06 agosto 2011

Hablé con Jesús

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–Jesús, necesito ayuda.
Crucé las manos sobre el pecho, lo miré a los ojos y vi una señal para que siguiera hablando. Suspiré y continué:
–Sabés que no creo para nada en todo esto, pero estoy conciente que hablar con alguien neutral es necesario. No es que no tenga a nadie con quien hablar, al contrario, tengo a mis amigos y amigas de siempre, a mis padres. Bueno, en realidad a mis padres hay cosas muy personales que por obvias razones no les puedo contar... son un poquito conservadores, ¿viste? Y mis amigas y amigos, son todos muy diferentes entre sí, es decir, está mi amiga la soltera que revolea la chancleta, la divorciada tranqui, el casado alegre, el soltero (viudo, bah) correcto, el gay divino... Todos gente linda, me quieren y me apoyan en todo. Pero a veces, sin embargo, siento que no puedo seguir por el mismo camino. Que si mi destino era este, ahora quiero más. No es que sea malo, quiero decir, tengo una vida tranquila dentro de todo: tengo un trabajo que me gusta, no gano fortunas pero alcanza para pagar las cuentas y alimentar a mi hija, vivo en un lindo lugar, estoy rodeada de gente que me quiere. Ok, no tengo pareja estable, a veces quisiera tenerla pero no quisiera que eso me quite el sueño. Quisiera poder torcer un poquito el rumbo. Tiene que haber algo más que todo esto en la vida. Viste, como cuando probás por primera vez un chocolate, te gusta, y no te imaginás cuántas cosas ricas se hacen con eso, y sólo tenes una pequeña idea de lo que es...
–¿En síntesis?
–Tiene que haber algo más, Jesús. No sé... una especie de upgrade en mi existencia, ¿sabés?
–Claro. Entiendo. Vamos a trabajar en eso, entonces.
Sonaron en ese momento cuatro campanadas. El sol de otoño se colaba perezosamente por la cortina calada. Jesús se rasco suavemente la breve barba y anotó en su cuaderno. Me aconsejó pensar en qué cosas le podrían dar ese cambio tan esperado a mi vida. Luego, tomó los datos de mi tarjeta de la Obra Social y firmé la planilla de asistencia.
Salí del consultorio y vi al próximo paciente sentado en la sala de espera, leyendo una revista cholula. En el palier llamé al ascensor y miré otra vez la chapa dorada al lado de la puerta, que decía: "Jesús M. Lodeiro. Psicólogo".

Me reí. Yo, la agnóstica, hablé con Jesús.

:·:

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