29 abril 2012

Por amor a Mozart

Baby Siamese by ~gungorayca | Deviantart.com »

–Ya no podemos hacer mucho por él. –dijo el veterinario con voz pausada.
Jorge suspiró, profundamente triste.
El veterinario le explicó que era cuestión de horas, que el calmante que le había inyectado lo ayudaría a sufrir menos pero definitivamente, el viejo gato siamés, tan amado por la familia, se estaba muriendo.
Mozart se estaba muriendo.
El veterinario se fue. Unas horas más tarde llegaron los hijos de la escuela y su esposa. Todos recibieron la triste noticia. Las mellizas y Alito, el benjamín, lloraron en silencio abrazados a sus padres. Solo Walter, por ser el mayor, contuvo las lágrimas. Todos, uno por uno, se despidieron del gato antes de irse a dormir, sabiendo que cuando despertaran su mascota ya no estaría más.
Jorge se quedó en la sala, con una mezcla de angustia y desasosiego. Envolvió cuidadosamente en una frazada el enorme cuerpo del felino y lo tuvo en su regazo. Recordó, hacía veintiún años atrás, haber recibido de la misma forma a ese gatito llorón, una tarde de sábado. "Lo trajo mi cuñado de regalo para los chicos, pero nos dimos cuenta que Tincho es alérgico a los pelos de gato, ¿podés creer?" le dijo Miriam, y le pidió que lo cuidara ese fin de semana hasta que le consiguieran un nuevo hogar. Jorge dijo que sí, más por la salud de su sobrino que por amor a los gatos. Además, nunca había tenido una mascota de chico. Pasó una semana y el gatito seguía sin ser ubicado, y Jorge se empezó a encariñar con ese bulto peludo que reclamaba caricias todo el tiempo y lo miraba fijamente con esos ojitos azules redondos. Fue una noche que el gatito se coló en su habitación, se trepó a la cama y se hizo un lugar junto a él, ronroneando; le lamió la mano y luego se refregó el pezcuezo. Y decidió que se lo quedaría. Le compró al día siguiente una manta de tela polar de color violeta, juguetes, un plato y un collar de cuerina azul. Lo llamó Mozart, en honor a su compositor favorito, porque era vivaz y alegre. El gatito creció, y acompañó fiel a su amo en todos los cambios de su vida: noviazgos, matrimonios, viudez, mudanzas, separaciones y paternidad.
Mientras miraba un poco de televisón para distraerse, escuchó un ronco y leve maullido. Miró al felino y le acarició la cabeza. Una pata se estiró, como queriendo agarrarle la mano. Cerró los ojos y lentamente dejó de respirar.
Jorge se quedó perplejo, impotente, triste. Era la primera vez que veía de cerca la muerte de alguien tan querido. Nunca supo cuánto tiempo había permanecido así, inmóvil, llorando en silencio, sumido en recuerdos. Una alarma de reloj sonó como a lo lejos. Los pasos de su esposa lo trajeron de vuelta a la realidad. Se miraron, y ella entendió todo sin palabras.
Se puso de pie, abrazó a su esposa, luego se bañó y se cambió. Colocó el cuerpo del viejo Mozart en una caja y salió antes de que sonara la segunda alarma, la que indicaba a los chicos que era hora de levantarse para ir al colegio.
La vida siguió con esa ausencia durante un par de días, y nada se dijo sobre Mozart cuando una noche Jorge apareció en la casa con una caja de madera lustrada. Reunió a toda la familia en la sala, y mientras los chicos se preguntaban qué estaría pasando, Jorge habló:
–Sobre Mozart... Bueno, no tuve el valor de enterrarlo. Hubiese sido como abandonarlo en la calle. Esta casa era su hogar y nosotros su familia, así que decidí que permancería junto con nosotros...
Y acto seguido, abrió la caja de madera. Una figura de bronce resplandecía en una especie de almohada de terciopelo rojo.
Una figura de bronce con la forma de un gato.
Jorge tomó la pieza, solemnemente, y la colocó en la repisa de la chimenea, mientras decía:
–Hijos, las cenizas de Mozart están en el interior de esta figura. El día que yo me muera (y espero que sea dentro de mucho tiempo), quiero que él me haga compañía de la misma forma que lo hizo cuando estaba vivo. Ustedes se encargarán de eso, no lo olviden.
Su esposa estaba anonadada ante semejante discurso, pero los cuatro chicos, que no habían pronunciado palabra alguna, asintieron obedientemente.

Y si no fuera porque presencié el momento en que Alito, el hijo menor de Jorge y mi ahijado, colocaba la figura en manos de su padre el día del sepelio, juro que nunca lo hubiera creído.


Dedicado con cariño a todas las mascotas, pequeñas criaturas que nos aman incondicionalmente y nos alegran la vida, hoy 29 de abril, Día del Animal.
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