26 octubre 2012

Cuando la vida nos sorprende

Daffodilly by ~noku-tsuki | Deviantart.com

–Hola. ¿Te molesta si me siento acá?
Tan ensimismada estaba yo en mis pensamientos que sólo atiné a mover la cabeza sin pronunciar palabra. El Starbucks estaba hasta las manos en esa mañana fría de agosto y yo intentaba sin éxito escribir algo en mi libreta. Me dí a la tarea de hacer dibujos sin sentido hasta que se me ocurriera alguna buena idea. Hice algo parecido a un narciso y lo pinté con resaltador amarillo.
–Me gusta esa flor que dibujaste. Es un narciso, ¿no? –escucho decir a mi eventual acompañante en el sillón.
Levanté la mirada para verlo mejor porque cuando me preguntó ni siquiera me tomé ese trabajo.
"Ay ay ay, me morí y estoy en el cielo" pensé. No había visto una fisonomía más delicada ni un par de ojos celestegrises más bonitos en toda mi vida. Hasta las arruguillas alrededor de sus ojos eran increíblemente perfectas. Un ángel masculino, sí señor.
Él sorbió su café y me miró con una leve sonrisa. Le devolví el gesto y bajé la mirada. Me preguntó si esperaba a alguien y le dije que no, que me habían cancelado una reunión y no quería volver a la oficina temprano. Él me contó que tenía que encontrarse con alguien pero nunca apareció y decidió tomarse un café para no sentirse tan idiota.
¡Por favor! ¿Qué estúpida dejaría plantado a semejante bombón? Como para agarrarla a trompadas.
Conversamos de cosas nimias y una hora después, con más confianza, hablamos de nuestras vidas. Estado civil, soltero igual que yo (eso lo hizo mucho más fascinante). Su profesión, electricista. Y su lugar de residencia, una pequeña ciudad en la provincia de Buenos Aires llamada General Pinto.
Decidimos salir a caminar un rato. El sol estaba delicioso y dimos un paseo por Plaza San Martín. Por alguna involuntaria razón (o tal vez no) me tomó de la mano al subir las escaleras. De pronto, me quedé parada en un escalón a la misma altura que él, y él se acercó suavemente para darme un beso. No sé cuánto tiempo pasó desde ese instante, pero cuando nos dimos cuenta estábamos fuertemente amarrados uno al otro con nuestros brazos por debajo de los abrigos.
–¿Sabés? Encontrarte a vos hoy fue una sorpresa más linda que tuve en mucho tiempo. –murmuró.
–La vida siempre nos sorprende. –le susurré al oído.
Una melodía sonó. Él metió rápidamente la mano en el bolsillo y atendió el celular. Una voz de mujer se escuchó del otro lado. Él le habló, un poco nervioso. Ella le pedía su ubicación para pasar a buscarlo y él le indicaba que pasara del otro extremo de la plaza, sobre Santa Fe. Cortó y me dijo que era la persona que lo había dejado plantado esa mañana.
–Es mi jefa. –dijo, como disculpándose.
–La patrona... –repliqué arqueando las cejas.
–No no, de verdad es mi jefa. Y es un sargento. –contestó guardando el teléfono.
Me miró y me dio un fuerte abrazo, aspiró con fuerza el perfume de mi cuello y me confesó que luego de cierto trámite que tenía que hacer con la mencionada se estaba volviendo a su ciudad. Que venía a Buenos Aires una o dos veces al mes por trámites de trabajo, y luego tenía que volver. "Quisiera poder quedarme más tiempo" confesó. Yo no me inmuté, porque ya estaba acostumbrada que en mi mundo, luego del vals, cuando dan las doce campanadas, es el príncipe el que huye mientras la princesa se queda mirando desde lo alto de la escalinata, con el zapatito en la mano, deseando tener la puntería necesaria para darle un perfecto taconazo en medio de la cabeza.
Caminamos de la mano hasta la esquina. Rápidamente saqué mi cuaderno, corté como pude la hoja donde había dibujado la flor. En ese momento un auto celeste toca bocina.
–Para vos. –le dije, poniendo la hoja doblada en la mano de él.
Me sonrió, a modo de despedida. Cruzó la calle y subió rápidamente al auto.
Yo giré para bajar por la Av. Alem hasta la redacción del diario. Me asomé al despacho de mi jefe y lo encontré hablando por teléfono, histérico. Me miró por encima de los lentes y levantó la mano por todo saludo.
–Cuando vos no estás, ni él se aguanta. –me dice uno de los editores que rondaba por la puerta, esperando hablar con él.
Suspiré y llamé al restaurante para pedir su plato favorito para el almuerzo: ñoquis con bolognesa; siempre lo dejan de buen humor.

El tiempo pasó y ya casi me había olvidado de mi casual encuentro con ese ángel, hasta que una mañana bien temprano me encuentro en mi escritorio un ramito de narcisos amarillos y un sobrecito con mi nombre. Lo abro. Encontré una tarjeta blanca que decía: "Hoy 12:30 en las escaleras de la plaza". El corazón me latía alocado. Narcisos, las escaleras de Plaza San Martín... ¿Es posible que fuera él? ¿Que no me haya olvidado?
Corrí a la recepción del edificio y pregunté quién me había dejado el presente y cómo era. El guardia me dio una descripción que coincidía mucho con la de mi recuerdo de él. Yo estaba anonadada y me llovían estrellitas.
En efecto, él estaba esperándome ahí, en el lugar y la hora señalados. Con la misma mirada, la misma sonrisa, el mismo abrazo apretado y la misma forma de besar. No hubo preguntas ni cuestionamientos ni explicaciones de nada.
Cuando la vida te sorprende así, simplemente, hay que dejarse llevar.


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