04 septiembre 2011

Sin previo aviso

Rubik by ~MortishaAdams | Deviantart.com »

–Uy, acabo de darme cuenta que soy un mal hijo. – dijo Jorge, con los ojos entrecerrados.
Era una tarde de sábado espectacularmente primaveral. Estábamos en el Tigre, a orillas del río, tirados en el pasto, remoloneando al sol, hablando de bueyes perdidos. Se sacó los lentes, se pasó la mano por el entrecejo y prosiguió: –Le prometí a mamá que hoy iba a visitarla y estoy acá, boludeando...
–Bueno, llamala y decile que vas para allá más tarde. –le respondí.
–Raro que ella no llamó primero. Creo que por fin se está acostumbrando.
–Y sí, el nene ya tiene cuarenta pirulos... –retruqué riendo y marcando la palabra "nene".
Sacó el celular del bolsillo de la campera que oficiaba de almohada y de pronto se quedó pensativo. Luego dijo:
–No le puedo decir que estoy acá con vos. Se va a poner de mal humor.
–Uh che, ¿todavía me tiene rabia por lo de aquella vez?
–No sé, pero mejor no hablar de ciertas cosas...
–Andá, pollerudo. 
–Soy hijo único, no me queda otra.
–¿Te acordás? Jajaja, ¡qué momento!

–No, mejor no me hagás acordar. Me deprimo.
Marcó el número, y mientras él saludaba a su mamá con su mejor voz de hijo amoroso pero olvidadizo, los recuerdos vinieron a mi mente.
El sábado anterior habíamos estado en un recital con los chicos del grupo y Jorge, siempre de fierro, me llevó en su auto porque yo, como de costumbre, ya íba con retraso. Por supuesto, se ofreció a llevarme de vuelta a casa, pero no sucedió: nos pusimos mimosos en el camino y terminamos en la casa de él. Nos despertamos algo tarde ese domingo. Él se levantó primero y fue a darse un baño. Hacía calor, me levanté a apagar la estufa y me senté en el sillón a esperar mi turno de usar el baño. Mozart, el gato siamés de Jorge, dormitaba en un extremo. Vi un cubo de Rubick en un estante del aparador; lo tomé y me dispuse a ver si de una vez (y quizá por arte de magia) podía resolverlo.
Estaba tremendamente ensimismada en la tarea cuando noto que el felino levanta las orejas y mira hacia la puerta. De pronto, escucho una llave que entra en la cerradura y gira, produciendo el típico ruido del mecanismo metálico.
La puerta finalmente se abre y una señora delgada de pelo entrecano entra y cierra. De pronto, me ve. Me mira con una mezcla de sorpresa, repugnancia, celos y deseos de convertirme en una lombriz.
Y yo ahí, como una estúpida... completamente en bolas, como vine al mundo, sentada, cruzada de piernas abiertas a lo indio y con el cubo de Rubik todavía en la mano. Esbocé una sonrisita tonta.
–¿Dónde está Jorge? –dijo con voz firme de sargento.
–S...se está bañando. –contesté, con un hilo de voz, señalando atrás con el pulgar y colocándome en una posición menos bochornosa.
En eso, Jorge abre la puerta y se asoma. Tenía el pelo mojado y estaba a medio afeitarse cuando mira a su madre y abre los ojos enormes como dos ventanas.
–¡Mamá! ¿Qué estás haciendo acá? ¿Por qué no dijiste que venías?
–Hijito... Quería darte una sorpresa...
–¡Y vaya que me la diste! –dijo con reproche, y luego me miró a mí, como suplicando que por nada del mundo me fuera a reír.
–... pensé que a lo mejor no habías desayunado todavía y...
–Gracias má, pero me puedo arreglar solo.
–Tenía que haber llamado, ni me hubiese imaginado que ibas a estar con una, este... señorita.
Y dijo "señorita" con marcado desdén, queriendo significar otra cosa, como si yo no estuviese ahí escuchándola. Jorge se pasó la mano por la cara, avergonzado a más no poder.
–¡Por favor! No es momento de...
–Perdón, –interrumpí yo, poniéndome de pie. –tengo que hacer pis. ¿Puedo?
Me miraron, se miraron, y se corrieron a un costado para dejarme pasar. Murmuré un "gracias" aliviada mientras entraba en el cuarto. Abrí la canilla para que el agua de la ducha corriera y disimulara un poco la risa que no podía contener más. Del otro lado se escuchaban todavía las voces de Jorge y su madre discutiendo.
Me metí bajo la ducha caliente, todavía riéndome, pensando si ella estaría ahí cuando yo saliera, o recapacitaría y se daría cuenta que existe una regla de oro para los hijos e hijas mayores de veinticinco que viven solos, y es que tienen una vida propia y, por lo tanto, no es prudente aparecerse en sus departamentos sin previo aviso.

A menos que quieran exponerse a situaciones bizarras como ésta y dejarlos en ridículo.

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