01 mayo 2011

La amante porteña

Buenos Aires by Cristian Magro | on Deviantart
Hace diez años solía ir cada tanto a un bar del microcentro porteño, muy conocido por su ambientación estilo irlandés. El Kilkenny, un lugar pintoresco, bullicioso, donde se juntan oficinistas de la zona (chicos de traje y chicas pintonas) que se mezclan con los gringos que van por un trago y sentirse un poquito como en la taberna de su ciudad. De ese lugar tengo miles de historias para contar, pero me voy a detener en una en particular, que trascendió durante varios años.
Estaba yo sentada en la barra, sola, aburrida. Evidentemente mi amiga me había dejado plantada, pero ya tenía mi cerveza así que decidí terminarla antes de irme. De pronto alguien se sienta a mi lado y me pregunta si hablo inglés. Le contesté que sí de mala gana y levanto la vista. Me encontré con un par de ojos color celeste cielo de mirada pacífica. Me sonrió, se presentó como Chris nomeacuerdocuantos y empezamos a hablar. Sin quererlo, congeniamos. Él era de Alemania y estaba de paso por Buenos Aires mientras esperaba confirmación del vuelo que lo llevaría de regreso a su país. Yo era, en ese entonces, una fulana flamante treinteañera algo descocada, que trabajaba como asistente de medios en una agencia de publicidad. Hablamos mucho, de sus vacaciones por Latinoamérica, su trabajo, mi trabajo, mi vida, nuestro respectivo estado civil. Tomamos un par de cervezas más, nos dimos un beso, luego otro, y beso va mimo viene terminamos pasando la noche en su habitación, en ese hotel berreta donde se estaba hospedando. Dos días después volvimos a vernos, y al otro día lo mismo. Estuvimos casi una semana y media saliendo juntos, recorriendo mi Buenos Aires querido de la mano como dos adolescentes atortolados. Un lunes, me llama a la mañana para avisarme que le confirmaron vuelo para ese mediodía, y se estaba yendo en ese instante para Ezeiza. No hubo lágrimas, le desee buen viaje y quedamos en mantener el contacto por mail.
A lo largo de tres años nos escribimos esporádicamente, nos enviamos tarjetitas virtuales, fotos, etc. Durante ese tiempo tuve varios cambios de trabajo, y dejé de revisar tan asiduamente esa cuenta de email. Un día descubro que me había enviado un mensaje hacía un mes atrás, anunciando que estaría pasando unos días por Buenos Aires, y que tenía muchas ganas de verme.
¡Quería volver a verme...!
No lo dudé. Le devolví el mensaje, arreglamos para vernos durante mi hora de almuerzo, y lo que iba a ser un encuentro de una hora terminó haciéndose de seis (excusa pedorra a mi jefe mediante, sabía que me podía costar el empleo pero me importó dos carajos). Él estaba igual de hermoso que la primera vez, con la piel algo colorada, típico de los paliduchos que se exponen mucho al sol. Otra vez pasamos cuatro días juntos, nos encontrábamos al mediodía para almorzar y nos volvíamos a ver a la salida de la oficina. Él me esperaba seis y cuarto en el lobby del hotel, me recibía con un abrazo y de ahí sin escalas a su habitación. Y otra vez, repentinamente le confirmaron vuelo y me llamó para despedirse. Otra vez sin lágrimas y sin reproches le deseé buen viaje. Continuamos manteniendo el contacto a través del mail.
Pero la tercera vez fue distinta.
Dos años después me escribió diciendo que estaba pasando por Buenos Aires durante unos días, y me dio la dirección del hotel donde iba a estar parando, para que fuera a verlo en cuanto pudiera. Y en cuanto pude, dejé todo para ir a su encuentro, que fue igual de ardiente que las veces anteriores. Hacía calor y me di una ducha antes de irme. Mientras me secaba el pelo, él me abraza por la cintura y me dice casi en un susurro, que esta iba a ser la última vez que estaríamos juntos. ¿Por qué? Porque en unos meses se casaba. Adiós vacaciones de tres meses. Adiós a los viajes de mochilero por el mundo. Adiós a las juergas con sus amigotes. Adiós a la amante porteña de pelo rojo.
Me dejó muda. No me lo esperaba.
No hubo lágrimas para ninguno de los dos. Nos quedamos un largo rato de pie, abrazados, en silencio. Mi pelo todavía mojado goteaba sobre su hombro. El ruido del tránsito porteño se colaba por la ventana. Sólo la luz del baño iluminaba la habitación a oscuras. Nos vestimos, salimos a cenar y no mencionamos para nada el asunto.
Volvimos a vernos al otro día. La última vez. No quise ofrecerme a acompañarlo a Ezeiza al día siguiente por miedo a quebrarme. Le deseé éxitos en su trabajo y felicidad en su matrimonio. Me despedí con un abrazo y un beso en la boca, y me fui caminando sin mirar atrás.
Semanas después recibí un breve mail de parte de él:
"No quiero que estés triste, sos una chica muy agradable y no mereces estar mal. Todas las veces que estuvimos juntos fue lo más lindo que me pasó, fue como magia. No puedo explicarte por qué me caso, pero seguramente lo entenderás. Eres una mujer extraordinaria. Te voy a extrañar y deseo sinceramente que seas muy felíz. Te amo. Chris W."
Ni bien terminé de leer esto, lloré emocionada.

Yo también te amo Chris, donde quieras que estés ;)
_

No hay comentarios:

Publicar un comentario