27 enero 2011

Historia de tres hombres y un denominador común

The Boys by ~Managex | Deviantart
–Basta de trabajar tanto che, ¿no salís nunca a divertirte? –me dijo mi amigo Toto esta mañana.
Nos encontramos por MSN y luego de las preguntas de rigor, le comenté que me estaba yendo muy bien con el trabajo y las últimas semanas me la pasé casi 12 hs. al día dedicada a diseñar, proyectar, cotizar y negociar.
–Sí, hombre. De vez en cuando salgo por ahí.
–¿Con quién?
–Sola.
–Vamos, ¿me vas a decir que no hay ni un solo candidato que te arrime el ala? ¿Qué pasó con el gordo, el gallego y el morocho?
–Están todos del orto. Mirá, si tengo que sentarme a esperarlos o entenderlos, me muero de vieja...

Me vino de repente la imagen de los tres tipos de pie, uno al lado del otro, como si los viese a través de un vidrio en una rueda de reconocimiento de sospechosos. Miro a todos y cada uno de ellos y pienso, ¿por qué me enamoré de él? ¿qué fue lo que me atrajo? ¿por qué las cosas no funcionaron?

Hace dos años que venía penando de amor por el gordo. Cuando lo ví por primera vez me atrajo irremediablemente algo en esos ojos celestes que se asomaban detrás de los lentes: era la mirada de un cachorrito perdido. Pasé por alto que a los cuarenta todavía fuera soltero, viviera con su madre y no tuviese gusto para vestirse. Era correcto para hablar, educado y todo un caballero, de esos que te hacen sentir una reina. Salimos muchas veces, nos arrimamos bastante pero no tanto como para quedar en posición horizontal, si uds. me entienden. Estuve tan loca de amor que por él me largué a escribir mi novela, inspirada en esos ojos hermosos (todavía inconclusa, pero al día de hoy avanza bien). Hice todo lo que pude para mostrarle mi interés por él, pero me cansé de esperarlo. Qué se yo, que me llamara, que se apareciera en casa con cualquier excusa, que un día dejara de ser tan caballero y me metiera la mano debajo del vestido. Nada. Siempre igual. Si era tan divino, simpático, alegre y respetuoso, ¿qué le faltaba al quía, entonces? Iniciativa + Ambición, una pequeña dosis de ambas. Tampoco un Donald Trump, viste. Pero era como esos viejos jubilados que no hacen otra cosa que leer el diario, mirar la tele y juntarse cada tanto con los muchachos del bar, y así dejar que la vida se pase. Y mi espíritu inquieto no podía soportarlo. Para alguien con deseos de volar, este tipo era un lastre. La última vez que hablamos fue dos días antes de Navidad, y ahí decidí no volver a llamarlo. Llamó él hace dos semanas, pero lo saqué sonando. Típico de los giles que de tanto esperar el plato principal dejan pasar los sanguchitos, y cuando vuelven con hambre la bandeja está vacía. Ni bola. Creo que todavía ni se enteró.

Al morocho lo conocí por Facebook y me encantó esa sonrisa que tenía en la foto del avatar. Le tiré onda, y la cazó enseguida. También era simpático, conversador, alegre y por suerte tenía un poco más de ambición que el anterior, aunque no la suficiente, porque era otro cuarentón soltero que aún vivía con los padres. Chateamos mucho, salimos y terminamos encamados un par de veces. Pero era un tipo jodido. Se quejaba de todo, y en eso hay que ser prudente si querés comer seguido. La primera vuelta se enculó por un arañazo que le hice en la espalda sin querer, y lo mandé al diablo. Desapareció un año, pero volvió a la carga un día. Me escribió en un comentario que me quería aunque no se notara (no, no se notaba ni mierda) pero le terminé creyendo. Y otra vez chateamos, otra vez salimos, otra vez nos encamamos. Y un par de días después se rayó por una boludez que le dije en broma. Ahí me di cuenta por qué nunca se había casado ni convivido, ¿quién se aguanta semejante histérico? Sin más vueltas lo saqué definitivamente de mi lista, lo borré del MSN y como nunca se molestó en agendar mi teléfono, ni me preocupé en bloquearlo. Al menos tengo que reconocer que fue el único caballero de un larguísima lista de amantes que se jugó a acompañarme hasta la esquina a pedir un taxi. Por lo general, te largan ahí de la puerta de entrada al edificio, sea la hora que sea, y arreglate.

Al gallego (que no es gallego en realidad pero sí un ciudadano español de no me acuerdo qué parte y estaba parando en Baires) lo conocí de casualidad en una fiesta. Lo vi, me simpatizó, empezamos a hablar y quedé deslumbrada: era inteligente, independiente, tenía carisma, ambiciones, buena posición, había viajado por el mundo y conocía mucha gente. ¡Era justo el Mr. Big que estaba buscando! Además cuando habla pone un tono de voz que te endulza el oído, te acaricia el pecho hasta el estómago y al rato sos capaz de entregarle hasta la billetera. Al principio sentí que deseaba ser el ángel guardián de mi profesión, y yo me sentí tan halagada de que reconociera mi talento, que me autocomprometí a ser su asistente para lo que necesitara, ¡qué más quería! Pero un día, mejor dicho una tarde, el encanto se rompió. Hizo un par de chistes machistas de mal gusto. Y mencionó que tiempo atrás había sido vendedor: ahí caí en la cuenta por qué era tan genial y atrapante cuando hablaba. No me gustó mucho saberlo. De pronto empezó a poner distancia, no me escribía ni mandaba más mensajitos. Yo no insistí, porque perdí esa costumbre de correr atrás de los hombres, y además tenía otras cosas importantes en que pensar. Lo encontré el miércoles de casualidad en el Starbucks de Galerías Pacífico. Hacía mucho calor y estaba todo transpirado, pero yo lo vi hermoso, tal vez porque tenía muchas ganas de volver a verlo. Saludó, comentó que tenía una cita, y se fue. Me dolió. Me sentí nadie. Tuve que tragarme las lágrimas hasta nuevo aviso. Esta vuelta aprendí que no podía enamorarme de un tipo que vuela mucho más alto que yo, porque la historia de la Cenicienta es sólo un cuento para nenas, y en el mundo real esas cosas nunca le suceden a las chicas como yo.

Sin embargo algo unía a ese trío bajo un denominador común: se habían dado cuenta que tenían poder sobre mí, y podían usarlo. Si hay algo que no me gusta para nada es cuando quieren aprovecharse del cariño y crear situaciones para manejarme con la culpa o los sentimientos. Yo los quise a todos y cada uno hasta donde pude, pero más me quiero a mi misma; lo suficiente como para no permitirles que me tocaran el corazón. Para ellos, las minas van y vienen, un corazón roto es una simple metáfora y los sentimientos otra leyenda urbana.

–Me estoy haciendo vieja, Toto. ¿Vos decís que todavía estoy buena?
–Claro, tontita. ¿Qué tipo no querría salir con vos?
–Todos los bagayos que no me gustan, justamente.
–¿Pero ni uno se salva?
–¡No podría nunca estar con alguien que no me guste o no me mueva el piso! ¿Para qué?
–Para ver si con el tiempo te enamorás.
–No jodas, con ese criterio ya desperdicié trece años de mi vida con mis dos ex maridos.
–Jajaja, ¡no vas a tirar la toalla justo ahora! ¿O sí?
...

No tuve respuesta.

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